[Sobre la importancia, la gloria y la infamia. El Premio Nacional de Literatura de Chile: de la construcción de una importancia de Pablo Faúndez Morán]. Por Hugo Herrera Pardo

El siguiente texto fue leído el día 5 de noviembre de 2020, en la presentación virtual del libro El Premio Nacional de Literatura de Chile: de la construcción de una importancia (Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2020) de Pablo Faúndez Morán. Para Hugo Herrera Pardo, el análisis que presenta este ensayo de interpretación “va mostrando cómo, muchas veces, la invalidación o postergación de la validez del premio no solo enjuicia atributos literarios, sino que también en variadas ocasiones dice algo sobre la idea de pueblo, de comunidad nacional o del funcionamiento estatal del poder”.

Sobre la importancia, la gloria y la infamia. El Premio Nacional de Literatura de Chile: de la construcción de una importancia de Pablo Faúndez Morán

Hace unos cuantos días atrás, la página de Facebook “Todo Aira” recuperó y volvió a poner en circulación una entrevista fechada en 1992 realizada al autor argentino de más de un centenar de novelas, cuyo título es “El escritor César Aira considera que la importancia mata a la literatura”. En efecto, consultado sobre si: “¿Escribe rápido porque le resulta fácil?”, Aira responde: “Es verdad, parece que escribo sin darle importancia, sin tomarlo en serio. No me gusta el humor y siempre me dicen ‘como me reí con tu libro’. No quiero darle importancia al libro, y que la gente tampoco le dé importancia. La importancia mata a la literatura”. Y remata con la frase: “Un elogio para mí sería: Aira, un escritor sin importancia” (La Maga. Buenos Aires, 16 de diciembre de 1992, p. 21). El periodista consigna entre paréntesis que tras proferir aquella frase el escritor estalló en carcajadas.
Pablo Faúndez Morán se propone, en su primer libro -reescritura de su tesis doctoral- una tarea diametralmente inversa a la de Aira. A lo largo de trescientas cincuenta páginas, construye un “ensayo de interpretación” en torno a un discurso público e intelectual -predominantemente masculino y nacionalista- sobre la importancia de la escritura literaria en Chile, reflexión guiada por la pregunta “¿Qué nos dice, entonces, la historia del Premio Nacional de Literatura acerca de la construcción a partir de él, objeto y práctica, de un discurso sobre la importancia de los escritores y de la literatura en Chile?” (p. 339). Me detengo en el término “ensayo de interpretación”, de clara resonancia mariateguiana (de hecho, una frase de José Carlos Mariátegui figura como epígrafe de apertura el libro). En la tarea de reelaborar su tesis de doctorado, Pablo Faúndez ha prescindido de todo marco teórico para abordar el objeto y práctica declarado en el enunciado y en la pregunta anteriores. Pablo se desentiende de toda referencia teórica ligada a la sociología de la literatura, de los textos y de la cultura, que sin duda habrían sido eficaces al nivel de la identificación y la descripción de fenómenos, pero en contrapartida habrían rigidizado el análisis, para levantar una discusión atendiendo, fundamentalmente, a los decretos de ley que instituyeron y reformularon el premio a lo largo de su historia, así como los debates suscitados por las designaciones, recogidos, a su vez, de múltiples medios escritos, con diversos agentes como protagonistas, trabajo de archivo que bien podría verse como una historia abreviada de la relación entre prensa y literatura en el país, sobre todo a lo largo del siglo XX.
En términos de hitos cronológicos e institucionales, el recorrido propuesto por Pablo avanza desde 1937, año en que se celebró el Primer Congreso de Escritores de Chile, entre los días 31 de marzo y 4 de abril de aquel año, y que a partir de las discusiones que levantó alrededor del lugar del escritor y de su obra en la sociedad y de su posición frente a las instituciones estatales, se considera un antecedente sólido e ineludible en la concreción de un debate sobre la creación del premio, hasta el 2014, año en que el premio recayó en manos de Antonio Skármeta. A partir de ese hito inicial, Pablo Faúndez nos muestra cómo se construye y expande la zona de ambigüedad que ha rodeado a la distinción, nacida a partir de que aquello que los escritores, en su congreso de 1937, solicitaban como un derecho, se cobijó luego, institucionalmente, como una función subsidiaria de reivindicación y petición. A juicio de Pablo, esta desviación (que, por cierto, mucho nos interpela hoy en nuestra coyuntura constituyente) fue lo que sentó las condiciones para que a lo largo de su historia el premio viera reiteradamente diluirse el “límite que separaba la libertad creativa de la instrumentalización pedagógica y ética de los contenidos literarios” (p. 37), y en donde en no pocas ocasiones han primado, por sobre juicios literarios, criterios etarios, de precariedad y sacrificio, consolidándose el premio, así, por largos trechos, como un instrumento pensional basado en la necesidad y el mérito.
¿Cómo se construye discursiva y socialmente una “importancia”? En su ensayo de interpretación, Pablo Faúndez va mostrando de qué modos se yergue la constitución de su matriz discursiva, cómo se asienta la operatividad simbólica del premio, de qué manera se despliegan sus estrategias de legitimación y deslegitimación, en base a qué condiciones y con qué usos circulan sus criterios de autorización y desautorización, qué consecuencias acarrean las pugnas entre sus motivos constituyentes, qué efectos producen sus líneas tanto de fuerza como de fuga. El Premio Nacional de Literatura de Chile se puede percibir, de esta forma, como una “interfaz cultural”, tomando el concepto propuesto por Martin Nakata. Es decir, un “espacio de posibilidades así como de limitaciones” (p. 306) constituido por puntos de trayectorias que se cruzan (intersecciones que en el marco de esta investigación se manifiestan en debates cristalizados en revistas y periódicos) y definido como “un espacio multidimensional y de múltiples capas, de relaciones dinámicas constituidas por las intersecciones de tiempo, lugar, distancia, diferentes sistemas de pensamiento, discursos que compiten y se cuestionan, entre y al interior de diferentes tradiciones de conocimiento y sistemas de organización social, económica y política” (2014, p. 304). Espacio de posibilidades y limitaciones que a partir de cada una de sus deliberaciones ha hecho emerger y reverberar una serie de preguntas sobre, por ejemplo, las obras literarias como unidades susceptibles de transmitir contenidos beneficiosos para la comunidad nacional, sobre todo para su enriquecimiento moral y cívico (en otros términos, para la construcción pedagógica y vertical de un pueblo), sobre las ideas de “continuidad” y “trascendencia”, sobre el valor, rol, estatuto y sentido de la literatura, así como sus vinculaciones o distanciamientos con las dimensiones sociales y materiales de la existencia; sobre el lugar del escritor en el espacio social, sobre la actualización o pérdida de la vigencia del vínculo republicano entre el escritor y la sociedad proyectado por la SECH en su congreso del año 1937; también preguntas sobre la circulación y medios de difusión de las obras, así como el costo y precio de los libros y los ingresos percibidos por las y los escritores a partir de la venta de los mismos, sobre las relaciones entre autor, obra y comunidad (y, al interior de esta, un caso singular es la relación entre poesía “hermética” y comunidad, tal como lo suscitó la premiación a Humberto Díaz-Casanueva, por señalar solo un caso); sobre las jerarquizaciones sociales de géneros y subgéneros, así como la valoración (o no) de sus difuminaciones, sobre la definición o percepción de un autor/a menor dentro de una tradición, la construcción de repertorios canónicos y, en contrapartida, ya sea por omisión o negación, el levantamiento de líneas tendenciales alternativas.
De acuerdo con la lectura hecha por Pablo, las estrategias de legitimación históricamente pueden reducirse a un conjunto de seis elementos: “La oscilación entre flujos legitimadores institucionales o literarios, la consideración del autor como un paria o guía de la sociedad, la valoración de la literatura por su calidad de obra de arte o por el servicio rendido a la comunidad”. Pero entre estos, va apareciendo entre líneas, en el itinerario investigativo del libro, otra estrategia de legitimación que me gustaría destacar: lo que el autor llama la “murmuración” despertada por las designaciones, “murmuración” que es descrita como “un sistema de declaraciones en las plataformas públicas capaz de generar un atributo distintivo y traspasárselo al escritor” (p. 128). En cuanto a su efecto funcional o disfuncional, dicha “murmuración” puede ser comprendida como un lugar intermedio entre el “farfulleo” y el “susurro” descritos por Roland Barthes en su clásico ensayo “El susurro de la lengua”. Mientras tanto que al nivel de las pugnas entre los motivos constituyentes del premio, el análisis desarrollado por el autor señala variantes que van desde las jerarquías oscilantes entre lo literario y lo nacional, la tensión entre la pervivencia y la actualidad, y la que en términos institucionales aparece como la pugna más relevante mirada desde una perspectiva histórica del galardón, la “transformación desde un principio normativo, en que el Estado debía dar voz y lugar a unas instituciones autorizadas en asuntos culturales, hacia uno mediador, en que el Estado debía saber atender y recoger la demanda de la sociedad chilena” (p. 280). En el plano de los mecanismos deslegitimadores, la lectura que realiza Pablo de los recortes de prensa -recogidos a partir de cada una de las cincuenta y dos otorgaciones analizadas- muestra como recurrencias la develación de motivos no literarios en la entrega de un premio literario o el desencubrimiento de la red de personajes y organizaciones que discernían y otorgaban el reconocimiento. A partir de esta labor de lectura, Faúndez proyecta su libro como la contribución a una tarea de desnaturalización: “De dejar de concebir como un hecho natural el que el premio más importante que se le entrega a un escritor o escritora nacida en Chile sea el otorgado por su Estado” (p. 345). Y en ese recorrido, la escritura va desperdigando algunas aforismos o máximas desprendidas de la historia de la condecoración, como por ejemplo: “No hay mejor merecedor del Premio Nacional de Literatura que aquel que no lo desea” (p. 126). O esta otra: “Es la capacidad de una literatura de despertar el disenso dentro de su circuito de recepción la que le garantiza un impacto y una continuidad” (p. 157). Por último, esta: “La representación de la importancia del autor galardonado puede ser perfectamente hecha prescindiendo de su inserción en su circuito de lectores y de la explicitación de algún grado de su dimensión pública” (p. 190).
Toda esta trayectoria me hizo recordar la idea de Bertolt Brecht de los “Modos de producción de la gloria”. Ricardo Piglia, traduciendo y comentando a Brecht, toma esta idea para constatar que “todo el debate literario ya no pasa por la especificidad del texto sino por sus usos y condiciones”. Se trataría, entonces, “de actuar sobre las condiciones que van a generar la expectativa y a definir el valor de la obra” (p. 91). En su lectura de Brecht, Piglia sitúa a los “modos de producción de la gloria” como “modos sociales de producción que definen una economía del valor” junto con “regímenes de propiedad y apropiación que son el resultado de relaciones de fuerza y de una lucha que impone ciertos criterios y anula otros (…). Al cambiar el modo de leer, la disposición, el saber previo, cambian también los textos del pasado” (p. 91). Extendiendo esta idea brechtiana y la interpretación hecha por Piglia, a la luz del Premio Nacional de Literatura de Chile podríamos hablar también no solo de “modos de producción de la gloria”, sino que también de “modos de producción de la infamia”. Es más, el análisis desplegado por Pablo Faúndez arroja de qué manera, en muchas ocasiones, los eventuales “modos de producción de la gloria” esgrimidos en torno a una obra o un/a autor/a, funcionan, más bien, como su contrario. Y también viceversa. Un rápido ejemplo de esto último puede situarse en el que, a partir del análisis de Pablo, debe ser el periodo de mayor desprestigio o deslegitimación del premio en toda su historia (considerando el hecho de que se trata de un pacto que se renueva performativamente), me refiero a la secuencia de galardonados que pasa por Arturo Aldunate Phillips (1976), el lingüista Rodolfo Oroz (1978) y el escritor más afín a la dictadura pinochetista Enrique Campos Menéndez (1986). Los intentos de elogios hechos circular a través de la prensa para justificar estas elecciones se revelan, más que nada, como “modos de producción de la infamia”.
De este modo, el análisis de Pablo Faúndez nos va mostrando cómo, muchas veces, la invalidación o postergación de la validez del premio no solo enjuicia atributos literarios, sino que también en variadas ocasiones dice algo sobre la idea de pueblo, de comunidad nacional o del funcionamiento estatal del poder. El habla en torno al premio es un habla cargada de exceso, su decir siempre trae aparejado un excedente, ya sea por adición, omisión o negación. Lo cual puede sintetizarse en una frase que irrumpe hacia el final del libro: “Querer algo por lo que es, pero también a pesar de lo que es” (p. 345). No obstante esta excedencia, en el estudio se otorga un lugar central a una cierta invariante que nuclea la matriz discursiva constitutiva del galardón, lo que el autor define y sintetiza de la siguiente manera:

“Ya fuese desde una plataforma ideológica republicana compartida, o desde la ocupación de plazas laborales asociadas al aparato cultural-administrativo, la red político-literaria de afinidades y pertenencias desplegada en torno al Premio Nacional de Literatura se mantuvo incólume prácticamente desde su creación hasta entrado el siglo XXI: escritores funcionarios y diplomáticos en un marco de nacionalismo cultural en las primeras décadas, activismo político en los 60, servilismo y conservadurismo en la dictadura, tareas comunes en los 90 en torno a los derechos humanos y la restauración democrática… y hoy, año 2020, todavía no ha pasado el tiempo suficiente para que ese último relato termine de renovarse, y los dos galardonados que quedaron fuera de nuestra revisión, el poeta Manuel Silva Acevedo del 2016 y la novelista Diamela Eltit del año 2018, representan dos perfiles perfectamente asimilables al descriptor de la restauración democrática” (p. 340).

A esta invariante que va atravesando la interfaz cultural que significa el Premio Nacional de Literatura de Chile, ese espacio de posibilidades y limitaciones, podemos aproximarlo a aquello que Deleuze y Guattari denominaran ritornelo. Es decir, un elemento impregnador, especie de imán que intersecta elementos heterogéneos y produce el efecto de unidad. Tras este ritornelo que atraviesa de punta a cabo el Premio Nacional de Literatura subyace un funcionamiento histórico del poder, una idea problemática de democracia que las disputas sobre el otorgamiento de la condecoración tienen por derecho siempre cuestionar, transgredir, exceder.



Obras citadas
  • Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Trad. C. Fernández Medrano. Barcelona: Paidós, 2009.
  • Deleuze, Gilles; Guattari, Félix. El Anti Edipo. Capitalismo y esquizofrenia. Trad. Francisco Monge. Barcelona: Paidós, 1973.
  • Faúndez Morán, Pablo. El Premio Nacional de Literatura de Chile: de la construcción de una importancia. Valparaíso: Ediciones Universitarias de Valparaíso, 2020.
  • Nakata, Martin. Disciplinar a los salvajes, violentar las disciplinas. Trad. Jeffrey Browitt y Nidia Esperanza Castrillón. Quito: Abya-Yala, 2014.
  • Piglia, Ricardo. Antología personal. Buenos Aires: FCE, 2014.

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