[Mitómana o un cine sacrificial]. Por Víctor Quezada

Mitómana, en términos muy amplios, es la historia de una enfermera cuyo objetivo es ayudar a la gente. Sin embargo, para cumplir este propósito, la película se interna en distintas dimensiones de la realidad y la representación (estéticas, políticas, sociales y míticas), para ofrecer una mirada profunda y contradictoria sobre la identidad y el sacrificio.
Con actuaciones de Yani Escobar y Paola Lattus, Mitómana, estrenado en 2009, es el segundo largometraje de Carolina Adriazola y José Luis Sepúlveda. En la actualidad puede ser visto en Ondamedia.cl.

Mitómana o un cine sacrificial

Ser actriz es la capacidad de transformarse, de poder encajar en varias realidades distintas. La actriz no miente, se pone en el lugar de, no es que esté mintiendo, es un modo de pertenecer, pero también de no pertenecer (…). Cualquiera puede llegar a ser mitómana, una actriz también, porque son muchas las realidades por las que uno pasa, pero siempre de fondo hay un lugar en donde uno está solo.

Mientras escuchamos este monólogo, en la pantalla vemos a Nora con su uniforme de enfermera caminando por la comuna de Santiago; se dirige a un acto de la CUT. De fondo pasan carros lanzaguas, zorrillos, policías de a pie persiguiendo a un estudiante secundario.

Mientras Yani Escobar realiza este monólogo inaugural, la vemos caminar caracterizada como enfermera. Yani es la actriz que interpreta a Nora. A su espalda el despliegue performático de la fuerza: tres hombres grandes, protegidos por armaduras verdes, persiguen a un adolescente que se rinde. De fondo carros lanzaguas, zorrillos, patrullas policiales.

Es la primera década del siglo XXI, son los años de la implementación problemática de la red de transporte público Transantiago, son los años de las acciones colectivas de grupos de deudorxs habitacionales, los años previos a las grandes manifestaciones estudiantiles de 2011, la década previa al 18 de octubre de 2019.


La protagonista de la película es Nora, una enfermera que quiere ayudar a la gente, para “que vivan mejor, atenderlos si están enfermos”, pero este deseo solo es alcanzable por vía del sacrificio.

Como actriz, Yani Escobar no está dispuesta a formar parte en el sacrificio. Renuncia, desiste del papel, decide no encajar, no ponerse en el lugar de otra, no pertenecer. En este momento aparece Paola, la actriz que la reemplazará. Ahora bien, en materia de sacrificio, para que una vida “aparezca como sacrificable” es necesaria la semejanza entre víctima efectiva y víctima simbólica (Girard, 18): desde este momento, Paola interpretará a Yani: “El personaje se iba a llamar Nora, pero ahora se va a llamar Yani, Yani Escobar”.

Observamos en Mitómana un profundo desplazamiento. Para terminar la película era necesario que Yani, en tanto que Nora, realizara un sacrificio: cortarse el pelo. En las nuevas condiciones de la película, este principio ritual se desplaza desde el autosacrificio como moral de trabajo hacia el sacrificio de una víctima: para terminar la película hay que sacrificar a Yani, ejercer violencia sobre su cuerpo. Paola aparece como elemento sustitutivo, se transforma en víctima sacrificable.

En su mayor parte, Mitómana fue filmada en las intersecciones de las comunas de La Pintana y Puente Alto. Pero en términos simbólicos, la película hace énfasis en espacios intermedios, de cruce, representados en pasarelas, basurales, un retén aparentemente abandonado, una vez que los intentos de Yani de hacerse pasar por enfermera fracasan.

Como en El pejesapo (2007) -la película anterior del dúo de directorxs-, se reitera en Mitómana la estrategia de filmar a un personaje en medio de situaciones cotidianas a través de procedimientos documentales. Vemos a Yani por un tiempo involucrarse en el trabajo de un centro de salud, visitar casas de personas que, enfermas o no, parecen estar dispuestas a recibir su ayuda, pero pronto esta estrategia muestra su apariencia farsesca: pues es de alguna manera evidente que Yani no forma parte de lxs funcionarixs del consultorio, que no es una enfermera y, como consecuencia, es desenmascarada. “No me sale el personaje”, se lamenta ante su mamá por teléfono cuando la llama para pedirle plata en la esquina de las calles Providencia y Carlos Antúnez.

Esta versión posicional de la identidad que se actualiza en el monólogo inicial (por otra parte, Daniel SS, protagonista de El pejesapo, decía: “Si yo me pongo la ropa de ustedes, pertenezco a ustedes”) cede ante otras fuerzas que se le oponen, otra realidad que parece no poder tocar por inaccesible, debido a una diferencia concebida como radical entre Nora / Yani / Paola y quienes habitan esos espacios intermedios, una diferencia que aparece como el límite que la actriz, para llevar a cabo su papel sacrificial, pertenecer a la comunidad, debe cruzar.


-Yo soy mejor actriz que ti. Porque tu erí de Providencia, tu erí diferente a la gente de acá.
-¿En qué?
-Erí más cuica. A ti te daban todo en la boca. A mí nunca me han dado nada en la boca.


Esta versión posicional de la identidad fracasa cuando se enfrenta a las condiciones materiales e institucionales de existencia por las cuales, esta identidad, solo puede ser vivida-actuada de manera provisoria ante la segregación clasista que construye esos espacios como marginales.

Hay una diferencia fundamental, que va más allá de las posibles dinámicas del asistencialismo, el privilegio o la autenticidad: la naturalización de las divisiones territoriales que, de paso, consolidan jerarquías sociales sostenidas en condiciones de vida injustas. Ser de Providencia significa, en este sentido, algo muy distinto a ser de La Pintana o Puente Alto, ante lo que, cualquier versión de la identidad como superficie parece incapaz de conjurar las injusticias materiales. En Mitómana, el problema de la identidad se inscribe en el ámbito de la justicia.

Cuando la autoridad y sus instituciones aparecen en su abandono (ser / llegar a ser / vivir rodeadxs por el ruido de balas, en calles mal iluminadas, de noche; rodeadxs por la presencia constante de una autoridad ausente, materializada en patrullas que solo parecen pasar, un retén abandonado, niños disfrazados de policías), adviene en la película otra forma de justicia, otro modo de contener la violencia que, al mismo tiempo que pone en peligro a las colectividades, las constituye por intermedio del sacrificio.

La víctima no sustituye a tal o cual individuo (…). Es la comunidad entera la que el sacrificio protege de su propia violencia, es la comunidad entera la que es desviada hacia unas victimas que le son exteriores. El sacrificio polariza sobre la victima unos gérmenes de disensión esparcidos por doquier y los disipa proponiéndoles una satisfacción parcial (Girard, 15).

Una vez reconocido el problema de la identidad como un asunto de justicia, estos espacios intermedios, abandonados de la autoridad y sus aparatos, son precisamente los que permiten el acceso a una dimensión distinta: la dimensión del mito en donde la escena sacrificial se lleva a cabo.


La figura de la actriz, en esta nueva dimensión, emerge como elemento de un dispositivo judicial, por lo que no importa tanto que sea Nora, Yani o Paola el objeto del sacrificio como que se done en tanto víctima sacrificable. Para ser actriz, para llegar a ser, para pertenecer a la comunidad, es necesario el sacrificio, ese espacio en el que -ante el desamparo institucional o su versión puramente performática en los territorios segregados- actriz y mitómana, identidad y víctima sacrificable, película y mito coinciden.

Yani sigue a la niña que ha servido como guía en su viaje de despojo identitario. Esta la lleva a conocer la población, sus calles, le muestra su casa, cruzan juntas la caletera, suben a las pasarelas, van al basural El Castillo, rodean el retén cercano: “En este retén no hay pacos. Se fueron a Santiago”. De pronto la película -que junto con tematizar el hecho de filmar una película parece dispersarse en un conjunto de comienzos o escenas iniciales a medio acabar- comienza de una vez por todas, hacia el final, cuando el tránsito sin objetivo aparente encuentra un destino: el camino a la casa del peluquero.


-Yo vengo a ayudarlo.
-¿De qué manera me viene a ayudar?
-Lo que pasa es que yo quiero ayudar a la gente, quiero que vivan mejor. Quiero atenderlos si están enfermos, ayudarlos con las enfermedades.
-O sea, vendría a ponerse en el mismo lugar de los demás… Todos dicen lo mismo.
-¿Pero cuál es la diferencia mía con usted?

Esta pregunta por la diferencia puede tener muchas respuestas, cada una con su propio contexto de surgimiento; pues toda división es histórica y, en este sentido, sus consecuencias son propiciadas por gobiernos reconocibles, dictaduras particulares, por grupos económicos identificables, familias que persiguieron la acumulación de riquezas; en general, por toda versión monológica de la realidad. Aun así, Mitómana parece decirnos que, en términos de las vidas sacrificables, esta pregunta continúa siendo preguntada: ¿cuál es la fundamental diferencia entre usted y yo?


Enlaces

Bibliografía
  • Girard, René. Violencia y sacrificio. Barcelona: Anagrama, 1983.

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