[La abuela protectora: reflexiones a partir de un poema de Graciela Martínez]. Por Christian Kent
"Para los que pueden ver más allá de lo que permite el ojo sensible, toda piedra, todo viento, toda agua, todo cerro es una entidad ambivalente: un daimón, un alma, una imagen". Este saber, presente tanto en el conocimiento de la tierra y sus ciclos de producción y renovación como en cierta poesía, sirve a Christian Kent (Asunción, 1983) para dar cuenta de un poema, "Jarýi" de la investigadora Graciela Martínez, y también de la necesidad de repensar la propia idea de la subjetividad, definida en términos de diferencia y oposición con el mundo y los otros.
Hacia el final de texto, podrán leer el poema de Graciela Martínez en su original guaraní y su versión castellana, realizada por la misma autora.
Varios años atrás, nos adentramos al monte de Canindeyu siguiendo los pasos de Francisco, abuelo espiritual (tamoi) de la comunidad Ava Guarani de Jasy Kany (Luna Oculta). Era nuestra intención avistar los añosos árboles de yerba mate (ka’a), de los cuales la comunidad obtiene su yerba silvícola, mediante un celoso y cuidado ritual de extracción ecológica.
Llegamos hasta uno de los árboles y el abuelo se puso en cuclillas, con una expresión severa en su rostro. Se le notaba ofendido, enojado. Desde luego, el sustento de la comunidad depende de este trabajo, pero en tal ambición se había transgredido la relación armónica entre la naturaleza y el trabajo. Se había ofendido al ka’a jarýi o duende de los árboles.
Hace unos días escuché una ponencia del pensador indígena David Choquehuanca (Bolivia), en la que daba una definición de la Pachamama (Madre Tierra) que hasta entonces me era desconocida. Decía Choquehuanca que la palabra Pacha integra un principio de equilibrio: “Garantizar los equilibrios en todo tiempo y espacio”. Según esta visión de mundo, la Tierra “piensa”, todas las cosas participan de un alma universal de la cual depende el equilibrio sagrado de la vida.
Desde el punto de vista del “modelo de desarrollo capitalista occidental” (exactas palabras de Choquehuanca), tal concepción es inadmisible. Como diría Patrick Hapur, la naturaleza ha sido vaciada de alma y ha sido reducida a materia muerta que obedece a leyes mecánicas, mientras que la cosmovisión tradicional, peyorativamente, es calificada como “animista”. Choquehuanca habla de una naturaleza objeto, podríamos agregar, de acuerdo con la jerga productivista, que se trata de una naturaleza-recurso, explotable en virtud de cierta idea de “desarrollo económico”.
Al excluirse del presupuesto de la inmediatez de la naturaleza una noción daimónica (Hapur), un principio sagrado protegido por sus jinns (el genio árabe) o numen o náyade o boggart o duende, ya no son necesarias las prácticas ceremoniales que propician una interacción respetuosa e integrativa entre el medio y la cultura. La objetivación de la naturaleza sitúa al hombre como sujeto, al margen, como un agente transformador, con planes y objetivos propios, casi siempre contradictorios con la armonía fluyente del Gran Espíritu (Nande Ru Ete).
La lógica cristiana establece una separación definitiva entre espíritu y materia, entre cuerpo y alma. En cambio, los genios protectores de la naturaleza se encuentran en una realidad intermedia. “Todo objeto natural es espiritual y físico, como si dríada y árbol fueran el interior y el exterior de la misma cosa” (Hapur). Es así que, para los que pueden ver más allá de lo que permite el ojo sensible, toda piedra, todo viento, toda agua, todo cerro es una entidad ambivalente: un daimón, un alma, una imagen. El cerro es, como dice cierto poema, “un suspiro de Tupa petrificado”. Aun así, no podemos hablar de animismo, pues tal interpretación supone una actitud fetichista por parte del observador, que atribuye fuerzas sobrenaturales a la naturaleza y la convierte en objeto de culto. Cuando, en realidad, esta pneumata es la naturaleza que aparece tal y como es. Recordemos la frase de Blake: If doors of perception were cleansed, everything would appear to man as it is: infinite. La imaginación no es aquí una producción de imágenes antojadizas o falsas, sino una disposición del espíritu, una apertura de la mirada para ver la realidad en su dimensión infinita.
En la tradición guaraní, el genius loci está vinculado a la imagen de la abuela. Cada cosa tiene su abuela protectora: y jarýi, ka’a yarýi, yvy jarýi, yvytu jarýi, ita jarýi, etc. Un precioso poema de la investigadora Graciela Martínez, titulado “Jarýi”, comienza con el verso: “En la puerta del mundo está” (Yvora rokeme oĩ). No es superior ni inferior a la forma. Tampoco es la propia forma visible, sino una realidad intermedia entre lo material y lo inmaterial, una suerte de puente que conecta permanentemente este y los otros mundos. A diferencia de la creencia cristiana, cuyo cielo y cuyo infierno trascienden este plano, aquí los distintos niveles de la realidad son simultáneos y permeables. Está, pues, como se dice en el poema de Martínez, en la puerta del mundo, adentro y afuera, o bien, como sostiene la primera ley de la hermética: a la vez arriba y abajo.
La preocupación del abuelo Francisco es legítima, pues, como también alude el poema de Martínez, “si los cuatro elementos se dañan / El duende se irrita, y tiembla la tierra” (Apyi irundy onembyairo / Jaryi ipochyro, yvy Oryryi). El chamán (o el abuelo espiritual) conoce las leyes naturales que el genio protege (“Observa y detiene / que nadie toque ni corte / ninguna madera”), y sabe cuándo estas son transgredidas. El equilibrio de la Pacha se quiebra y sobreviene el desastre. Dice Choquehuanca: “No hay cambio climático, hay crisis”. Esta crisis es el resultado del vaciamiento del gesto humano, su desmitificación, la ruptura definitiva del vínculo sagrado que sostiene el equilibro; a la madre sana, cuya leche es el agua que todos bebemos.
Resulta difícil comprender, para la mente occidental, estos espíritus a la vez terrenales y espirituales, esta naturaleza intermedia entre humano y ángel que son los duendes o daimones. Esta dificultad nos ha dado una idea de “sujeto” que es excluyente, que existe a pesar de lo otro y no en un sentido integrativo. Existe, como señala Francisco Mercier, en la lengua aymara, la palabra hihuasa, que significa: “No soy yo, somos nosotros”. Choquehuanca la define como “muerte del egocentrismo, muerte del antropocentrismo, muerte del etnocentrismo”. Si la Tierra Piensa, entonces aceptamos que también es sujeto y nuestra relación con Ella es una de transpersonalidad y, por tanto, de dialogo. Una relación, en definitiva, entre dos almas. Humanizar la naturaleza, según este punto de vista, es imposible, pues uno y otro son parte de lo mismo.
Si aceptamos estas nociones, el campo del diálogo se amplía de lo interpersonal a lo transpersonal. Nos comunicamos con sujetos “no-humanos”, portadores de conciencia y merecedores de nuestro respeto. “El Duende se alegra, germina la tierra. / El duende se alegra, / el agua está limpia” (Yvy Jaryi ovy’a, yvy omohenoi, / Y Jaryi ovy’a, / y potĩ osyry).
Imagen en cabecera
Fotograma de El pueblo, mediometraje de Carlos Saguier, 1969.
Hacia el final de texto, podrán leer el poema de Graciela Martínez en su original guaraní y su versión castellana, realizada por la misma autora.
La abuela protectora: reflexiones a partir de un poema de Graciela Martínez
“A los ojos de un hombre de Imaginación,
la naturaleza es la imaginación misma”.
William Blake
la naturaleza es la imaginación misma”.
William Blake
Varios años atrás, nos adentramos al monte de Canindeyu siguiendo los pasos de Francisco, abuelo espiritual (tamoi) de la comunidad Ava Guarani de Jasy Kany (Luna Oculta). Era nuestra intención avistar los añosos árboles de yerba mate (ka’a), de los cuales la comunidad obtiene su yerba silvícola, mediante un celoso y cuidado ritual de extracción ecológica.
Llegamos hasta uno de los árboles y el abuelo se puso en cuclillas, con una expresión severa en su rostro. Se le notaba ofendido, enojado. Desde luego, el sustento de la comunidad depende de este trabajo, pero en tal ambición se había transgredido la relación armónica entre la naturaleza y el trabajo. Se había ofendido al ka’a jarýi o duende de los árboles.
Hace unos días escuché una ponencia del pensador indígena David Choquehuanca (Bolivia), en la que daba una definición de la Pachamama (Madre Tierra) que hasta entonces me era desconocida. Decía Choquehuanca que la palabra Pacha integra un principio de equilibrio: “Garantizar los equilibrios en todo tiempo y espacio”. Según esta visión de mundo, la Tierra “piensa”, todas las cosas participan de un alma universal de la cual depende el equilibrio sagrado de la vida.
Desde el punto de vista del “modelo de desarrollo capitalista occidental” (exactas palabras de Choquehuanca), tal concepción es inadmisible. Como diría Patrick Hapur, la naturaleza ha sido vaciada de alma y ha sido reducida a materia muerta que obedece a leyes mecánicas, mientras que la cosmovisión tradicional, peyorativamente, es calificada como “animista”. Choquehuanca habla de una naturaleza objeto, podríamos agregar, de acuerdo con la jerga productivista, que se trata de una naturaleza-recurso, explotable en virtud de cierta idea de “desarrollo económico”.
Al excluirse del presupuesto de la inmediatez de la naturaleza una noción daimónica (Hapur), un principio sagrado protegido por sus jinns (el genio árabe) o numen o náyade o boggart o duende, ya no son necesarias las prácticas ceremoniales que propician una interacción respetuosa e integrativa entre el medio y la cultura. La objetivación de la naturaleza sitúa al hombre como sujeto, al margen, como un agente transformador, con planes y objetivos propios, casi siempre contradictorios con la armonía fluyente del Gran Espíritu (Nande Ru Ete).
La lógica cristiana establece una separación definitiva entre espíritu y materia, entre cuerpo y alma. En cambio, los genios protectores de la naturaleza se encuentran en una realidad intermedia. “Todo objeto natural es espiritual y físico, como si dríada y árbol fueran el interior y el exterior de la misma cosa” (Hapur). Es así que, para los que pueden ver más allá de lo que permite el ojo sensible, toda piedra, todo viento, toda agua, todo cerro es una entidad ambivalente: un daimón, un alma, una imagen. El cerro es, como dice cierto poema, “un suspiro de Tupa petrificado”. Aun así, no podemos hablar de animismo, pues tal interpretación supone una actitud fetichista por parte del observador, que atribuye fuerzas sobrenaturales a la naturaleza y la convierte en objeto de culto. Cuando, en realidad, esta pneumata es la naturaleza que aparece tal y como es. Recordemos la frase de Blake: If doors of perception were cleansed, everything would appear to man as it is: infinite. La imaginación no es aquí una producción de imágenes antojadizas o falsas, sino una disposición del espíritu, una apertura de la mirada para ver la realidad en su dimensión infinita.
En la tradición guaraní, el genius loci está vinculado a la imagen de la abuela. Cada cosa tiene su abuela protectora: y jarýi, ka’a yarýi, yvy jarýi, yvytu jarýi, ita jarýi, etc. Un precioso poema de la investigadora Graciela Martínez, titulado “Jarýi”, comienza con el verso: “En la puerta del mundo está” (Yvora rokeme oĩ). No es superior ni inferior a la forma. Tampoco es la propia forma visible, sino una realidad intermedia entre lo material y lo inmaterial, una suerte de puente que conecta permanentemente este y los otros mundos. A diferencia de la creencia cristiana, cuyo cielo y cuyo infierno trascienden este plano, aquí los distintos niveles de la realidad son simultáneos y permeables. Está, pues, como se dice en el poema de Martínez, en la puerta del mundo, adentro y afuera, o bien, como sostiene la primera ley de la hermética: a la vez arriba y abajo.
La preocupación del abuelo Francisco es legítima, pues, como también alude el poema de Martínez, “si los cuatro elementos se dañan / El duende se irrita, y tiembla la tierra” (Apyi irundy onembyairo / Jaryi ipochyro, yvy Oryryi). El chamán (o el abuelo espiritual) conoce las leyes naturales que el genio protege (“Observa y detiene / que nadie toque ni corte / ninguna madera”), y sabe cuándo estas son transgredidas. El equilibrio de la Pacha se quiebra y sobreviene el desastre. Dice Choquehuanca: “No hay cambio climático, hay crisis”. Esta crisis es el resultado del vaciamiento del gesto humano, su desmitificación, la ruptura definitiva del vínculo sagrado que sostiene el equilibro; a la madre sana, cuya leche es el agua que todos bebemos.
Resulta difícil comprender, para la mente occidental, estos espíritus a la vez terrenales y espirituales, esta naturaleza intermedia entre humano y ángel que son los duendes o daimones. Esta dificultad nos ha dado una idea de “sujeto” que es excluyente, que existe a pesar de lo otro y no en un sentido integrativo. Existe, como señala Francisco Mercier, en la lengua aymara, la palabra hihuasa, que significa: “No soy yo, somos nosotros”. Choquehuanca la define como “muerte del egocentrismo, muerte del antropocentrismo, muerte del etnocentrismo”. Si la Tierra Piensa, entonces aceptamos que también es sujeto y nuestra relación con Ella es una de transpersonalidad y, por tanto, de dialogo. Una relación, en definitiva, entre dos almas. Humanizar la naturaleza, según este punto de vista, es imposible, pues uno y otro son parte de lo mismo.
Si aceptamos estas nociones, el campo del diálogo se amplía de lo interpersonal a lo transpersonal. Nos comunicamos con sujetos “no-humanos”, portadores de conciencia y merecedores de nuestro respeto. “El Duende se alegra, germina la tierra. / El duende se alegra, / el agua está limpia” (Yvy Jaryi ovy’a, yvy omohenoi, / Y Jaryi ovy’a, / y potĩ osyry).
Jarýi de Graciela Martínez
(original guarani)
Yvóra rokême oî
omaña, ojoko
ani avave opoko, oikytî
ha ombo'i yvyra.
Ha'e héra Jarýi,
Ka'aguýre oiko
Yvytundie oñani
Ysyrére oguata.
Yvýre ojere, tatápe omimbi.
Apýi irundy, imba'e memete!
Tupã ipokatu ichupe ome'ê;
Yvytu toipeju, yvy tahi'a
Y tosyry, tata tojajái,
Yvate taipojái.
Yvórape oîva, Tupã rembiapo,
Y ha yvytu, tata ha yvy,
Apyî irundy oñembyairõ,
JARÝI ipochy ha yvy oryrýi.
Yvy Jarýi ovy'a, yvy omoheñói,
Y Jarýi ovy'a, y potî osyry.
Yvytu Jarýi ovy'a, yvytu oñani,
Tata Jarýi ovy'a, tata omimbi.
JARÝI ipochyrõ, yvy Oryrýi!!
Paraguaýpe, 23 de agosto de 2008
El duende
(traducción de la autora)
En la puerta del mundo está.
Observa y detiene
que nadie toque ni corte
ninguna madera.
Él es un duende,
habita en los bosques,
corre con el viento,
camina en las aguas.
Rodea la tierra, brilla en el fuego,
De los cuatro elementos, es dueño absoluto!
Un poder le han dado:
que soplen los vientos, que germine la tierra.
que fluyan las aguas, que brillen las llamas,
que a los cielos se eleven!
Lo que existe en el mundo, es obra divina.
El agua, el viento, el fuego, la tierra.
Si los cuatro elementos se dañan!
El Duende se irrita, y tiembla la tierra.
El Duende se alegra, germina la tierra.
El Duende se alegra, el agua está limpia.
Con el viento que sopla, se pone contento.
El fuego que brilla lo hace feliz, pero,
si el Duende se enoja, tiembla la tierra!
Asunción, 08 de julio de 2013
(original guarani)
Yvóra rokême oî
omaña, ojoko
ani avave opoko, oikytî
ha ombo'i yvyra.
Ha'e héra Jarýi,
Ka'aguýre oiko
Yvytundie oñani
Ysyrére oguata.
Yvýre ojere, tatápe omimbi.
Apýi irundy, imba'e memete!
Tupã ipokatu ichupe ome'ê;
Yvytu toipeju, yvy tahi'a
Y tosyry, tata tojajái,
Yvate taipojái.
Yvórape oîva, Tupã rembiapo,
Y ha yvytu, tata ha yvy,
Apyî irundy oñembyairõ,
JARÝI ipochy ha yvy oryrýi.
Yvy Jarýi ovy'a, yvy omoheñói,
Y Jarýi ovy'a, y potî osyry.
Yvytu Jarýi ovy'a, yvytu oñani,
Tata Jarýi ovy'a, tata omimbi.
JARÝI ipochyrõ, yvy Oryrýi!!
Paraguaýpe, 23 de agosto de 2008
El duende
(traducción de la autora)
En la puerta del mundo está.
Observa y detiene
que nadie toque ni corte
ninguna madera.
Él es un duende,
habita en los bosques,
corre con el viento,
camina en las aguas.
Rodea la tierra, brilla en el fuego,
De los cuatro elementos, es dueño absoluto!
Un poder le han dado:
que soplen los vientos, que germine la tierra.
que fluyan las aguas, que brillen las llamas,
que a los cielos se eleven!
Lo que existe en el mundo, es obra divina.
El agua, el viento, el fuego, la tierra.
Si los cuatro elementos se dañan!
El Duende se irrita, y tiembla la tierra.
El Duende se alegra, germina la tierra.
El Duende se alegra, el agua está limpia.
Con el viento que sopla, se pone contento.
El fuego que brilla lo hace feliz, pero,
si el Duende se enoja, tiembla la tierra!
Asunción, 08 de julio de 2013
Imagen en cabecera
Fotograma de El pueblo, mediometraje de Carlos Saguier, 1969.
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