[El caracú de una traducción]. Por Christian Kent

Christian Kent (Asunción, Paraguay, 1983) escribe desde la cuarentena en su ciudad natal sobre un pequeño descubrimiento, la palabra guaraní caracú que encontró en la traducción realizada por Borges de Orlando de la escritora británica Virginia Woolf. Sobre esta particular elección y las afinidades del escritor argentino con el pueblo guaraní, nos cuenta en el siguiente texto.

El caracú de una traducción

Creo haber encontrado, en la versión castellana de Borges del Orlando de Virginia Woolf, una picardía del traductor.
La picardía que creo haber hallado en esta traducción, publicada en uno de esos primorosos libritos de tapa dura de la editorial Bruguera, tiene que ver con una palabra que no es original del castellano, sino del guaraní.
La encontramos en una escena muy especial de la novela, cuando Orlando, entonces todavía un hombre, conoce a una princesa moscovita que arrastra un nombre interminable: Marusha Stanislovska Dagmar Natasha Iliana Romanovich. Los dos jóvenes están frente a frente, en una larga mesa puesta para agasajar a una comitiva de notables. La princesa Marusha, al igual que Orlando, como convenía a la juventud ilustrada y sensible de la época, hablaban fluidamente el francés, a diferencia del resto de la mesa, para quienes era inaccesible. Marusha habló a cierto Conde y a cierto Lord en francés y ellos, desconcertados, hicieron lo que Borges traduce de esta manera:
"Uno le sirvió copiosamente salsa de rábano, otro silbó a su perro y le hizo pedir caracú".
He ahí la travesura de Borges. Podía haber escogido, para mejor comprensión del mundo panhispánico, la palabra tuétano, o aún, si solo quisiese ser rebuscado: médula. Sin embargo, prefirió decir caracú, que es una palabra que solo puede ser saboreada en el Río de la Plata y, tal vez, sólo por ciertos argentinos y por todos los paraguayos. Debo confesar que hasta hace poco desconocía si en el léxico porteño existía esta palabra o si acaso existió en la época en que Borges trabajó en esta traducción (1937). Hice la pregunta entre unos amigos bonaerenses y me dijeron que sí, que se usa, como aquí, la palabra caracú, que, como nosotros sabemos, es guaraní. ¿Lo sabría también Borges? Lo más probable es que sí.
Y no lo digo solamente por su vastísima erudición, sino porque además Borges, que infiltró algo de literatura en su propia biografía, afirmaba ser “uno de los miles de descendientes de una india guaraní, concubina de Irala”. Parece ser que una buena parte de los argentinos desciende de Irala y sus innumerables concubinas. Solo sabemos el nombre de una de sus amantes, Agueda, cuya hija, Isabel de Irala está relacionada por línea materna con otra poeta argentina: Victoria Ocampo. Ocampo es la responsable de sacar a Agueda, en sus palabras, del “bastidor de la historia”, y cuando le tocó hablar de Irala, dijo: “En lo que a mí toca, me siento solidaria de la criada, no del patrón”.
A diferencia de Roa Bastos que, en un vergonzoso ensayo que fue inmortalizado por la revista Cuenco (la cuarentena me priva del libro en este momento), dijo que el guaraní era inconveniente para la salud de la novela paraguaya, Borges, en cambio, lo apreciaba. Dijo esto para un diario llamado El Litoral, en un artículo titulado “Borges asevera que la patria está en Corrientes”:
“… es una lástima que se vaya perdiendo la práctica del idioma guaraní. Leopoldo Lugones decía, curiosamente, que en guaraní, la Luna es macho y el Sol es hembra. (...) El guaraní es muy bello. Me han dicho que Uruguay significa ‘río de los pájaros’, y qué Iguazú se traduce como ‘aguas grandes’”.
“En mis venas corre al menos una gota de sangre guaraní”, decía Borges orgulloso o fantasioso, vaya a saber. Pero creo que algunas de estas menciones son suficientes para aventurar que conocía el origen guaranítico de la palabra caracú, que, ciertamente, es más hermosa que tuétano y algo menos pedante que médula. El caracú, además, no es solamente la carne del hueso, donde es fabricada la sangre (para los hebreos, donde reside el alma), sino que además es una metáfora de aquello que es más elemental. Podría decirse: “Tal música me penetró hasta el caracú”. O que “ahí está el caracú de la cuestión”.
Ciertamente, es una exquisita sorpresa encontrar, en una mesa inglesa, en el plato de una distinguida princesa moscovita que solo existe en la literatura de Woolf, una porción de caracú.

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