[“Dejé de cantar al dolor para siempre”. Entrevista y poemas de Blanca Andreu]. Por Natalia Figueroa y Sofía Vaisman
La siguiente entrevista a la poeta Blanca Andreu (1959) fue realizada en su ciudad natal, La Coruña, España, en febrero de 2019 por Natalia Figueroa (1983) y Sofía Vaisman (1993). Andreu, premiada autora de De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1980), La tierra transparente (2002) y Los archivos griegos (2010), entre otras publicaciones, habla del éxito de su primer libro, las críticas que recibió de parte de los "poetas de la experiencia", de su poética, su relación con la lengua y la poesía.
Hacia el final de la entrevista podrás leer una selección de poemas de Los archivos griegos.
Blanca, en 1994 publicaste una recopilación de tus tres primeros libros llamada El sueño oscuro. El siguiente libro que publicaste, en 2002, fue La tierra transparente. Comentando las diferencias entre un libro y otro, dijiste que tu “concepción del mundo se transformó por completo”. ¿Podrías hablarnos de eso?
Me gusta el salto ese de El sueño oscuro a La tierra transparente. Yo a los 28 años descubrí muchas cosas. Recuerdo que mi marido, Juan Benet, novelista, me decía: tú no piensas, tú solamente tienes destellos. Y es verdad: yo no tenía capacidad para reflexionar, para seguir un hilo mental. En esa época, tuve unas circunstancias vitales terribles, la más trágica fue la muerte de mi hermano mayor que tenía 36 años. Y yo empecé a percibir cosas. Aunque estaba volcada en la poesía, filosóficamente yo era muy materialista: no tenía una noción de lo que era la trascendencia. Entonces, en esa época tan “oscura”, me topé con el mal trascendente. Siempre había pensado que el mal era brutalidad o torpeza, y ahí descubrí que no, que podía ser inteligente, y que era trascendente.
Entonces me dije que si existía el mal trascendente, también tenía que existir el bien trascendente. Entonces me puse a investigar, me leí a todos los filósofos, todo lo que decían de Dios, desde los presocráticos en adelante, me leí hasta Duns Scoto –yo creo que soy la única persona en el mundo que se lo ha leído entero– y, claro, si buscas, encuentras. Y toda mi concepción de la vida cambió. Tuve que volver completamente del revés, porque todo aquello en lo que yo había creído, resulta que se desmoronó, y apareció algo en lo que creer, de mucho más peso específico. Me puse a estudiar religiones –que todavía sigo, sobre todo mística, si bien yo no creo en ninguna religión, creo que todas son verdaderas y todas son falsas. Creo que son como ese verso de San Juan de la Cruz del "Cántico espiritual" que dice “de lo que del amado en ti concibes”. Pues las religiones son lo que los pueblos conciben de la divinidad. Entonces en lo profundo, aciertan, pero todo lo demás es un aparato político, una forma arcaica que tenía la política.
Pero volviendo a lo que decía, también descubrí otra cosa, que suena a locura aunque a mí me da igual que suene a locura –la locura en realidad es general, yo creo que todos estamos locos, porque todos estamos fuera de la norma–. Pero lo que descubrí fue referente a la poesía. Descubrí que los poetas somos como profetas menores, que lo que escribimos se cumple y, en realidad, no sé si es que marcas pautas del futuro escribiendo o si es que lo puedes prever, pero el caso es que descubrí esto, porque algunos poemas míos se realizaron, se actualizaron, se cumplieron, y eso me asustó mucho, pero me di cuenta de que lo que se escribe, se vive.
Entonces yo, que siempre había usado la poesía para consolarme, para aliviar mis dolores, dejé de cantar al dolor para siempre. Y, también, dejé de usar la muerte –la muerte siempre se usa en la poesía, cuanto más adolescente eres más la usas pues pintar con negros es muy fácil, es lo más fácil–. E, incluso, cuando descubrí esa relación, intenté hacer trampa. Y pasaron unas cosas muy cómicas, porque no se puede hacer trampa. En aquel momento había muerto mi marido y yo quería que viniera alguien. Escribí un poema donde yo decía que quería que viniera un hombre valiente a mi vida, porque la viudez es una cosa que asusta mucho a los caballeros –salvo a Mahoma, cuyas mujeres eran todas viudas a excepción de una–. Entonces hice un poema muy astuto para que apareciera en mi vida alguien valiente. Bueno, ¿tú sabes lo que apareció?, no te lo vas a creer. Yo vivía al lado de la Puerta del sol en ese tiempo y, al día siguiente, apareció un enano torero. ¡Un enano torero! Claro, es gente de un valor extraordinario. Pero todo esto fue un gran plomazo porque tú no puedes organizarte el destino y favorecerte escribiendo poemas, la cosa no va así y te digo: a partir de entonces, de esos descubrimientos metafísicos, empezaron a sucederme una cantidad enorme de coincidencias, que luego yo leyendo el libro de Paul Auster sobre las coincidencias, yo decía: pero bueno, si esto que cuenta este hombre son tres tonterías comparado con las conexiones que se me presentaron en aquel tiempo.
Yo siempre he sido ególatra como todo poeta, pero entonces me di cuenta de que había que contar con los demás activamente, es decir, había que ayudar en la vida, que no bastaba con hacer poemas, que había que acabar con la pobreza, entonces me impliqué en otros asuntos sociales y también cambió mi conducta personal porque claro, desde el momento en que confieres que existe un testigo universal, ya no puedes dejar la caca del perro en el suelo, aunque estés a solas.
¿A esto te referías entonces, cuando en una entrevista dijiste que “los poetas tienen que ser conscientes de su responsabilidad metafísica”?
El poeta, el verdadero, no el que hace mistificaciones o artefactos poéticos, saca algo de la no existencia a la existencia. Entonces hay una responsabilidad en lo que se saca. Si sacas oscuridad –que se lleva mucho, esa es una moda general–, esa oscuridad tiene peso. Yo creo que la palabra hablada tiene mucho peso, la pensada también tiene peso, pero la palabra hablada más, y la escrita a veces decreta. Decreta. Entonces los poetas, y los artistas en general, tienen que ser conscientes. Claro que no se sabe qué es antes, el huevo o la gallina, pero se han dado casos; por ejemplo, el episodio del gas sarín en Japón, había aparecido antes en una novela; las torres gemelas estaban en la carátula de un disco. ¿Es que lo han presentido? Puede ser, pero si presientes algo así, es mejor que destruyas esa percepción, que la combatas, no que la apoyes o alientes.
Yo tengo mucho cuidado de lo que escribo, de hecho escribo poquísima poesía, pero cuando me viene algún poema, siempre me viene por un enamoramiento; de una persona o por ejemplo de Grecia, de algo. El último que escribí fue sobre un gorrión –que por cierto se están extinguiendo los gorriones, ya no queda ni uno en Londres, ni en Amsterdam, en Madrid se pierden veinte o treinta mil al año, se están extinguiendo en todo el planeta, eso es peligrosísimo–. Pero tengo mucho cuidado para no manchar más el mundo y sobre todo el mundo del arte que tiene una deriva por lo menos en Europa, muy siniestra, no hay más que ver las solapas de los libros, es que también es más fácil pintar con tinta china que con acuarela. Y luego también, parece que es más cool, o sea si una novela termina bien, es una mala novela.
En tus libros La tierra transparente (2002) y Los archivos griegos (2010), hay varias secciones dedicadas al mar. ¿Podrías hablarnos del sentido que tú le das al mar?
El mar es mi mezquita. Yo nací aquí en La Coruña, en la casa donde nací ahora hay una sociedad deportiva, pero antes había una playa, era la bahía. Nací aquí y luego viví en otra ciudad, a media hora del mar, del mediterráneo. O sea que he tenido el océano y el mediterráneo, dos mares muy distintos, pero yo los necesito para vivir. Un verano que pasé en Madrid, me ahogaba si no veía agua, un obrero amigo mío me vino a buscar una noche para irnos al Retiro, y entonces él me puso en el centro de un estanque porque es que me moría si no. El mar me sirve de elemento de contemplación y, como te dije, es mi mezquita, el lugar donde yo mejor puedo hacer oración porque se aúna la belleza y la magnificencia, yo lo amo. Por eso soy tan feliz cuando voy a Grecia: el mar griego todo lleno de islas es lo más bonito que yo haya visto.
¿Cómo comienza tu relación con la poesía?
El primer poema que compuse, a mis cinco años, era sobre un ciervo –creo que porque había visto Bambi y me había dejado traumatizada–. Se lo mostré a mi madre y ella me dijo: no, eso no es una poesía porque no rima, con lo cual ya no volví a escribir. El primer poema que descubrí, cuando tenía nueve años, fue uno de Federico García Lorca, infantil, que se titula “El lagarto y la lagarta”. Yo estaba leyendo tranquilamente esos libros de poesía para niños, Juana de Ibarbourou, “La higuera” y tal y cual, que me gustaban mucho porque eran como cuentecitos en otro orden de cosas, pero leyendo “El lagarto y la lagarta”, había un momento en que Federico dice “el sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso”, y aquello fue como si tomara un LSD, me abrió la mente, porque lo vi, y entonces me di cuenta de que detrás de las palabras y de las historias, había algo más.
Y luego ya empecé a escribir poemas como a los doce, trece años –muy malos, claro–, y a los catorce me dieron un premio, muy importante, de redacción. Era un premio que se hacía para todos los niños de esa edad, en toda España, organizado por el Ministerio de Cultura y Coca-Cola, y el premio era un premiazo, porque era un viaje a Colombia sola, o sea, con el otro niño que había ganado, con el Director general de cultura que se apuntó y el de marketing de Coca-Cola, pero yo era una niña que hacía un viaje trasatlántico –en aquel tiempo no viajaba nadie– y ahí tomé conciencia de escritora. Yo en el colegio fui una estudiante fatal porque yo estaba todo el día en la última fila leyendo. Solamente me importaba la clase de historia, la de literatura y la de redacción, pero a partir de ese premio, le dedicaba una cantidad enorme de tiempo a hacer una redacción, todavía me recuerdo intentando poner en el papel cómo los cantos del río miraban el sol, horas ahí dándole vueltas a eso. Pero, como decía, a raíz de ese viaje tomé conciencia de escritora, y en mi casa también, porque me traje todos los cartelitos de los hoteles que decían “por favor no moleste” y a partir de ese momento tuve una habitación propia. Yo ponía llave, ponía el papel, y me dejaban no ir a comer si es que estaba escribiendo. Y luego mi padre, que había tenido veleidades poéticas de joven y que estaba muy orgulloso, me lo permitió. Me permitió que yo fuera una marginal académica.
En tu poema “Oda a los perros de Atenas”, escribiste: “Que sea alado mi poema / y no volátil”. ¿Qué entiendes por un poema volátil?
Pues un poema que no tiene recorrido, que se desaparece, que es volátil como un gas volátil que desaparece, que no tiene trascendencia ni peso. Sin embargo, lo alado… la victoria es alada, ¿no?
¿Qué consejo le darías a alguien que se está iniciando en poesía?
Que vaya a las fuentes. Está bien: que lea a sus amiguetes, que lea a la gente que tenga cerca, pero que beba de las fuentes porque es la única manera si es que no quiere repetir. Había un escritor español que en otro orden de cosas dijo una frase que a mí me gusta mucho: “Lo que no es tradición, es plagio”. Y para mí es una gran verdad, y referido a la poesía, si tú vas a las grandes fuentes, al estilo noble, que lea los poemas de la Biblia, que lea a Shakespeare, que Shakespeare, aunque sea teatro en su mayor parte, es el bardo de Occidente por excelencia; que lea la lírica primitiva griega, que yo la estuve leyendo en Paros y me di cuenta de que son poemas, lo que te decía de los poemas alados, que están completamente vivos, muchos de ellos. Los podrían haber escrito ayer. Yo recomendaría eso pero, sobre cualquier cosa, que vayan a los grandes, que lean a los grandes, que no lean a Pepito a ver si escribe mejor que él. Que vayan a las fuentes, allí está el agua que mana, que vayan al manantial.
En La tierra transparente (2002) hay un capítulo llamado “El salmo musulmán” y otro llamado “El libro de Juan” y, ahora que has mencionado que te gusta orar frente al mar, me preguntaba si tal vez tú haces alguna relación entre la palabra poética y la palabra sagrada o entre la poesía y la oración.
Bueno, por ejemplo, David es el primer poeta de nuestra cultura, entonces ahí en los salmos está el estilo noble. Es un lenguaje maravilloso, tiene unas imágenes impresionantes que la gente desconoce por el prejuicio religioso. Pero esas no son palabras sagradas, no sé, a lo mejor para los católicos sí. Los salmos son oraciones, pero poéticas, de gran belleza, eso poca gente lo alcanza. En mi caso he escrito eso de “El salmo musulmán”. Ojalá yo fuera capaz de hacer un salterio moderno, pero me parece imposible. Cuando hago oración es de forma muy sencilla, cojo de las religiones lo que me voy encontrando, lo que me convence, y eso es lo que uso cuando quiero hacer oración ritual y, si no, pues hago también una cosa que viene del judaísmo que tiene un nombre diabólico que no sé pronunciar, que es la meditación autorreflexiva ante dios. Que te limpia de todo lo que vas acumulando, de toda la basura mental que vamos recogiendo en la vida.
En una entrevista de 2010 dijiste que los poemas preexisten, ¿a qué te referías con eso?
Bueno, es muy platónica esa idea. Platón consideraba que las ideas eran preexistentes. Yo he tenido alguna experiencia con poemas que me han venido como al dictado y, a veces, me imagino que el poeta es como un cazador, como un cazador a la griega, que se tiene que purificar antes y… no sé, de algunos libros de poesía se dice “mira, este ha cazado un ciervo” o “una pantera negra”, pero es una metáfora. Y esa metáfora me viene porque yo creo que el ciervo está ahí. La pantera está ahí. Y nunca se sabe, a lo mejor crees que has estado cazando ciervos y lo que has cogido es un conejo o un hurón.
Algunas veces –que eso me encanta porque es comodísimo– he escrito como al dictado. Incluso hay un poema ahí que me lo encontré en el ordenador, y ni siquiera sabía si era mío. Tuve que hablar con un poeta amigo, estuvimos analizándolo y al final, por determinadas claves, concluimos que lo había escrito yo. Es uno que se llama “Primera conclusión”, que es un poema moral. Por eso yo siempre cuando lo leo en público, digo: “Si alguien quiere el copyright que aporte sus pruebas y yo lo devuelvo”. Pero en principio, ese poema fue de ese tipo, o sea que se me dio.
¿Cuál dirías que es hoy el sentido de escribir poesía?
Pues el mismo que tenía en la Edad de piedra, de quien quisiera hacer una frase bella. El arte de la bella palabra es el mismo, siempre es el mismo. Por una parte es un afán loco, pero, por otra, yo pienso que es el arte superior del espíritu, igual que el arte superior de los sentidos es la música; porque la poesía es inmaterial, no tiene soporte. Un poema se puede idear y ni siquiera verbalizar, y por eso pienso que tiene la misma función que tenía desde que el mundo es mundo. Que no sabemos muy bien cuál es, pero que es necesaria y se ve que es necesaria porque justo en los países donde hay más pobreza y más escasez, es donde más culto hay a la poesía. Por ejemplo, leí que en Afganistán la gente pobre terminaba de trabajar y se reunía a recitar, a recitar poemas de Rumi porque es el alimento del espíritu.
De tu primer libro De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1981), se hicieron varias críticas, entre ellas, que los poemas eran pura “palabrería confusa, ingenuas ingeniosidades léxicas, asociaciones caprichosas de novicia algo torpona”. ¿Qué piensas hoy sobre esas críticas?
Cuando saqué ese libro se produjo en España un boom, porque justo al día siguiente de concederme el premio, me sacaron en el telediario de las 2:00. Yo era muy jovencita y entonces solamente había dos cadenas en España: todo el mundo veía ese telediario. Luego salieron críticas, no solo en las revistas literarias sino en los periódicos de provincias, en todas partes, y en ese momento solamente hubo una crítica negativa, de un profesor de Murcia que decía que mi poesía no tenía ritmo.
Y luego, encabezados por Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes, vinieron las críticas de los poetas de la experiencia, que entonces no existían –parece ser que su salida es atacando, atacándome–, porque una generación siempre mata a la anterior, pero ellos en vez de matar a los novísimos me mataron a mí, que soy su contemporánea. Esa banda sí que se metió conmigo, pero daba igual porque yo ya estaba en las enciclopedias. Daba igual, porque no lograron matarme. Sí que lograron el poder, ellos tienen el poder poético, ellos tienen los premios, las editoriales, todo eso, pero a mí no me importa porque yo siempre puedo publicar donde quiera; me traducen, ahora me acaban de traducir al chino, me meten en las antologías, etcétera. Lo de ellos ha sido una batalla inútil y, de hecho, algunos están arrepentidos. Lo sé porque me han llegado mensajes. Yo tengo algunos amigos, poetas de la experiencia, sobre todo Vicente Gallego y Carlos Marzal –que es el amor hecho hombre–, y a través de ellos me han llegado mensajes para que amnistíe a uno u otro, pero es que a mí me aburren, me parecen falsos. Y en cuanto a García Montero, pues me divierte que seamos enemigos, le he escrito algunos sonetos injuriosos, no los publico, pero se los paso a los amigos y nos reímos y, bueno, está bien tener un enemigo literario. Además, yo lo veo en franca decadencia porque cada vez tiene más poder y eso va totalmente contra la poesía. Se presentó para presidir la comunidad de Madrid, no salió, y luego como diputado, y eso confirma mi teoría porque yo siempre dije: este chico ha equivocado su vocación, porque es lo que es, un político. Me comentaba hace poco una prima: “Ay, que disgusto tendrás que es director del Cervantes”. Pero si yo estoy encantada, porque a mí el único sitio que me gusta ir con el Cervantes es a Grecia –que ya puedo ir por mi cuenta y, además, pagan tan mal… me invitaron a París hace un par de años y es que no me salen las cuentas–. Claro, no me apetece. No me importa, me gusta que cada vez tenga más barriga y sea más feo. Él era guapo de joven y eso se lo ha labrado él, porque alguien que es bello y se convierte en feo, es porque lo ha ido labrando. Entonces me divierte, la verdad, y si has visto esas críticas porque son las primeras que aparecen, pues también me gusta porque entonces la gente dice “uy, esta que mala debe ser” y luego me leen y dicen “ah, pues no está tan mal”, y eso va a mi favor.
Las críticas también se referían a una especie de “melopea neosurrealista”.
El surrealismo francés no me interesa para nada, sin embargo, me interesan dos grandes libros surrealistas en castellano. Uno es Poeta en Nueva York, de Lorca, y otro es Residencia en la tierra de Neruda, que ahora me parece muy oscuro, no me lo leo todos los días. Pero con esos libros yo aprendí muchísimo porque incorporan todos los tesoros del idioma. Los recursos que utilizan estaban ya en el Siglo de oro o en Virgilio, pero estaban como en una gota y en estos otros libros, en cambio, están en expansión. Y se diferencian del surrealismo francés en que tienen un componente emocional, que el surrealismo ortodoxo no. Yo cuando escribí ese libro, no sabía que era surrealista. Y cuando me dieron el premio Adonáis, me sentí con una vergüenza tan espantosa, porque me parecía que me estaban exhibiendo, que yo ahí estaba desnuda ante el respetable público. Me empezaron a decir que era surrealista pero no era una pretensión mía, era el fruto de todas mis lecturas y sentimientos. Entonces no llamas surrealista a John Pierce, ¿por qué no?, tampoco a los simbolistas franceses. Eso fue una artimaña, pero lo bueno es que cuando ellos aparecen atacándome, yo ya tenía mi puesto, o sea, si yo hubiera sacado mi libro y hubiera habido malas críticas yo nunca más hubiera vuelto a escribir, porque me habría hundido. Yo he visto cómo se puede matar a un poeta o a un escritor con una crítica, porque a esas edades, además, eres frágil.
¿Cuál es tu relación con Grecia? Pienso en un poema en que dices: “me he preguntado muchas veces por qué llevo a Grecia en el alma”.
Y no me lo he podido responder. Pero la llevo, y algo hay allí mío porque cuando voy, siempre me pasan cosas maravillosas. Y la primera vez que fui, a la semana me preguntaban las direcciones y yo las sabía. Llegué y me sentí como si estuviera en casa, una sensación de: cómo ha podido pasar esto, cómo esta coincidencia. Acontecimientos muy felices, entonces hay algo allí, hay una historia de amor, yo amo a Grecia, pero Grecia me devuelve el amor.
Natalia Figueroa (La Serena, Chile, 1983). Poeta. Autora de Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo (Das Kapital, 2014; Liliputienses, 2017), libro que obtuvo el premio a la Mejor Obra Literaria publicada el año 2015 del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Ha traducido desde el griego moderno Diarios de exilio (Cuadro de Tiza, 2015) y Canción de mi hermana (Bordelibre, 2016), ambos de Giannis Ritsos.
Sofía Vaisman (Santiago de Chile, 1993). Licenciada en Música con mención en Composición por la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Diplomada en Escritura Creativa por la Universidad Diego Portales. Es autora de los libros de poesía Pasillos de tiempos precoces (Valparaíso: Planeta de Papel, 2015) y No le pongamos nombre a lo nuestro (Buenos Aires: Puntos Suspensivos, 2018).
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Hacia el final de la entrevista podrás leer una selección de poemas de Los archivos griegos.
“Dejé de cantar al dolor para siempre”. Entrevista y poemas de Blanca Andreu
Blanca, en 1994 publicaste una recopilación de tus tres primeros libros llamada El sueño oscuro. El siguiente libro que publicaste, en 2002, fue La tierra transparente. Comentando las diferencias entre un libro y otro, dijiste que tu “concepción del mundo se transformó por completo”. ¿Podrías hablarnos de eso?
Me gusta el salto ese de El sueño oscuro a La tierra transparente. Yo a los 28 años descubrí muchas cosas. Recuerdo que mi marido, Juan Benet, novelista, me decía: tú no piensas, tú solamente tienes destellos. Y es verdad: yo no tenía capacidad para reflexionar, para seguir un hilo mental. En esa época, tuve unas circunstancias vitales terribles, la más trágica fue la muerte de mi hermano mayor que tenía 36 años. Y yo empecé a percibir cosas. Aunque estaba volcada en la poesía, filosóficamente yo era muy materialista: no tenía una noción de lo que era la trascendencia. Entonces, en esa época tan “oscura”, me topé con el mal trascendente. Siempre había pensado que el mal era brutalidad o torpeza, y ahí descubrí que no, que podía ser inteligente, y que era trascendente.
Entonces me dije que si existía el mal trascendente, también tenía que existir el bien trascendente. Entonces me puse a investigar, me leí a todos los filósofos, todo lo que decían de Dios, desde los presocráticos en adelante, me leí hasta Duns Scoto –yo creo que soy la única persona en el mundo que se lo ha leído entero– y, claro, si buscas, encuentras. Y toda mi concepción de la vida cambió. Tuve que volver completamente del revés, porque todo aquello en lo que yo había creído, resulta que se desmoronó, y apareció algo en lo que creer, de mucho más peso específico. Me puse a estudiar religiones –que todavía sigo, sobre todo mística, si bien yo no creo en ninguna religión, creo que todas son verdaderas y todas son falsas. Creo que son como ese verso de San Juan de la Cruz del "Cántico espiritual" que dice “de lo que del amado en ti concibes”. Pues las religiones son lo que los pueblos conciben de la divinidad. Entonces en lo profundo, aciertan, pero todo lo demás es un aparato político, una forma arcaica que tenía la política.
Pero volviendo a lo que decía, también descubrí otra cosa, que suena a locura aunque a mí me da igual que suene a locura –la locura en realidad es general, yo creo que todos estamos locos, porque todos estamos fuera de la norma–. Pero lo que descubrí fue referente a la poesía. Descubrí que los poetas somos como profetas menores, que lo que escribimos se cumple y, en realidad, no sé si es que marcas pautas del futuro escribiendo o si es que lo puedes prever, pero el caso es que descubrí esto, porque algunos poemas míos se realizaron, se actualizaron, se cumplieron, y eso me asustó mucho, pero me di cuenta de que lo que se escribe, se vive.
Entonces yo, que siempre había usado la poesía para consolarme, para aliviar mis dolores, dejé de cantar al dolor para siempre. Y, también, dejé de usar la muerte –la muerte siempre se usa en la poesía, cuanto más adolescente eres más la usas pues pintar con negros es muy fácil, es lo más fácil–. E, incluso, cuando descubrí esa relación, intenté hacer trampa. Y pasaron unas cosas muy cómicas, porque no se puede hacer trampa. En aquel momento había muerto mi marido y yo quería que viniera alguien. Escribí un poema donde yo decía que quería que viniera un hombre valiente a mi vida, porque la viudez es una cosa que asusta mucho a los caballeros –salvo a Mahoma, cuyas mujeres eran todas viudas a excepción de una–. Entonces hice un poema muy astuto para que apareciera en mi vida alguien valiente. Bueno, ¿tú sabes lo que apareció?, no te lo vas a creer. Yo vivía al lado de la Puerta del sol en ese tiempo y, al día siguiente, apareció un enano torero. ¡Un enano torero! Claro, es gente de un valor extraordinario. Pero todo esto fue un gran plomazo porque tú no puedes organizarte el destino y favorecerte escribiendo poemas, la cosa no va así y te digo: a partir de entonces, de esos descubrimientos metafísicos, empezaron a sucederme una cantidad enorme de coincidencias, que luego yo leyendo el libro de Paul Auster sobre las coincidencias, yo decía: pero bueno, si esto que cuenta este hombre son tres tonterías comparado con las conexiones que se me presentaron en aquel tiempo.
Yo siempre he sido ególatra como todo poeta, pero entonces me di cuenta de que había que contar con los demás activamente, es decir, había que ayudar en la vida, que no bastaba con hacer poemas, que había que acabar con la pobreza, entonces me impliqué en otros asuntos sociales y también cambió mi conducta personal porque claro, desde el momento en que confieres que existe un testigo universal, ya no puedes dejar la caca del perro en el suelo, aunque estés a solas.
Natalia Figueroa, Blanca Andreu y Sofía Vaisman
¿A esto te referías entonces, cuando en una entrevista dijiste que “los poetas tienen que ser conscientes de su responsabilidad metafísica”?
El poeta, el verdadero, no el que hace mistificaciones o artefactos poéticos, saca algo de la no existencia a la existencia. Entonces hay una responsabilidad en lo que se saca. Si sacas oscuridad –que se lleva mucho, esa es una moda general–, esa oscuridad tiene peso. Yo creo que la palabra hablada tiene mucho peso, la pensada también tiene peso, pero la palabra hablada más, y la escrita a veces decreta. Decreta. Entonces los poetas, y los artistas en general, tienen que ser conscientes. Claro que no se sabe qué es antes, el huevo o la gallina, pero se han dado casos; por ejemplo, el episodio del gas sarín en Japón, había aparecido antes en una novela; las torres gemelas estaban en la carátula de un disco. ¿Es que lo han presentido? Puede ser, pero si presientes algo así, es mejor que destruyas esa percepción, que la combatas, no que la apoyes o alientes.
Yo tengo mucho cuidado de lo que escribo, de hecho escribo poquísima poesía, pero cuando me viene algún poema, siempre me viene por un enamoramiento; de una persona o por ejemplo de Grecia, de algo. El último que escribí fue sobre un gorrión –que por cierto se están extinguiendo los gorriones, ya no queda ni uno en Londres, ni en Amsterdam, en Madrid se pierden veinte o treinta mil al año, se están extinguiendo en todo el planeta, eso es peligrosísimo–. Pero tengo mucho cuidado para no manchar más el mundo y sobre todo el mundo del arte que tiene una deriva por lo menos en Europa, muy siniestra, no hay más que ver las solapas de los libros, es que también es más fácil pintar con tinta china que con acuarela. Y luego también, parece que es más cool, o sea si una novela termina bien, es una mala novela.
En tus libros La tierra transparente (2002) y Los archivos griegos (2010), hay varias secciones dedicadas al mar. ¿Podrías hablarnos del sentido que tú le das al mar?
El mar es mi mezquita. Yo nací aquí en La Coruña, en la casa donde nací ahora hay una sociedad deportiva, pero antes había una playa, era la bahía. Nací aquí y luego viví en otra ciudad, a media hora del mar, del mediterráneo. O sea que he tenido el océano y el mediterráneo, dos mares muy distintos, pero yo los necesito para vivir. Un verano que pasé en Madrid, me ahogaba si no veía agua, un obrero amigo mío me vino a buscar una noche para irnos al Retiro, y entonces él me puso en el centro de un estanque porque es que me moría si no. El mar me sirve de elemento de contemplación y, como te dije, es mi mezquita, el lugar donde yo mejor puedo hacer oración porque se aúna la belleza y la magnificencia, yo lo amo. Por eso soy tan feliz cuando voy a Grecia: el mar griego todo lleno de islas es lo más bonito que yo haya visto.
¿Cómo comienza tu relación con la poesía?
El primer poema que compuse, a mis cinco años, era sobre un ciervo –creo que porque había visto Bambi y me había dejado traumatizada–. Se lo mostré a mi madre y ella me dijo: no, eso no es una poesía porque no rima, con lo cual ya no volví a escribir. El primer poema que descubrí, cuando tenía nueve años, fue uno de Federico García Lorca, infantil, que se titula “El lagarto y la lagarta”. Yo estaba leyendo tranquilamente esos libros de poesía para niños, Juana de Ibarbourou, “La higuera” y tal y cual, que me gustaban mucho porque eran como cuentecitos en otro orden de cosas, pero leyendo “El lagarto y la lagarta”, había un momento en que Federico dice “el sol, capitán redondo, lleva un chaleco de raso”, y aquello fue como si tomara un LSD, me abrió la mente, porque lo vi, y entonces me di cuenta de que detrás de las palabras y de las historias, había algo más.
Y luego ya empecé a escribir poemas como a los doce, trece años –muy malos, claro–, y a los catorce me dieron un premio, muy importante, de redacción. Era un premio que se hacía para todos los niños de esa edad, en toda España, organizado por el Ministerio de Cultura y Coca-Cola, y el premio era un premiazo, porque era un viaje a Colombia sola, o sea, con el otro niño que había ganado, con el Director general de cultura que se apuntó y el de marketing de Coca-Cola, pero yo era una niña que hacía un viaje trasatlántico –en aquel tiempo no viajaba nadie– y ahí tomé conciencia de escritora. Yo en el colegio fui una estudiante fatal porque yo estaba todo el día en la última fila leyendo. Solamente me importaba la clase de historia, la de literatura y la de redacción, pero a partir de ese premio, le dedicaba una cantidad enorme de tiempo a hacer una redacción, todavía me recuerdo intentando poner en el papel cómo los cantos del río miraban el sol, horas ahí dándole vueltas a eso. Pero, como decía, a raíz de ese viaje tomé conciencia de escritora, y en mi casa también, porque me traje todos los cartelitos de los hoteles que decían “por favor no moleste” y a partir de ese momento tuve una habitación propia. Yo ponía llave, ponía el papel, y me dejaban no ir a comer si es que estaba escribiendo. Y luego mi padre, que había tenido veleidades poéticas de joven y que estaba muy orgulloso, me lo permitió. Me permitió que yo fuera una marginal académica.
En tu poema “Oda a los perros de Atenas”, escribiste: “Que sea alado mi poema / y no volátil”. ¿Qué entiendes por un poema volátil?
Pues un poema que no tiene recorrido, que se desaparece, que es volátil como un gas volátil que desaparece, que no tiene trascendencia ni peso. Sin embargo, lo alado… la victoria es alada, ¿no?
¿Qué consejo le darías a alguien que se está iniciando en poesía?
Que vaya a las fuentes. Está bien: que lea a sus amiguetes, que lea a la gente que tenga cerca, pero que beba de las fuentes porque es la única manera si es que no quiere repetir. Había un escritor español que en otro orden de cosas dijo una frase que a mí me gusta mucho: “Lo que no es tradición, es plagio”. Y para mí es una gran verdad, y referido a la poesía, si tú vas a las grandes fuentes, al estilo noble, que lea los poemas de la Biblia, que lea a Shakespeare, que Shakespeare, aunque sea teatro en su mayor parte, es el bardo de Occidente por excelencia; que lea la lírica primitiva griega, que yo la estuve leyendo en Paros y me di cuenta de que son poemas, lo que te decía de los poemas alados, que están completamente vivos, muchos de ellos. Los podrían haber escrito ayer. Yo recomendaría eso pero, sobre cualquier cosa, que vayan a los grandes, que lean a los grandes, que no lean a Pepito a ver si escribe mejor que él. Que vayan a las fuentes, allí está el agua que mana, que vayan al manantial.
En La tierra transparente (2002) hay un capítulo llamado “El salmo musulmán” y otro llamado “El libro de Juan” y, ahora que has mencionado que te gusta orar frente al mar, me preguntaba si tal vez tú haces alguna relación entre la palabra poética y la palabra sagrada o entre la poesía y la oración.
Bueno, por ejemplo, David es el primer poeta de nuestra cultura, entonces ahí en los salmos está el estilo noble. Es un lenguaje maravilloso, tiene unas imágenes impresionantes que la gente desconoce por el prejuicio religioso. Pero esas no son palabras sagradas, no sé, a lo mejor para los católicos sí. Los salmos son oraciones, pero poéticas, de gran belleza, eso poca gente lo alcanza. En mi caso he escrito eso de “El salmo musulmán”. Ojalá yo fuera capaz de hacer un salterio moderno, pero me parece imposible. Cuando hago oración es de forma muy sencilla, cojo de las religiones lo que me voy encontrando, lo que me convence, y eso es lo que uso cuando quiero hacer oración ritual y, si no, pues hago también una cosa que viene del judaísmo que tiene un nombre diabólico que no sé pronunciar, que es la meditación autorreflexiva ante dios. Que te limpia de todo lo que vas acumulando, de toda la basura mental que vamos recogiendo en la vida.
En una entrevista de 2010 dijiste que los poemas preexisten, ¿a qué te referías con eso?
Bueno, es muy platónica esa idea. Platón consideraba que las ideas eran preexistentes. Yo he tenido alguna experiencia con poemas que me han venido como al dictado y, a veces, me imagino que el poeta es como un cazador, como un cazador a la griega, que se tiene que purificar antes y… no sé, de algunos libros de poesía se dice “mira, este ha cazado un ciervo” o “una pantera negra”, pero es una metáfora. Y esa metáfora me viene porque yo creo que el ciervo está ahí. La pantera está ahí. Y nunca se sabe, a lo mejor crees que has estado cazando ciervos y lo que has cogido es un conejo o un hurón.
Algunas veces –que eso me encanta porque es comodísimo– he escrito como al dictado. Incluso hay un poema ahí que me lo encontré en el ordenador, y ni siquiera sabía si era mío. Tuve que hablar con un poeta amigo, estuvimos analizándolo y al final, por determinadas claves, concluimos que lo había escrito yo. Es uno que se llama “Primera conclusión”, que es un poema moral. Por eso yo siempre cuando lo leo en público, digo: “Si alguien quiere el copyright que aporte sus pruebas y yo lo devuelvo”. Pero en principio, ese poema fue de ese tipo, o sea que se me dio.
¿Cuál dirías que es hoy el sentido de escribir poesía?
Pues el mismo que tenía en la Edad de piedra, de quien quisiera hacer una frase bella. El arte de la bella palabra es el mismo, siempre es el mismo. Por una parte es un afán loco, pero, por otra, yo pienso que es el arte superior del espíritu, igual que el arte superior de los sentidos es la música; porque la poesía es inmaterial, no tiene soporte. Un poema se puede idear y ni siquiera verbalizar, y por eso pienso que tiene la misma función que tenía desde que el mundo es mundo. Que no sabemos muy bien cuál es, pero que es necesaria y se ve que es necesaria porque justo en los países donde hay más pobreza y más escasez, es donde más culto hay a la poesía. Por ejemplo, leí que en Afganistán la gente pobre terminaba de trabajar y se reunía a recitar, a recitar poemas de Rumi porque es el alimento del espíritu.
De tu primer libro De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall (1981), se hicieron varias críticas, entre ellas, que los poemas eran pura “palabrería confusa, ingenuas ingeniosidades léxicas, asociaciones caprichosas de novicia algo torpona”. ¿Qué piensas hoy sobre esas críticas?
Cuando saqué ese libro se produjo en España un boom, porque justo al día siguiente de concederme el premio, me sacaron en el telediario de las 2:00. Yo era muy jovencita y entonces solamente había dos cadenas en España: todo el mundo veía ese telediario. Luego salieron críticas, no solo en las revistas literarias sino en los periódicos de provincias, en todas partes, y en ese momento solamente hubo una crítica negativa, de un profesor de Murcia que decía que mi poesía no tenía ritmo.
Y luego, encabezados por Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes, vinieron las críticas de los poetas de la experiencia, que entonces no existían –parece ser que su salida es atacando, atacándome–, porque una generación siempre mata a la anterior, pero ellos en vez de matar a los novísimos me mataron a mí, que soy su contemporánea. Esa banda sí que se metió conmigo, pero daba igual porque yo ya estaba en las enciclopedias. Daba igual, porque no lograron matarme. Sí que lograron el poder, ellos tienen el poder poético, ellos tienen los premios, las editoriales, todo eso, pero a mí no me importa porque yo siempre puedo publicar donde quiera; me traducen, ahora me acaban de traducir al chino, me meten en las antologías, etcétera. Lo de ellos ha sido una batalla inútil y, de hecho, algunos están arrepentidos. Lo sé porque me han llegado mensajes. Yo tengo algunos amigos, poetas de la experiencia, sobre todo Vicente Gallego y Carlos Marzal –que es el amor hecho hombre–, y a través de ellos me han llegado mensajes para que amnistíe a uno u otro, pero es que a mí me aburren, me parecen falsos. Y en cuanto a García Montero, pues me divierte que seamos enemigos, le he escrito algunos sonetos injuriosos, no los publico, pero se los paso a los amigos y nos reímos y, bueno, está bien tener un enemigo literario. Además, yo lo veo en franca decadencia porque cada vez tiene más poder y eso va totalmente contra la poesía. Se presentó para presidir la comunidad de Madrid, no salió, y luego como diputado, y eso confirma mi teoría porque yo siempre dije: este chico ha equivocado su vocación, porque es lo que es, un político. Me comentaba hace poco una prima: “Ay, que disgusto tendrás que es director del Cervantes”. Pero si yo estoy encantada, porque a mí el único sitio que me gusta ir con el Cervantes es a Grecia –que ya puedo ir por mi cuenta y, además, pagan tan mal… me invitaron a París hace un par de años y es que no me salen las cuentas–. Claro, no me apetece. No me importa, me gusta que cada vez tenga más barriga y sea más feo. Él era guapo de joven y eso se lo ha labrado él, porque alguien que es bello y se convierte en feo, es porque lo ha ido labrando. Entonces me divierte, la verdad, y si has visto esas críticas porque son las primeras que aparecen, pues también me gusta porque entonces la gente dice “uy, esta que mala debe ser” y luego me leen y dicen “ah, pues no está tan mal”, y eso va a mi favor.
Las críticas también se referían a una especie de “melopea neosurrealista”.
El surrealismo francés no me interesa para nada, sin embargo, me interesan dos grandes libros surrealistas en castellano. Uno es Poeta en Nueva York, de Lorca, y otro es Residencia en la tierra de Neruda, que ahora me parece muy oscuro, no me lo leo todos los días. Pero con esos libros yo aprendí muchísimo porque incorporan todos los tesoros del idioma. Los recursos que utilizan estaban ya en el Siglo de oro o en Virgilio, pero estaban como en una gota y en estos otros libros, en cambio, están en expansión. Y se diferencian del surrealismo francés en que tienen un componente emocional, que el surrealismo ortodoxo no. Yo cuando escribí ese libro, no sabía que era surrealista. Y cuando me dieron el premio Adonáis, me sentí con una vergüenza tan espantosa, porque me parecía que me estaban exhibiendo, que yo ahí estaba desnuda ante el respetable público. Me empezaron a decir que era surrealista pero no era una pretensión mía, era el fruto de todas mis lecturas y sentimientos. Entonces no llamas surrealista a John Pierce, ¿por qué no?, tampoco a los simbolistas franceses. Eso fue una artimaña, pero lo bueno es que cuando ellos aparecen atacándome, yo ya tenía mi puesto, o sea, si yo hubiera sacado mi libro y hubiera habido malas críticas yo nunca más hubiera vuelto a escribir, porque me habría hundido. Yo he visto cómo se puede matar a un poeta o a un escritor con una crítica, porque a esas edades, además, eres frágil.
¿Cuál es tu relación con Grecia? Pienso en un poema en que dices: “me he preguntado muchas veces por qué llevo a Grecia en el alma”.
Y no me lo he podido responder. Pero la llevo, y algo hay allí mío porque cuando voy, siempre me pasan cosas maravillosas. Y la primera vez que fui, a la semana me preguntaban las direcciones y yo las sabía. Llegué y me sentí como si estuviera en casa, una sensación de: cómo ha podido pasar esto, cómo esta coincidencia. Acontecimientos muy felices, entonces hay algo allí, hay una historia de amor, yo amo a Grecia, pero Grecia me devuelve el amor.
Natalia Figueroa (La Serena, Chile, 1983). Poeta. Autora de Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo (Das Kapital, 2014; Liliputienses, 2017), libro que obtuvo el premio a la Mejor Obra Literaria publicada el año 2015 del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile. Ha traducido desde el griego moderno Diarios de exilio (Cuadro de Tiza, 2015) y Canción de mi hermana (Bordelibre, 2016), ambos de Giannis Ritsos.
Sofía Vaisman (Santiago de Chile, 1993). Licenciada en Música con mención en Composición por la Pontificia Universidad Católica de Chile, y Diplomada en Escritura Creativa por la Universidad Diego Portales. Es autora de los libros de poesía Pasillos de tiempos precoces (Valparaíso: Planeta de Papel, 2015) y No le pongamos nombre a lo nuestro (Buenos Aires: Puntos Suspensivos, 2018).
Selección de poemas de Los archivos griegos de Blanca Andreu
El amante pide a su amado reconocimiento
Tú
qué piensas
que soy
yo
para ti
un niño a tus pies
quiero saber quiero saber de ti
quiero saber de mí
quiero conocer la ciencia del amor mismo
yo no sabía que eras hermoso
me dijeron que no
y eres hermoso hasta la grandeza
y como un mar lleno de islas
y eres
como un mar lleno de caballos
me dijeron que yo
no era una abeja
y que lo que produzco no es tan dulce
que no lloraba con verdaderas lágrimas
humanas
llamando, sí
diciendo
al pecho mío
dónde
estará mi amor.
La copa blanca
...................A Nati y Stavros
Me he preguntado muchas veces por qué llevo Grecia en el alma
y cuánta gente guarda una Grecia atesorada en su interior
si es asunto de soñadores o también de los ferroviarios
si es algo propio de poetas
(por ejemplo de Sebastián y la Jonia de su cabeza)
o también intervienen los músicos.
¿Y qué pasa con los notarios? ¿Tienen sus Grecias escondidas
entre las pilas de legajos como un blanco secreto azul?
¿Tienen sus Grecias los franceses?
¿Y qué me decís de las monjas?
Yo guardo mi Grecia soñada fundida con la que aprendí
contemplando sus olivares como mantos desde la altura.
Oda a los perros de Atenas
...................A Vicente Ferrer
Montes en luz, Atenas, hija de la belleza primera
la descubrí en mis recuerdos aunque nunca había estado allí
desde lejos, con amour de loin, había saboreado su nombre
hija de la primera belleza que tiene el grado de justicia.
Descubrí los caballos de piedra en los templos deteriorados
descubrí una taberna de oro dentro de una calle de plata
descubrí los perros de mármol que se han bajado de los frisos
y se reúnen por la noche en cónclave
y muestran su estirpe socrática filosofando en las esquinas.
Los he visto citarse en semáforos
quedar en las encrucijadas
parecen gente civilizada que acude al ágora y se atiene
a lo que dictan los tribunales
aunque vayan a cuatro patas.
Una vieja leyenda sostiene que son ellos los dioses antiguos
que se negaron a partir de Grecia
cuando fueron vencidos antaño
que el luminoso Zeus Olímpico y la justa Atenea alada
prefirieron ser perros atenienses
antes que dioses bárbaros
bebedores de sangre.
Esta vieja leyenda se cuenta mezclada con ouzo y con luna
entre las callejuelas de Plaka en aquella noche estrellada
acercarse aquel perro blanco esbelto como una gacela
y majestuoso como la Acrópolis
me atreví a tocar su cabeza y a susurrarle por si acaso:
–Salve, Señor del Canto, tú que llegas semejante a la noche.
Solo una cosa te pido:
Que sea alado mi poema
y no volátil
Desde Irak
Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?
Contra Faraón
Con mi boa de hielo te escribiré para que no me destroces
con tus oscuras patrañas negras como el terciopelo de un prestamista
de cuando en cuando una verdad resplandeciente
como una moneda en la gastada tela cae
en la gastada tela negra como el terciopelo de un prestamista
una gota de amor cae como una moneda de precio
pero yo quiero manantiales y ríos caudalosos y una fuente para las palomas
y un mar que se ilumine en la tarde
y todo ello hecho con la verdad
y no me valen tus himnos a la noche del alma
tus cantigas al señor oscuro, tu elogio del sufrimiento
tus armas estéticas que cantan un mundo torcidamente lúgubre
y se recrean una y otra vez voceando la muerte
como una tumba que hablara con voz de grajo
baudeleriano
míster Memento Mori, el Savonarola
de la lírica
contemporánea.
Tú
qué piensas
que soy
yo
para ti
un niño a tus pies
quiero saber quiero saber de ti
quiero saber de mí
quiero conocer la ciencia del amor mismo
yo no sabía que eras hermoso
me dijeron que no
y eres hermoso hasta la grandeza
y como un mar lleno de islas
y eres
como un mar lleno de caballos
me dijeron que yo
no era una abeja
y que lo que produzco no es tan dulce
que no lloraba con verdaderas lágrimas
humanas
llamando, sí
diciendo
al pecho mío
dónde
estará mi amor.
La copa blanca
...................A Nati y Stavros
Me he preguntado muchas veces por qué llevo Grecia en el alma
y cuánta gente guarda una Grecia atesorada en su interior
si es asunto de soñadores o también de los ferroviarios
si es algo propio de poetas
(por ejemplo de Sebastián y la Jonia de su cabeza)
o también intervienen los músicos.
¿Y qué pasa con los notarios? ¿Tienen sus Grecias escondidas
entre las pilas de legajos como un blanco secreto azul?
¿Tienen sus Grecias los franceses?
¿Y qué me decís de las monjas?
Yo guardo mi Grecia soñada fundida con la que aprendí
contemplando sus olivares como mantos desde la altura.
Oda a los perros de Atenas
...................A Vicente Ferrer
Montes en luz, Atenas, hija de la belleza primera
la descubrí en mis recuerdos aunque nunca había estado allí
desde lejos, con amour de loin, había saboreado su nombre
hija de la primera belleza que tiene el grado de justicia.
Descubrí los caballos de piedra en los templos deteriorados
descubrí una taberna de oro dentro de una calle de plata
descubrí los perros de mármol que se han bajado de los frisos
y se reúnen por la noche en cónclave
y muestran su estirpe socrática filosofando en las esquinas.
Los he visto citarse en semáforos
quedar en las encrucijadas
parecen gente civilizada que acude al ágora y se atiene
a lo que dictan los tribunales
aunque vayan a cuatro patas.
Una vieja leyenda sostiene que son ellos los dioses antiguos
que se negaron a partir de Grecia
cuando fueron vencidos antaño
que el luminoso Zeus Olímpico y la justa Atenea alada
prefirieron ser perros atenienses
antes que dioses bárbaros
bebedores de sangre.
Esta vieja leyenda se cuenta mezclada con ouzo y con luna
entre las callejuelas de Plaka en aquella noche estrellada
acercarse aquel perro blanco esbelto como una gacela
y majestuoso como la Acrópolis
me atreví a tocar su cabeza y a susurrarle por si acaso:
–Salve, Señor del Canto, tú que llegas semejante a la noche.
Solo una cosa te pido:
Que sea alado mi poema
y no volátil
Desde Irak
Respóndeme, político, ¿por qué
quieres desfigurar la faz del mundo?
¿Por qué quieres cortar
las cabezas azules de mis templos?
¿Por qué quieres
salpicar con mi sangre
a tu pueblo inocente?
¿No sabes que si envías
la muerte a visitarme
volverá sobre ti, boomerang en retorno?
¿Por qué quieres
matar mi casa
romper mi niño
quemar mi perro?
Contra Faraón
Con mi boa de hielo te escribiré para que no me destroces
con tus oscuras patrañas negras como el terciopelo de un prestamista
de cuando en cuando una verdad resplandeciente
como una moneda en la gastada tela cae
en la gastada tela negra como el terciopelo de un prestamista
una gota de amor cae como una moneda de precio
pero yo quiero manantiales y ríos caudalosos y una fuente para las palomas
y un mar que se ilumine en la tarde
y todo ello hecho con la verdad
y no me valen tus himnos a la noche del alma
tus cantigas al señor oscuro, tu elogio del sufrimiento
tus armas estéticas que cantan un mundo torcidamente lúgubre
y se recrean una y otra vez voceando la muerte
como una tumba que hablara con voz de grajo
baudeleriano
míster Memento Mori, el Savonarola
de la lírica
contemporánea.
Enlaces relacionados
- “Blanca Andreu regresa a la poesía con Los archivos griegos, que se publica en Vandalia”. Fundación José Manuel Lara, 11 de febrero de 2010.
- “Entrevista a Blanca Andreu”. An-Nisa.
- Federico García Lorca. “El lagarto está llorando”.
- Juana de Ibarborou. "La higuera"
- "Entrevista a Blanca Andreu". Satisfacciones de esclavo. 25 de marzo de 2010.
- María Isabel Navas Ocaña. "La poesía de Blanca Andreu y el surrealismo. Algunas reflexiones". Zurgai. Bilbao, junio de 1993.
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