[La timidez de los árboles: Cipsela de Joyce Duarte]. Por Soledad Fariña

En el mes de noviembre de 2018 se realizó en la Librería del GAM en Santiago de Chile el lanzamiento de Cipsela (La Calabaza del Diablo, 2018), primer libro de Joyce Duarte (Santiago, 1988). En la ocasión, las poetas Soledad Fariña y Gladys Gonzalez Solis estuvieron a cargo de la presentación. Lee ahora el texto preparado por la autora de El primer libro, Yllu y 1985.

La timidez de los árboles: Cipsela de Joyce Duarte

Cipsela es el primer libro de Joyce Duarte. Hay tras él, sin embargo, un trabajo de años, exhaustivo y delicado. Desde su título, el libro atrae. ¿Qué será “cipsela”? la palabra, casi desconocida, nos abre a un mundo de pensamiento y detención en las cosas pequeñas, invisibles, que nos conducen, sin grandilocuencia, a una reflexión profunda sobre la realidad y la posibilidad –o no– de su representación en la escritura.
El nombre “cipsela” procede de cypsela, vocablo griego que significa “caja, cofre”. En botánica es un tipo de fruto seco indehiscente que procede de un ovario con una única semilla cuya dispersión puede ser provocada por el viento.
Con esta imagen se asoma la autora al cuerpo del poema: un cuerpo en dispersión. Escribe de noche en medio del desvelo, el cielorraso como página en blanco que recibe la escritura. Entre sueño y duermevela siempre vuelve al punto de partida: el paso del tiempo, permanencia, fragilidad.
Observa las manchas de agua en el techo, pero también es observada por ese cielorraso. Y allí, más que optar por la comunicabilidad del poema a través de ciertos gestos, prefiere que el autor(a) despliegue “su visión sobre el asunto”. Su disposición a la escritura elige la mirada a corta distancia. Planifica la entrega: cuán abierta o cerrada quiere estar de sí misma, de los otros. Asoma el fruto –diente de león, cardo– dispersión del vilano por el viento.
Juega con la realidad, los filtros parecen ser diversas formas de describirla, pues según donde se fije el ojo puede una escena transformarse en variadas escenas: un jardinero enrolla los trozos de pasto usados después de un evento. Pero a la vez capta una bandada de tordos que recogen gusanos formando una mancha negra. La anécdota descrita dependerá de su luz: la imagen, ¿será en blanco y negro o sepia? La escena de la vida es amplia y hay alguien –un ojo, luego será una mano, unos dedos– que se debaten en cómo nombrarla. La inquietud –al construir una imagen– también dependerá de la intensidad de la luz.
Desde una cierta lejanía (la ventanilla de un bus), hay dos elementos distintos de la realidad observada, pero más complejo aún, para el-la sujeto observante, el dilema es cómo va a describir (escribir esa escena).
El texto aquí se transforma en una disección del acto de escritura, el ojo da paso al tacto sin siquiera palpar, su inquietud es el aire, la sinuosidad de la luz, pero también los cuerpos, los árboles. En una imagen táctil las pieles de animales se vuelven flora: piel de cerezo, tapices de los parques.
Atrapar el calor, asir la luz, dibujar con el fin de aprehender lo inasible, llegar a la contemplación de fenómenos mínimos,
“Lo difuso de las partículas
que se posan
patas de insectos
que no logran
fragmentar
la superficie”.
Pero a medida que avanza el poema (sus fragmentos) la apuesta se vuelve más compleja
“puedes troquelar papel, fragmentar
el relato continuo
……….del árbol muerto
para jugar con las sombras
que se cuelan en los orificios
(….)
puedes deslizar la yema lento
sin saber si tocas los relieves de la piel
……….o las señas
……….de la cortadura

puedes seguir el reflejo de la luz
en las curvas finísimas
de un metal rendido al calor
o al ejercicio de una fuerza
mecánicamente ejecutada”.
Aflora entonces la reflexión iniciada en el poema: cómo enunciar, describir.
Inclinación a la escritura, predisposición a ella, a la función de las palabras: qué son las palabras para un ente (un/una sujeto, un ojo, un tacto sutil que toca el aire y no alcanza a rozar las superficies)
“las palabras son

……….ondas
……….que flotan
……….indisolubles
……….en el espacio”.
Un ojo, un texto ya tejido con lo que queda entre aire y aire toma conciencia y establece las pérdidas
“los pedazos de ti que quedan en la superficie de las cosas.

La huella del lápiz de labios en el contorno de la taza de té,
los trazos que se marcan más abajo en el cuaderno
cuando has tenido rabia. Una fisura en el borde de la uña,
la carne del pulgar
izquierdo
expuesta
espera
la caída”.
La delicada cipsela toma su rol, el rol de mensajera que le dimos en la infancia, soplamos para que el viento se lleve nuestra carta. Pero hay cartas, como esta, que no llegan a destino.
Por fin la autora, la que escribe y no escribe mirando el cielorraso, ha encontrado la imagen para expresar distintas versiones sobre una realidad: la cipsela en su no-logro (la carta que no llega) junto a la timidez de ciertos árboles cuyas copas nunca se rozan dejan pasar algo: la luz entre sí y los otros.
"Supe hace poco, que los científicos describen
un fenómeno del dosel arbóreo
como timidez de los árboles
……….señalan
la imagen de las copas
de algunas especies
……….que nunca se rozan
y dejan pasar , la luz entre sí
……….……….……….y los otros".
Cipsela es una hermosa reflexión sobre lo que ocurre y no vemos, y sin embargo, escribimos.

Soledad Fariña (Antofagasta, 1943). Es poeta, autora de El primer libro (Ed. Amaranto, 1985), Albricia (Ediciones Archivo, 1988), En amarillo oscuro (Editorial Surada, 1994), Otro cuento de pájaros (Ed. Las Dos Fridas, 1999), Narciso y los árboles (Cuarto Propio, 2001), Donde comienza el aire (Cuarto Propio, 2006), Ábreme (Ed. Corriente Alterna, 2012), Yllu (LOM ediciones, 2015), 1985 (Das Kapital ediciones, 2016).

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