[El oído atrincherado: Reclamar el derecho a decirlo todo de Julieta Marchant]. Por Nicolás Meneses
El oído atrincherado: Reclamar el derecho a decirlo todo de Julieta Marchant
Reclamar el derecho a decirlo todo de Julieta Marchant no es, como pudiera esperarse a partir del título, una consigna llevada a los versos. Esta última publicación de la autora se propone más bien como una sucesión de fragmentos que pueden ser leídos como un poema largo o pequeños textos que se comunican entre sí y cuya principal problemática apunta a los alcances del lenguaje y sus coletazos en el cuerpo.
La concepción material del lenguaje, sólida, que en su afectación arrincona nuestros sentidos y su sistema todo, es una de las principales virtudes del libro. La onda sonora como emisión de choque, con tránsitos marcados que corren en forma de palabras hacia el cuerpo y lo impactan. El cuerpo vulnerable ante esta amenaza, que tiene en su parte más frágil el oído (a veces metáfora del pensamiento lingüístico, aunque este sea ininteligible), órgano que se expone a la perforación de la lengua, propia y la de los demás, que, sometida a la intemperie de eso que llamamos comunicación, nos golpea: “Cada cosa reverbera a su manera. Cada cuerpo –cavidad sonora, columna de aire– se inquieta. Tu nombre cala el oído. Perfora, y yo no termino de comprender la impiedad” (13).
El lenguaje, que pega como peñascazo, atraviesa el tímpano como flecha o fulmina directamente la mente de lectura o memoria: “El sonido del habla permea lo vivo, aunque siempre alguna conversación anónima es interrumpida” (19).
De la disposición de los textos –unos en verso y otros en prosa–, se nota una preferencia por introducir la narración en una prosa depositaria de retazos de una biografía familiar desde la que aparecen figuras como la madre, el abuelo zapatero, la psicoanalista, un amor. La fluidez que enlaza estas dos formas, a saber, prosa y verso, hace que esta diferencia pase colada, es decir, que los poemas se concatenen con naturalidad en sus reflexiones acerca de las relaciones humanas, el lenguaje, el cuerpo, la lengua, el silencio y el ruido. La superposición de imagen-lenguaje y cuerpo es la más destacada, manifestada en una demarcación exploratoria de un territorio que se sabe desconocido, incapaz de explicarse entre sí de manera cabal: allí donde el lenguaje no alcanza, al igual que el cuerpo, el silencio y la escritura son prótesis, entonces solo queda: “Auscultar el cuerpo enfermo / que por enfermedad escribe” (29).
Reclamar el derecho a decirlo todo es un alegato más que coherente en su contradicción asumida: la de saberse incapaz de comprenderlo todo, de explicarlo y enunciarlo. Al ser consciente de su limitante, se acerca con fuerza a ese espacio indefinido, pensando tanto el lenguaje mismo como la corporalidad del sujeto: el lenguaje fundido en los órganos, presa de una pulsión vital que enlaza silencio, experiencia y lengua en la presión de decir algo coherente, como se ve en el último fragmento del libro: “Oír la relación entre cosas que no tienen ni una relación. Oír la vigilia. Oír: estar en el lenguaje antes que en cualquier otra cosa. Oír un clamor intensivo. Oír a alguien haciéndose uno con el infinito en un instante. Oír el lugar bestial”, y no tenerle miedo.
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