[Todos somos lumpop: Reseña de Mi vida junto a Sasha Grey de Christopher Rosales]. Por Mario Guajardo
Mario Guajardo Vergara, autor de Las armas que no disparamos, presenta a continuación el primer libro de cuentos de Christopher Rosales: Mi vida junto a Sasha Grey, publicado por Abducción Editorial durante el año 2017. Al respecto nos dice que la lectura de este libro "demuestra que la era del capitalismo tardío y la sociedad del rendimiento es la del sujeto
lumpen en lo social y pop en lo cultural, y que las vidas lumpop de los personajes del libro son las de muchísimas generaciones de este lado del mundo".
Las ocho historias de Mi vida junto a Sasha Grey, primer libro de cuentos de Christopher Rosales (1989), presentan personajes quijotescos, paradigmáticos respecto a cierta subjetividad muy propia de nuestra modernidad tardía. Los personajes de Rosales son quijotescos por haber perdido irremisiblemente la pizca de certeza que en algún momento les permitió anclarse alguna vez a la realidad.
"Tú no eres un elefante", le dice Mike -que no se llama Mike sino Bryan- a un perro, constatando una obviedad dolorosa para él, en "Las películas de Tony Jaa". Mike/Bryan es un fanático del actor tailandés y no concibe nada más en la vida que ser como su ídolo.
En "El último gol", el espectacular funeral de un narco le permite al Psicópata de las plantas contrastar su realidad y la de su amigo, el Basura, muerto en el anonimato, con la del fallecido ilustre, el Jordan, y reconocer ese lugar al margen del margen como propio.
El cuento "#BabyMetal", escrito en código de Twitter, nos muestra un amor que no por presente se hace menos virtual: "Le dije que nos juntáramos en el server de la vida real. Ella se rio. Y ahí empezamos a salir". Así nace la relación, y así mismo terminará: "Cuando se fue no supe qué decir ni qué hacer. No me sentí triste. Me sentí estúpido. Y no tenía a quién darle un report".
El cuento "La vendedora de hamburguesas de soya" cuestiona el aire de fascinación que exhalan los comentarios de un grupo de estudiantes, quienes han conocido de cerca a Francisca Ceroni, una secuaz del increíblemente célebre Ramón Castillo Gaete -alias Antares de la Luz-.
En "Cosplayers", la práctica del disfraz permite evidenciar que a veces el amor y la amistad también son máscaras, el signo de un estatus o un tupido y cerrado velo sobre la propia insignificancia.
Los cuentos "Paraíso" y "Payaso" muestran el odio hacia el otro como una proyección del odio irrecusable a uno mismo o a esas partes de uno mismo que van más allá de la vergüenza.
Finalmente, el último cuento, "Mi vida junto a Sasha Grey", termina con la historia del joven Miguel Ortiz, enamorado de una estrella del porno y desilusionado de todo lo demás porque ella abandona el oficio. Ha perdido el sentido de su vida, atisbando el hecho de que tal vez nunca lo tuvo: "Mi nombre es Miguel Ortiz y desprecio profundamente mi pasado, desprecio en lo más hondo tener un pasado que contar. Corta". Esa frase es quizás el paradigma, la cifra de todos los demás personajes contenidos entre las páginas del libro y, además, la de tantos lectores potenciales. En el único momento de comunión entre Miguel y los punkis que lo acogen en su casa, uno de ellos termina declarando en un grafiti: "Guerra a todo lo existente". Hay dos posibilidades para entender esa frase: 1) Una declaración de guerra contra el otro bando, ergo, se está del lado de lo que no existe; 2) O quizá sí existes, y esa declaración de guerra demuestra un nivel de conciencia tal que eres capaz de ejecutarla, ante todo, contra ti mismo.
En la exposición de ese desprecio irracional por el pasado y por lo que uno es, radica, desde mi lectura, el valor social y generacional del libro de Rosales. Desesperados y perdidos (o perdedores, para decirlo en la jerga neoliberal), sus caracteres se instalan en cualquier posibilidad de sentido subjetivo e identitario disponible en medio del gran centro comercial de significantes que es la cultura pop: películas de acción que, a pesar de sí mismas, resultan más bien cómicas, actrices porno devenidas heroínas por abandonar aquello que las hizo triunfar, sectas cuyo misticismo confunde los efectos de la ayahuasca con el paraíso perdido, la práctica del cosplayer como placebo del éxito o el triunfo exigido por el Capital; pero también se ofertan, en este mercado babélico, las jerarquías delictivas derivadas del narcotráfico, el estrellato barato de un café con piernas y la posibilidad de siempre: matar o matarse en nombre de sí mismo o de cualquier cosa.
No es este el lugar para recordar el peso político del lumpen, pero sí recordemos que se ha visto como una masa informe, difusa y errante, carente de otro referente que no sea lo inmediato, que no reconoce su carácter de clase y reniega de él. La lectura de Mi vida junto a Sasha Grey nos demuestra que la era del capitalismo tardío y la sociedad del rendimiento es la del sujeto lumpen en lo social y pop en lo cultural, y que las vidas lumpop de los personajes del libro son las de muchísimas generaciones de este lado del mundo.
Mario Guajardo Vergara (Santiago, 1985). Licenciado y Magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Autor del libro Y aquí me voy a quedar (2013), un ensayo sobre la narrativa de Roberto Bolaño. En 2017 publicó el libro de cuentos Las armas que no disparamos. Trabaja como profesor de Lenguaje en la comuna de Estación Central y en la Escuela de Desarrollo de Talentos de la Universidad de Chile.
Todos somos lumpop: Reseña de Mi vida junto a Sasha Grey de Christopher Rosales
Las ocho historias de Mi vida junto a Sasha Grey, primer libro de cuentos de Christopher Rosales (1989), presentan personajes quijotescos, paradigmáticos respecto a cierta subjetividad muy propia de nuestra modernidad tardía. Los personajes de Rosales son quijotescos por haber perdido irremisiblemente la pizca de certeza que en algún momento les permitió anclarse alguna vez a la realidad.
"Tú no eres un elefante", le dice Mike -que no se llama Mike sino Bryan- a un perro, constatando una obviedad dolorosa para él, en "Las películas de Tony Jaa". Mike/Bryan es un fanático del actor tailandés y no concibe nada más en la vida que ser como su ídolo.
En "El último gol", el espectacular funeral de un narco le permite al Psicópata de las plantas contrastar su realidad y la de su amigo, el Basura, muerto en el anonimato, con la del fallecido ilustre, el Jordan, y reconocer ese lugar al margen del margen como propio.
El cuento "#BabyMetal", escrito en código de Twitter, nos muestra un amor que no por presente se hace menos virtual: "Le dije que nos juntáramos en el server de la vida real. Ella se rio. Y ahí empezamos a salir". Así nace la relación, y así mismo terminará: "Cuando se fue no supe qué decir ni qué hacer. No me sentí triste. Me sentí estúpido. Y no tenía a quién darle un report".
El cuento "La vendedora de hamburguesas de soya" cuestiona el aire de fascinación que exhalan los comentarios de un grupo de estudiantes, quienes han conocido de cerca a Francisca Ceroni, una secuaz del increíblemente célebre Ramón Castillo Gaete -alias Antares de la Luz-.
En "Cosplayers", la práctica del disfraz permite evidenciar que a veces el amor y la amistad también son máscaras, el signo de un estatus o un tupido y cerrado velo sobre la propia insignificancia.
Los cuentos "Paraíso" y "Payaso" muestran el odio hacia el otro como una proyección del odio irrecusable a uno mismo o a esas partes de uno mismo que van más allá de la vergüenza.
Finalmente, el último cuento, "Mi vida junto a Sasha Grey", termina con la historia del joven Miguel Ortiz, enamorado de una estrella del porno y desilusionado de todo lo demás porque ella abandona el oficio. Ha perdido el sentido de su vida, atisbando el hecho de que tal vez nunca lo tuvo: "Mi nombre es Miguel Ortiz y desprecio profundamente mi pasado, desprecio en lo más hondo tener un pasado que contar. Corta". Esa frase es quizás el paradigma, la cifra de todos los demás personajes contenidos entre las páginas del libro y, además, la de tantos lectores potenciales. En el único momento de comunión entre Miguel y los punkis que lo acogen en su casa, uno de ellos termina declarando en un grafiti: "Guerra a todo lo existente". Hay dos posibilidades para entender esa frase: 1) Una declaración de guerra contra el otro bando, ergo, se está del lado de lo que no existe; 2) O quizá sí existes, y esa declaración de guerra demuestra un nivel de conciencia tal que eres capaz de ejecutarla, ante todo, contra ti mismo.
En la exposición de ese desprecio irracional por el pasado y por lo que uno es, radica, desde mi lectura, el valor social y generacional del libro de Rosales. Desesperados y perdidos (o perdedores, para decirlo en la jerga neoliberal), sus caracteres se instalan en cualquier posibilidad de sentido subjetivo e identitario disponible en medio del gran centro comercial de significantes que es la cultura pop: películas de acción que, a pesar de sí mismas, resultan más bien cómicas, actrices porno devenidas heroínas por abandonar aquello que las hizo triunfar, sectas cuyo misticismo confunde los efectos de la ayahuasca con el paraíso perdido, la práctica del cosplayer como placebo del éxito o el triunfo exigido por el Capital; pero también se ofertan, en este mercado babélico, las jerarquías delictivas derivadas del narcotráfico, el estrellato barato de un café con piernas y la posibilidad de siempre: matar o matarse en nombre de sí mismo o de cualquier cosa.
No es este el lugar para recordar el peso político del lumpen, pero sí recordemos que se ha visto como una masa informe, difusa y errante, carente de otro referente que no sea lo inmediato, que no reconoce su carácter de clase y reniega de él. La lectura de Mi vida junto a Sasha Grey nos demuestra que la era del capitalismo tardío y la sociedad del rendimiento es la del sujeto lumpen en lo social y pop en lo cultural, y que las vidas lumpop de los personajes del libro son las de muchísimas generaciones de este lado del mundo.
Mario Guajardo Vergara (Santiago, 1985). Licenciado y Magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Autor del libro Y aquí me voy a quedar (2013), un ensayo sobre la narrativa de Roberto Bolaño. En 2017 publicó el libro de cuentos Las armas que no disparamos. Trabaja como profesor de Lenguaje en la comuna de Estación Central y en la Escuela de Desarrollo de Talentos de la Universidad de Chile.
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