[Kururu]. Por Víctor Quezada

El pasado lunes 9 de octubre, en el marco de la Primavera del libro, se presentó Fábulas (Libros del perro negro, 2017), del escritor paraguayo Christian Kent. Este conjunto de narraciones breves fue presentado por Natalia Figueroa y Víctor Quezada.

Kururu: Fábulas de Christian Kent

Antes de regresar a la habitación del padre Buenaventura Suárez con la sotana limpia para la misa, le pedí al santo Kururu que me liberara de la maldición que me obliga a tomar la sangre de los semejantes. Pero el sapo rio: llenó el amplio vacío de la iglesia con ronquidos infernales.
Por las ventanas, asomaban sus cabezas los niños indios, acostumbrados, como yo, a la irrupción de lo fantástico.
“Mil trescientas lunas” (51).

Los procedimientos analógicos de comprensión de la realidad (metáforas, comparaciones, alegorías) parecen ser parte de un saber desactualizado, sin vigencia en el presente. Solo los “locos”, los maniáticos, los desaforados pueden leer una cosa en otra diferente, como si fueran la misma. En otras palabras, el saber analógico es un saber marginal.
En el campo de la cultura, son más legibles hoy procedimientos de contigüidad y disrupción, de montaje, que se manifiestan en superficies más o menos estables, más o menos móviles: por ejemplo, el ya antiguo procedimiento del picture-in-picture de los noticiarios, por el cual es posible ver en un mismo nivel al presentador de noticias y al periodista trabajando en terreno (en alguna tragedia), es utilizado hoy de manera extensiva por gaming YouTubers de todo el mundo: la relación interactiva entre videojuego y jugador ha devenido en transmisión digital de contenidos multimedia o, para ocupar una palabra casi vieja: la interacción devino “exhibición”.
En la literatura, ya hace un buen tiempo que se publican libros hechos a partir de otros libros, libros que recopilan entrevistas, que recopilan citas reunidas por algún tema o a propósito del pensamiento o personalidad de un autor. Los vínculos entre fragmento y fragmento (más allá del tema, del sentido “editorial”) están asegurados en principio por su contigüidad en la página. Otros fenómenos parecidos pueden ser recordados acá: ejemplos paradigmáticos como el de la Tierra baldía de T. S. Eliot, La nueva novela, los Poemas del otro de Juan Luis Martínez o, para utilizar un ejemplo contemporáneo, el libro 11 de Carlos Soto Román, en el que se montan e intervienen materiales de archivo de la dictadura militar.
Es un asunto que ya conocemos, todo poeta de cierta experiencia (la experiencia consiste en “una suma de errores”, al decir de Baudelaire) sabe que la cuestión se trata más o menos de esto: de leer el pasado y traerlo al presente a través de la cita (“sin comillas”). Por supuesto, lo anterior no significa que exista una sola modalidad de escritura, por mucha vigencia que parezca tener.
En este sentido, Fábulas de Christian Kent apuesta por esos otros modos, esos otros procedimientos, de semejanza y correspondencia, que parecen hoy desusados, para leer el pasado y sus manifestaciones. Quizás por esto mismo, la lectura de Fábulas será inmediatamente extraña para un lector acostumbrado a la yuxtaposición de los discursos contemporáneos. Su lectura es un compromiso con la calma de un tiempo distinto.
Hay dos cuestiones (dos gestos) que me parecen relevantes.
Por un lado, la recuperación (o, seamos cautos, al menos, el deseo) de una forma (la “fábula”) que parece irreconciliable con el escepticismo actual o, de manera más precisa, con el escepticismo de una ideología específica: el posmodernismo. El pensamiento analógico no se lleva bien con la ironía, la parodia o la subversión de los paradigmas.
Sabemos que un procedimiento de semejanza pone en relación dos elementos diferentes a partir de un tercer elemento cualitativo que los une: para la mirada del sujeto, el sol es circular como una pelota o anaranjado como una mandarina; los dientes son perlas por su blancura y la blancura es un valor moral, etc.; pero alegorías y metáforas, los procedimientos de semejanza en general, parecen no llegar a los discursos (estéticos) sino es bajo la forma del descreimiento.
En Fábulas no hay descreimiento, los procedimientos analógicos sirven para descubrir aspectos desconocidos de la realidad (narrada), para determinar el carácter, la personalidad o la vida de algún personaje o para poner al lector que construye en contacto con la trama fantástica del mundo.
Sé que existe la creencia de que solamente puede confiarse en lo factible y que todo el resto –la imaginación, las corazonadas o la aparición de los cometas– no puede ser tomado en serio; pero, como he dicho: el tiempo me mostró lo contrario.
“Mil trescientas lunas” (51).
Dije: “Hay dos cuestiones (dos gestos) que me parecen relevantes”. Por un lado, el deseo de una forma que actualice una modalidad de saber analógico, por otro, la recuperación de un narrador (o de una instancia narrativa) que posee un saber moderno, científico y letrado.
Este saber es contemporáneo del horizonte de expectativas de los lectores del presente, parece asegurar una primera relación entre narrador y lector a través de la cual se establece el mundo “físico”, “natural”, como la base sobre la cual se viene a fundar un pacto de lectura en el que esta instancia narrativa se hace visible en tanto construcción literaria. Es como si se nos dijera: “esto sabemos del funcionamiento del mundo, pero qué pasaría si…”.
Las narraciones de Fábulas parten en ese momento, cruzando la línea que marca un límite entre conocimiento natural y conocimiento analógico.
Desde el punto de vista de la literatura, en estas fábulas se ronda una y otra vez la posibilidad de volver a contar historias ya contadas, las que provienen de diversas fuentes: de la tradición literaria occidental y oriental, de la tradición guaraní y de la cultura mestiza.
La fábula que hemos venido citando, “Trescientas lunas”, por ejemplo, recoge la historia del jesuita, pionero de la astronomía americana, Buenaventura Suárez, nacido en territorio argentino en 1679 y que se estableció alrededor de 1706 en la reducción de San Cosme y Damián, en el actual territorio paraguayo, también elementos de la tradición europea, en específico la de un ser condenado “a tomar la sangre de sus semejantes” y el mito guaraní del kururu o sapo “quien fue –en el principio de la humanidad– el proveedor del fuego” (Galeano, David. El idioma y la cultura guaraní en Paraguay, p. 14).
Estos elementos de tradiciones heterogéneas (elaborados a partir de dos gestos “inactuales”) funcionan acá en un mismo nivel que pone de manifiesto un asunto absolutamente contemporáneo: la comprensión de las “culturas tradicionales” como un proceso vivo y contingente, vinculado, por ejemplo, con comunidades específicas. En otras palabras, el narrador de Fábulas tiene plena conciencia de la historicidad de esas formas culturales y mitos, que se desarrollan y transforman en el tiempo. Este saber permite mirar la tradición y el pasado y, a partir de su examen, transformarlos imaginativamente.
La lectura de Fábulas nos hace posible pensar que el elemento mágico del mundo radica en la capacidad de narrarlo: en mostrar la realidad a partir de una imagen, que estableciendo una correspondencia con objetos conocidos, ataca el significado funcional de tales objetos para ofrecerlos como otros, siempre diferentes.
Ambos gestos permiten a la escritura de Fábulas volver sobre formas y saberes que son parte de nuestra compleja identidad, con la honestidad de un escritor consciente de sus recursos lingüísticos y de los problemas (político-estéticos) que inevitablemente llaman.

Víctor Quezada.

* Fotografía utilizada en portada de Fábulas: Laura Mandelik.

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