[El silencio final. Diario de muerte de Enrique Lihn]. Por Juan Manuel Mancilla

Juan Manuel Mancilla nos presenta el ensayo de Ashle Ozuljevic Subaique: El silencio final. Representación y gesto ante la muerte en Diario de muerte, de Enrique Lihn (Buenos Aires: Grupo editor latinoamericano, 2015).

El silencio final

Ante la pregunta: ¿Cuál fue el motivo para estudiar el Diario de muerte de Enrique Lihn? Y ¿Qué es lo que le atrajo de la obra? Subaique respondió:
Mi relación con el tema de la muerte ha sido constante a lo largo de mis intereses artísticos y reflexivos. Una especie de obsesión fóbica que buscaba comprender para alejar, conjurar, como digo en el ensayo, esa muerte incontrolable. A partir de allí, la llegada de Diario de muerte como texto-conjuro que se atreve a no personificar la muerte que lo tiene situado y sitiado. La capacidad estética (el atrevimiento, si quieres) de decir tal cual es la desesperación que enfrenta y que bien podría solventarse con la simple metáfora personificadora que todos los poetas hasta entonces habían utilizado.
Esa valentía de escribir el fuego desde la hoguera, del dolor desde la herida, diciendo "esto es lo que es y no lo que me conviene que sea", "es silencio" aunque sería fabuloso decir/creer lo contrario, que la vida sigue más allá, que se trasciende, que hay descanso. ¿Habrá algo peor que el silencio para quien canta? Y Lihn te dice que no, pero que así no más –parece que– es la cosa.
Con estas palabras introductorias de Ashle Ozuljevic, pretendo dar cuenta de los puntos que me parecen centrales respecto de su trabajo analítico sobre el Diario de muerte (1989) de Enrique Lihn.

Sobre el texto
La estructura de El silencio final obedece a las formalidades del ensayo académico (es el resultado de una tesis para optar al grado de Magister en la Universidad de La Serena): plantea una hipótesis, objetivos y pruebas concretas respecto de lo que desea defender. En este sentido, la idea central de su trabajo es demostrar que en el Diario de muerte de Lihn, la imagen de la muerte no es representada siguiendo la tradición literaria, sino que la pone en debate, desconstruyendo las tradiciones culturales al respecto: “Planteamos que la última propuesta poética de Lihn fue el gesto rebelde de rechazo hacia el concepto lírico de muerte personificada, exhibiendo en su lugar una muerte más real, aunque irrepresentable a través del lenguaje” (13).
Ozuljevic ha propuesto tres ejes para el desarrollo de su estudio: paradójico, territorial y el eje de la turbación.
En el eje paradójico, desarrolla las ideas que refieren a la imposibilidad del lenguaje para poder hablar del acontecimiento de la muerte, principalmente, sobre su inutilidad e invalidez. Esta última característica es destacada puesto que se trata de uno de los elementos que en Diario de muerte se nos manifestaría como una cualidad con valor diferencial en relación con el arte poético sobre la muerte: “Nos referimos a la querella contra la muerte a través de la poesía y al descubrimiento de esta como inservible frente a la fatalidad” (25). Lo paradojal entonces se manifiesta en relación a las contradicciones (contraindicaciones) que enfrenta la escritura: ¿cómo hablar de la muerte si no se está muerto? Destacamos aquí la sabida sapiencia linheana, su predilección por un saber racional que, sin embargo, no abandona lo emocional, sino que su propósito indagatorio es desde y a través del arte. En el caso específico de Diario de muerte, dicho propósito fue (s)útilmente direccionado hacia la penetración problemática de la realidad, en este sentido, el quehacer literario y el rol de la poesía frente al acontecimiento de imposible acceso, si bien no es superado, al menos, es asediado y disputado desde el lenguaje (poético), es decir: el poema y el poeta enfrentan y traspasan aquello que en el ensayo es denominado como la “zona muda”, ahí donde reina la muerte. Es esto el problema central que se reflexiona en esta primera parte del libro.
Aquí encontramos una de las “gracias” del texto de Lihn y concordamos con lo que refiere Subaique: “Lihn asume la tarea de llevar a cabo este diario, no para sorprenderse ante la inutilidad del lenguaje, sino para forzarlo, ahí, ante la muerte, a su caída de máscara…” (30). Por lo tanto, es importante destacar que en este eje paradojal se muestran argumentos que fundamentan las problemáticas y ecuaciones que Lihn enfrenta y que resuelve poéticamente, con dolor, con verdad, con mordacidad. Ante las incógnitas, el poeta, en definitiva, no despeja de la duda, pero sí de la certeza. Es decir, si el lenguaje es inútil frente a la aplastante muerte, es algo que no podemos discutir, no obstante, y como advierte Ozuljevic, la palabra, al menos, debe estar ahí, aunque no diga lo que es el dolor, a pesar de su insuficiencia traductora frente al dolor de la enfermedad, al menos, debe estar ahí para que sirva de grito, de queja, de escollo ante la arrasadora muerte. Entonces, estimamos que es este uno de los puntos importantes que Diario de muerte inaugura, la palabra poética como alerta última en la frontera que separa a los vivos de los muertos, que divide a los enfermos de los sanos.
Asimismo, en este línea, otra “plusvalía” de Lihn, la que hace frente a la tradición misma del arte sobre la muerte, la que rehúsa de nombrar y referirla como ya lo han hecho otros, tal cual queda expresado en el poema cuando activa el intertexto que enuncia irónica y sagazmente que no escribirá “Contra la muerte” ni el “Arte de morir”, sino que lo hará de tal manera para que la muerte quede descarnada. Esta, en su ficcionalización, ha de representarse en el diario mortal de Lihn más viva que nunca, viva y coleando antes que la muerte mortificada, tal como no es.
El segundo eje abordado en el ensayo es el denominado territorial. En este punto, el desarrollo de sus argumentos apunta a entender la posición tanto del poeta frente a la poesía y a la escritura como la propia posición contextualizada desde donde surgen los poemas del Diario de muerte; es decir, en medio de una enfermedad desgarradora, el cáncer fulminante que aqueja a Lihn, metáfora del propio país: Chile bajo el padecimiento de la enfermedad mortal y mental la dictadura.
Una de las ideas que podemos observar en estos acápites es que la poesía es un vehículo, un canal que propicia el viaje, el desplazamiento a través de las regiones ficcionales y la propia realidad contextual. Es decir, la creación poética posibilita la entrada en esos otros territorios imposibles, como el propio espacio mudo y gris de la muerte. En este sentido, otra vez Lihn y su poesía mueven las fronteras de lo hasta ahí dicho y hecho en cuanto a la poetica mortem. El cambio radica en las preguntas que se formula Lihn en el lecho de su agonía, las cuales propician este desplazamiento desde el difuso más acá a la zona oscura del más allá. Su finalidad, decir algo que no sea “sobre” la muerte sino “desde” ella misma, esto es, compenetrado en su materia inerte. A este respecto, son conmovedores los siguientes versos: “Un muerto al que le quedan algunos meses de vida / tendría que aprender para dolerse un leguaje limpio…” (31). Esta cita prueba la posibilidad, vía poema, del ir al más allá, de lograr situarse al otro lado de la división infranqueable entre vida y muerte, de rastrear en la otra orilla, aunque sea aleteando. Lihn invierte la tradición occidental, desconstruye la “idea” sobre el corpus de la muerte pues supera la línea divisoria, se superpone del otro lado para vociferar sobre el tupido velo de la muerte, aquello maquillado que oblitera el nacer para morir. Que el viaje es el pasaje exacto con las direcciones irremediables del destino muerte.
Por otra parte, en este mismo eje territorial, la autora también nos lleva a reflexionar sobre la propia condición contradictoria de Lihn como un sujeto errante, un desarraigado que no encuentra su lugar ni en el propio cuerpo, ni en su propio país. Lo que lo lleva a explorar una metaforización (figura literaria del traslado) del cuerpo ya impropio, que no le pertenece sino a la muerte, un soma poseído y confiscado por la enfermedad. En este sentido, y ampliado el espectro, el propio país, la nación se convierte así en el cuerpo enfermo, el cuerpo en franco deterioro, la patria arrasada por el cáncer dictatorial. De esta manera, si la literatura es pura inmanencia, la lectura logra la trascendencia, logra traspasar también las propias y ajenas barreras de su propia contención. La muerte para el poeta, según la autora, será, entonces, el reencuentro con la patria perdida (45-46), afirmándose y autoafirmándose con la escritura, pero siempre desde un punto marginal.
Por último, el tercer eje, de la turbación:
Donde Lihn hace patente lo que defendemos en esta tesis: que la muerte, en su experiencia, es una cosa, sorda, muda y ciega –el espacio de la oscuridad y del silencio, la nada– que es antropomorfizada por temor a lo inenarrable, a lo indescriptible, a lo inasible para el lenguaje pues no es posible aprehender algo que se desconoce (54).
En esta parte, Ozuljevic se centra en los aspectos psicosomáticos que debió enfrentar Lihn, e insistimos en la idea de enfrentamiento, no de soslayo ni de evasión ante la muerte. A pesar de las limitaciones tanto físicas (del cuerpo enfermo) como técnicas (el lenguaje imposible), las paradojas ya mencionadas y el debate abierto por Valdés (2009), igualmente observamos que la actitud del poeta y del poema es el cambio radical que opera en esta materia:
Aunque el hablante de Diario de muerte plantee “barrerlo todo”, eliminando las esperanzas que anhela la sobrevivencia, su autor mantiene y extrema su postura de vida, persevera en su desconfianza, en su crítica metapoética, custodia su conciencia de la problemática de la representación lingüística, pero –no puede evitarlo– es el mismo autor que en 1969 mantenía la escritura como consuelo por la infelicidad, como condena, como certeza, como salvamento y como obsesión, en definitiva, como sostén de vida (57).
En este mismo sentido, el propio Lihn declara en una entrevista a Pablo Poblete en 1987 que “le ha dado espacio en lo imaginario a la muerte, como una manera aparente o supuesta de mantenerla ‘a raya’, o de inmiscuirla en la vida” (58), por ejemplo, en la cita a los códigos religiosos y culturales, sean occidentales u orientales, su principal objetivo es desmitificar la noción tradicional de muerte, ya sea, a través del escepticismo, de la ironía o de la “esperanza desahuciada”, su cometido final será hablar de la muerte, no desnuda, no cadavérica, ni menos calavérica, hablar de la muerte no como persona ni personaje, sino de la muerte en sí, despojada de todo lo humano que ella pueda contener, aceptar o rechazar. Al respecto, la autora señala:
Diario de muerte, en este punto, es evidente; su autor, desahuciado, sobre la suciedad de un cáncer terminal, escribe un poemario en el que no aparecen ni alusiones al alma ni a la salvación sino más bien, consternación por un lenguaje inexacto y una medicina insuficiente. No solo no aparece dios, ni el paraíso, ni el nirvana budista, sino que Lihn nos recuerda una idea más bien griega de la muerte, en la que ésta le da sentido a la vida. La muerte impide la eternidad ociosa, inmersos en la cual no haríamos ni crearíamos nada. La muerte nos impulsa, pues, a resistirla, a ganarle pequeñas batallas con impulsos de fecundidad y de vitalidad (66).
Finalmente, la poesía de Diario de muerte abre una dimensión funcional respecto de la “resistencia”. Resistir a la muerte en actitud estoica, pasando por alto el delirio agónico, por el contrario, racionalizando al extremo la experiencia imposible. Tampoco dejándose acunar por la serenidad de la espera en la muerte hacia el paso de la mejor vida, porque Lihn fue tajante: no hay más que aquí y ahora, no obstante, su imperturbabilidad fue inquietamente perturbadora. Así también, se abre esta otra posibilidad de resistencia, en tanto la oportunidad de exorcizar el dolor y exteriorizar la enfermedad, mediante el uso y empleo subordinado de la palabra , al menos ejerciéndola en su capacidad de convocación, de invocar, de conjurar en su doble apelación. Dice Ozuljevic:
Aunque sabemos que la distancia entre la palabra y la realidad es variable, creemos que, en su último poemario, Enrique Lihn establece el acto de conjurar a la muerte. Utilizamos esa palabra por la amplitud de sus acepciones: por un lado está el conjurar como el “dicho de quien tiene la potestad para ello”, esto es, exorcizar, echar de un lugar, increpando, a la vez, que “impedir, evitar, alejar un daño o peligro”; pero, por otro lado, conjurar también es “invocar la presencia de los espíritus” y “rogar encarecidamente, pedir con instancia y con alguna fórmula de autoridad” (86).
A partir de lo propuesto en este último eje de análisis, podemos decir que en Diario de muerte encontramos una poesía de la resistencia, que hace frente, primero, a la insuficiencia del lenguaje y a las imágenes tradicionales de la muerte y, segundo, que reta a la muerte y, en simultáneo, atestigua la propia muerte del país.
Respecto del presente ensayo de Ashle Ozuljevic podemos agregar que se suma a los ya incontables trabajos que la escritura de Lihn provoca. Creemos que su lectura es un aporte para entrar en una obra que cada vez más acusa su vigencia y necesidad. Quizás, en nuestra opinión, hubiésemos deseado destinar más espacio para el análisis prolongado de los textos, ya que solamente encontramos un poema, “La calva”, en donde se aplica la práctica del ejercicio analítico in extenso otorgando luces sobre los tres ejes argumentales del ensayo. No obstante, lo que Ozuljevic promete en la introducción (13) del trabajo, se ratifica en sus “Reflexiones finales” (95).
Diario de muerte de Enrique Lihn, a casi tres décadas de su aparición en 1989 y situado en la frontera histórica que dividió la historia reciente del Chile ochentero y dictatorial ad portas del país de la postdictadura noventera. Podemos confirmar con este ensayo que la figura de Lihn y su poesía están más vivos que nunca y sigue(n) hablándonos desde el más allá prolongando y cumpliendo lo que el mismo poeta se propuso en su diario: combatir aquel "silencio final" que en definitiva representa su gesto vivo e insurrectamente levantado para la muerte.

Valparaíso, otoño de 2017
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Diario de muerte (PDF) de Enrique Lihn en Memoria Chilena.

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