[Canción de mi hermana de Giannis Ritsos]. Por Natalia Figueroa
El texto que sigue no puede ser sino una buena noticia. Natalia Figueroa nos presenta su traducción de Canción de mi hermana (2016) del poeta griego Giannis Ritsos. Sobre este difícil trabajo, la autora de Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo, nos cuenta: "Realicé un primer borrador de la traducción durante febrero y marzo de 2016, en una estadía en Tesalónika y Atenas. Trabajé directamente con el ejemplar griego de la editorial Kedros, en su reedición de 1971, y también tuve a la vista la única traducción que existe del libro al inglés, de Marjorie Chambers, publicada en el volumen 29-30 de The charioteer, año 1987-88. Mi traducción difiere de la de ella en visión. Así, si Chambers optó, en su mayor parte, por explicar las imágenes, yo, en cambio, opté por una traducción más literal, que mantuviera la extrañeza que los versos de Canción de mi hermana generan incluso en el hablante nativo de griego. Así, por ejemplo, los versos “Η επανάληψη / ποτέ δεν είναι επανάληψη” que Chambers traduce por “Nothing / is ever repeated” [Nada se repite nunca], yo los traduzco por los literales: “La repetición / no es repetición nunca”.
Canción de mi hermana de Giannis Ritsos
Giannis Ritsos (1909-1990), de los poetas más relevantes del panorama griego del siglo XX, poeta del dolor y la rebeldía, nominado nueve veces al Premio Nobel. Fue, junto con Giorgos Seferis y Odisseas Elytis, parte importante en la renovación de la poesía griega, en aquel grupo heterogéneo llamado “Generación de 1930”: escritores que imbuidos en las corrientes estéticas de vanguardia, asimilaron la rica tradición griega. Conocido sobre todo por sus libros Sonata del claro de luna (1956) y Romiosini (1966), su valoración ha crecido en las últimas décadas gracias a numerosas traducciones y estudios. Hoy presentamos por primera vez en traducción al español, Canción de mi hermana (1937).
Con más de ochenta publicaciones de poesía, son múltiples los registros escriturales que Ritsos utiliza, alcanzando en sus poemas tanta complejidad como sencillez. Los temas de sus libros varían bastante: los hay de carácter más personal, o bien de temática histórica o mitológica. Con independencia de lo anterior, en todos hay una preocupación central por la libertad, la justicia social y el amor entre las personas. El cultivo de un humanismo profundo y la afirmación de la vida, aun en medio de condiciones duras y desgarradoras, es una cualidad fundamental en su poesía y tal vez el rasgo que le ha dado universalidad.
Ritsos nació en Monemvasia, un pueblo en la costa sureste del Peloponeso. Desde temprano su vida estuvo marcada por la ruina económica, la muerte y la enfermedad. En 1921 su hermano mayor murió de tuberculosis y meses más tarde su madre falleció de la misma enfermedad. Su padre, a partir de entonces, pasó internado en el sanatorio por largas temporadas, hasta fallecer en 1938. El mismo Ritsos sufrió de tuberculosis, enfermedad que lo mantuvo confinado, también, por largos períodos de su vida.
Como militante comunista durante las dictaduras militares en Grecia, a Ritsos se le prohibió publicar a lo largo de veinte años. Entre las décadas que van de 1940 a 1970, pasó la mayor parte del tiempo en campos de detención para prisioneros políticos en las islas de Lemnos, Agios Efstratios y Makronesos, en condiciones duras y precarias (este último lugar ha sido comparado con los campos de concentración nazis).
Ritsos destacó, tempranamente, por su poesía de vocación política. Así, a partir de una serie de manifestaciones que, al ser reprimidas, terminaron en la muerte de varios manifestantes, Ritsos publicó Epitafio (1936). En este libro asumió la voz de la madre de uno de esos asesinados, cuya fotografía sobre el cadáver de su hijo fue tristemente célebre por aquel entonces. Con Epitafio ganó reconocimiento y popularidad y, si bien el poemario fue prohibido y quemado a los pies de la Acrópolis, circuló secretamente y muchos de sus versos quedaron grabados en las personas de esa generación, pasando a ser un libro emblemático de las luchas sociales en Grecia. Posteriormente, al ser musicalizado por Mikis Theodorakis, se convirtió en una suerte de himno. Acá algunos versos:
Hijo mío, entraña de mis entrañas, corazoncito de mi corazón,
pajarillo del pobre patio, flor de mi desierto,
[...] ¿Dónde voló mi niño? ¿dónde fue? ¿dónde me deja?
[...] Dulce mío, no te has perdido, en mis venas estás.
Hijo mío, en las venas de todos, entra profundo y vive.
[...] Y en vez de rasgarme mis pechos inocentes, mira, marcho
y detrás de mis lágrimas encaro el sol.
Hijo mío, hacia tus hermanas y hermanos voy y sumo mi cólera,
tomé tu fusil; duerme, tú, pájaro mío.
pajarillo del pobre patio, flor de mi desierto,
[...] ¿Dónde voló mi niño? ¿dónde fue? ¿dónde me deja?
[...] Dulce mío, no te has perdido, en mis venas estás.
Hijo mío, en las venas de todos, entra profundo y vive.
[...] Y en vez de rasgarme mis pechos inocentes, mira, marcho
y detrás de mis lágrimas encaro el sol.
Hijo mío, hacia tus hermanas y hermanos voy y sumo mi cólera,
tomé tu fusil; duerme, tú, pájaro mío.
En esta época, en que la dictadura de Metaxas dio paso a la ocupación de Grecia por parte de Italia y Alemania, los escritores se unieron, creando sociedades y revistas, y acudiendo a las marchas con carteles en donde se leía “Escritores en servicio de las personas”. Se originó una literatura griega de resistencia, substancial, gestada desde el profundo dolor del que la madre de Epitafio había pasado a ser paradigma. La resistencia se volvió una cuestión ética que la poesía encarnó y expresó. De anteriores preocupaciones románticas, se dio un vuelco hacia la consideración de los aspectos sociales de la vida, usando para ello la lengua demótica, que expresaba la realidad lingüística del país. Para Ritsos en particular, los efectos del movimiento continuaron en su poesía de posguerra, con una redefinida fuerza. Para él, la poesía de resistencia no era una pulsión aislada que habría ocurrido durante los cuatro años de ocupación, sino que un estado único de propósito al que dedicó, de una forma u otra, toda su obra. Al respecto dijo, en una entrevista para un documental de 1988:
La escritura de poesía no es una tarea trivial, no es un pasatiempo. Es una necesidad muy profunda; y no es personal, sino una necesidad universal, es decir, de todos los seres humanos. Es la necesidad de relacionarnos, de comunicarnos, de transmitir una experiencia muy profunda y de la creación de un vasto clima de hermandad, más allá de las diferencias políticas, ideológicas, tradicionales, religiosas, raciales; mucho más allá. La poesía es la que deja de lado aquellos elementos que separan a los hombres, descubre y promueve los elementos que los unen. Por ello, su función tiene una excepcional importancia social, y como han dicho muchos amantes de la belleza: los poetas son los organizadores de la sensibilidad social, y algunos otros han dicho también que los poetas son los arquitectos del alma humana. (Γιάννης Ρίτσος, ποιησή και είκονα, traducción de Miguel Angel Chiovetta).
Ciertamente, un itinerario político lo llevó a obtener, en 1977, el Premio Lenin de la Paz, por aquel entonces el máximo galardón para los grandes creadores comunistas.
En Canción de mi hermana, el dolor personal también está fundido con la conciencia del presente histórico. Formando una trilogía con los poemarios Sinfonía de primavera (1938) y La marcha del océano (1940), todos libros que se acogen al surrealismo, el espíritu de resistencia contra la dictadura de Metaxas está indirectamente expresado en varias imágenes. De hecho, según Marjorie Chambers, quien tradujo este libro al inglés, los versos que comienzan con “Aquí el trofeo de la vida…” y terminan en “Abro mis brazos y acepto lo irresistible”, se habrían convertido en la época de su publicación, en una especie de eslogan de resistencia.
Si en Epitafio el poeta asumió la voz de la madre, en el libro actual se interpela a la hermana. Las mujeres tienen presencia en la obra de Ritsos. Hay en sus libros una exploración tanto de lo femenino como de su simbología: la mujer-vida, la mujer-tierra. En ellos las mujeres encarnan algo venerable y primigenio, estando vinculadas directamente con la naturaleza y los ciclos vitales, pero también con lo desconocido o sobrenatural. Así, en Canción de mi hermana, las plegarias de la hermana son capaces de elevarse hasta “el pecho de Dios”, los objetos son iluminados por su “santa luz”, misma luz frente a la cual los poetas reconocen “la insignificancia de los poemas”. El cultivo del surrealismo de parte del autor se convierte en un elemento propicio para realizar estas exploraciones, contribuyendo a situar a su hermana en una suerte de limbo intemporal, en un tiempo ahistórico en que se confunde lo antiguo con lo moderno, y en el que se funden, igualmente, imágenes del cristianismo con otras de la mitología griega. Como un devoto, el hablante se inclina ante ella para besarle las puntas de sus pies.
Tales conmovedoras expresiones de afecto, en medio de un clima general de ternura, no están exentas de la larga serie de poemas para hermanas y hermanos, escritos por poetas de todas las épocas y lugares. Canción de mi hermana se suma a esta línea temática, abundantemente atestiguada en el siglo XX; así en César Vallejo, Wislawa Szymborska, Louise Glück, y los más cercanos Nicanor Parra, Jorge Teillier y Claudio Bertoni, por citar solo unos pocos.
Dedicado a su hermana Lula, con quien desde pequeño tuvo una relación muy estrecha, Canción de mi hermana fue escrito cuando Lula fue internada en un sanatorio debido a problemas mentales. Mujer-hermana, mujer-madre, mujer-tierra, lo cierto es que su condición es en este libro fundamentalmente trágica y dolorosa: tan de ángel como de ángel caído. Se trata de una constante en la poesía de Ritsos: de exponer, al mismo tiempo y en tensión dramática, el decaimiento y la elevación, si bien con tendencia a una búsqueda o salida trascendental, según indican las imágenes del texto, muchas de ellas de ferviente religiosidad.
Comunismo y cristianismo ortodoxo se hacen, pues, presentes en este libro, que toma el nombre de “canción”, utilizando la misma palabra griega -tragoúdi- que se utiliza para designar una canción acompañada de ritmo y melodía. De esta forma, el poemario se presenta como un poetizar ajeno al acto de hablar cotidiano, definiéndose también con un sentido litúrgico o cultual, como un himno -ýmno- cantado: “Permite que mi mente se calme / para cantar [alabar, elogiar] un himno apropiado a ti”. Si la antigua poesía griega de tipo hímnico-religioso tenía por finalidad celebrar o suplicar al dios, pidiéndole su llegada a través de la prosperidad del campo, la lluvia, el viento favorable, etc., en Canción de mi hermana hay peticiones expresas de alcanzar calor, paz, alegría, en síntesis, vida, a través del canto.
Canto que, de acuerdo a la visión sustentada en el libro, tiene origen en un plano trascendente, canto que comunica con aquel plano, pero que también se inscribe como canto de la naturaleza. El hablante, o bien escucha este canto y se incorpora en él, o bien lo proyecta hacia la naturaleza como si se fuese construyendo en unidad con ella:
La vigorosa canción elevada
en los andamios del cielo
construye con brazos desnudos
mi casa.
La luz vibra
en los músculos de mi voz.
en los andamios del cielo
construye con brazos desnudos
mi casa.
La luz vibra
en los músculos de mi voz.
La canción, así entendida, amplía la percepción y es portadora, además, de libertad: “Oigo los aros [de los grilletes] / que caen y se quiebran”.
El poeta que, al principio del poema, y en relación a una hermana asimilada a Eurídice, aparecía como un desconsolado Orfeo que ya no podía sostenerse más ni sostenerla a ella; es renovado en el acto de su canto, afirmando vehementemente al final del mismo: “te salvaré de la muerte”. En una formulación que hermana a Ritsos con Gabriela Mistral, hay acá una concepción del poema-canción como un acto que lleva a una ampliación de los órganos sensoriales y que purifica del dolor de la vida humana. Es por esto que pese a lo triste y doloroso que puede ser el libro presentado, su mensaje afirma la vida.
La Serena, septiembre de 2016
(Traducción de Natalia Figueroa)
Hermana mía,
valdría permanecer de pie, erguido
contra el sol
y levantar columnas con mis poemas
hacia el espacio azul
para que camines de noche
riendo junto a Eurídice
bajo las bóvedas llenas de estrellas
del indestructible verano.
Pero, hermana mía,
no puedo más.
El infinito hizo trizas
su brillante arco
en mi frente
y doy vueltas
en el Momento eterno,
quebrado y sin saber.
Mi voz se hundió
mi pensamiento arrancó
las últimas flores.
Solo llorando
pronuncio tu canción.
No se atreven
ni el dolor ni el éxtasis
con labios sangrientos a murmurar
tu nombre.
En el cielo
Ruth se arrodilla en el pasto
para orar a tus pies.
Las palomas blancas
de los sueños de infancia
vuelan bajo en la llanura
de tu risa.
Las visiones de los sabios
nunca llegaron
al borde
de tu venerable grandeza.
Los poetas que se desvanecieron en la luz
reconocen en la luz de tu cara
la insignificancia de los poemas.
Solo el gran Silencio
con un lirio en las manos
acaricia tu espalda curvada
que elevó hasta el pecho de Dios
súplicas de hombres,
mientras las noches azules
se detienen con devoción
llorando estrellas.
Hermana mía,
doblo mis alas
inclino el cuerpo
para besar
las puntas de tus pies desnudos.
Deja que mi mente se calme
para cantar un himno apropiado a ti,
hermana mía,
hermana de todos.
Tus manos blancas
que untaban mirra en nuestras heridas
ahora se retuercen atadas a la espalda
en la cruz de tu cuerpo
como si fueran, hermana mía,
manos de ladrones.
Tu figura delgada se envuelve
en el manto ceniza de la locura.
En tus ojos quedaron
dos torres de vidrio, deshabitadas
y dentro de ellas andan perdidas
las sombras del pasado.
Hermana mía,
¿cómo pudiste dejarme a medianoche
buscando sin lámpara
descubrir la huella
de tus pasos perdidos?
Húndeme también
en la misma oscuridad
para no oír las trompetas
de tus gritos
contando las innumerables tumbas.
Haz que estallen en el infinito
mis ojos
para no ver
tus manos atadas.
Dirijo la mirada a cualquier lado
y solo te veo a ti.
Invoco
a la bondad de la belleza,
que me conceda una gota de rocío.
Pero nadie responde
las demandas
de las personas vencidas.
El polvo amarillo
de las rosas secas
se cubrió de nieve en el jardín.
La serena orilla
se retiró en el crepúsculo
y la primavera se quedó dormida
con la cara iluminada
encerrada en las palmas.
¿Dónde está ahora el silencio
con sus sueños blancos
con sus éxtasis congelados
con sus flores sin brillo?
Hermana mía,
no soy más un poeta
no me digno a ser poeta.
Soy una hormiga herida
que perdió su calle
en la noche infinita.
Remuevo la ceniza
de abriles ardientes
y no encuentro chispa
con que encender la antigua fuente de calor.
Tú pesaste
los tesoros de los tiempos
en tu delgada mano.
Tú derribaste montañas
donde descansaban poetas.
Y yo no soy más un poeta.
Lo sé,
los poetas
no contaminan con lágrimas
sus ciudades de cristal.
Se quedan despiertos
con la mirada fija y despejada
para contar
los estremecimientos de la luz
y las pulsaciones del universo.
Pero yo,
hermana mía, me desvelo
contando tus latidos
y tu respiración.
Me quedo, torre nocturna,
entre el incomprensible estruendo
de rayos cruzados
y sin dudar toco las espadas.
Los arcos de luz colapsaron
bajo tus párpados.
Nada más vive
fuera del círculo de luto
que tus ojos graban en lo creado.
No quiero
tambores de triunfo
anunciando mi fama
en bosques primaverales.
Tu sonrisa
me basta.
La fuente de tus ojos
puede colmar mi sed
y hacer florecer mi vida.
valdría permanecer de pie, erguido
contra el sol
y levantar columnas con mis poemas
hacia el espacio azul
para que camines de noche
riendo junto a Eurídice
bajo las bóvedas llenas de estrellas
del indestructible verano.
Pero, hermana mía,
no puedo más.
El infinito hizo trizas
su brillante arco
en mi frente
y doy vueltas
en el Momento eterno,
quebrado y sin saber.
Mi voz se hundió
mi pensamiento arrancó
las últimas flores.
Solo llorando
pronuncio tu canción.
No se atreven
ni el dolor ni el éxtasis
con labios sangrientos a murmurar
tu nombre.
En el cielo
Ruth se arrodilla en el pasto
para orar a tus pies.
Las palomas blancas
de los sueños de infancia
vuelan bajo en la llanura
de tu risa.
Las visiones de los sabios
nunca llegaron
al borde
de tu venerable grandeza.
Los poetas que se desvanecieron en la luz
reconocen en la luz de tu cara
la insignificancia de los poemas.
Solo el gran Silencio
con un lirio en las manos
acaricia tu espalda curvada
que elevó hasta el pecho de Dios
súplicas de hombres,
mientras las noches azules
se detienen con devoción
llorando estrellas.
Hermana mía,
doblo mis alas
inclino el cuerpo
para besar
las puntas de tus pies desnudos.
Deja que mi mente se calme
para cantar un himno apropiado a ti,
hermana mía,
hermana de todos.
Tus manos blancas
que untaban mirra en nuestras heridas
ahora se retuercen atadas a la espalda
en la cruz de tu cuerpo
como si fueran, hermana mía,
manos de ladrones.
Tu figura delgada se envuelve
en el manto ceniza de la locura.
En tus ojos quedaron
dos torres de vidrio, deshabitadas
y dentro de ellas andan perdidas
las sombras del pasado.
Hermana mía,
¿cómo pudiste dejarme a medianoche
buscando sin lámpara
descubrir la huella
de tus pasos perdidos?
Húndeme también
en la misma oscuridad
para no oír las trompetas
de tus gritos
contando las innumerables tumbas.
Haz que estallen en el infinito
mis ojos
para no ver
tus manos atadas.
Dirijo la mirada a cualquier lado
y solo te veo a ti.
Invoco
a la bondad de la belleza,
que me conceda una gota de rocío.
Pero nadie responde
las demandas
de las personas vencidas.
El polvo amarillo
de las rosas secas
se cubrió de nieve en el jardín.
La serena orilla
se retiró en el crepúsculo
y la primavera se quedó dormida
con la cara iluminada
encerrada en las palmas.
¿Dónde está ahora el silencio
con sus sueños blancos
con sus éxtasis congelados
con sus flores sin brillo?
Hermana mía,
no soy más un poeta
no me digno a ser poeta.
Soy una hormiga herida
que perdió su calle
en la noche infinita.
Remuevo la ceniza
de abriles ardientes
y no encuentro chispa
con que encender la antigua fuente de calor.
Tú pesaste
los tesoros de los tiempos
en tu delgada mano.
Tú derribaste montañas
donde descansaban poetas.
Y yo no soy más un poeta.
Lo sé,
los poetas
no contaminan con lágrimas
sus ciudades de cristal.
Se quedan despiertos
con la mirada fija y despejada
para contar
los estremecimientos de la luz
y las pulsaciones del universo.
Pero yo,
hermana mía, me desvelo
contando tus latidos
y tu respiración.
Me quedo, torre nocturna,
entre el incomprensible estruendo
de rayos cruzados
y sin dudar toco las espadas.
Los arcos de luz colapsaron
bajo tus párpados.
Nada más vive
fuera del círculo de luto
que tus ojos graban en lo creado.
No quiero
tambores de triunfo
anunciando mi fama
en bosques primaverales.
Tu sonrisa
me basta.
La fuente de tus ojos
puede colmar mi sed
y hacer florecer mi vida.
Fuente de la fotografía de Ritsos: A Tribute to Yannis Ritsos.
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