[Poeta y académico. Una breve autobiografía crítica]. Por Felipe Cussen
El siguiente ensayo escrito por Felipe Cussen fue leído en el seminario de crítica literaria "El circo en llamas", realizado en "La Sebastiana", Valparaíso, el pasado 9 de octubre de 2015.
Poeta y académico. Una breve autobiografía crítica
Buenas tardes. Mi nombre es Felipe Cussen, y soy poeta y académico. Quiero comenzar agradeciendo profundamente a Jaime Pinos, Sergio Muñoz y Andrés Urzúa, dueños de casa de La Sebastiana, quienes hace algunas semanas me permitieron presentarme aquí mismo como poeta, y hoy como académico.
No me gusta que me llamen poeta, porque suena muy siútico: prefiero escritor. Tampoco me gusta que me llamen académico, porque suena muy pomposo: prefiero profesor. No sé, incluso, si me gusta que me llamen crítico: prefiero investigador. A decir verdad, ninguno de estos términos (poeta, académico, crítico) refleja a cabalidad lo que hago todo el santo día: contestar e-mails.
Los poetas y académicos sufrimos mucho. Los demás poetas nos acusan de que nuestra poesía es académica, literatosa, sin experiencias. Los demás académicos nos consideran poco académicos, y piensan que nuestras investigaciones están guiadas por la intuición poética, y no por el rigor.
En realidad, los poetas y académicos no sufrimos tanto. Conozco a muchos que se mantienen activos en la escritura y desarrollan proyectos de investigación, como Fernando Pérez Villalón, Macarena Urzúa, Matías Ayala, Antonia Torres, por mencionar los primeros que se me vienen a la mente, y no los he escuchado quejarse al respecto. Es más, yo sufro bastante poco. Quizás estos berrinches solo parecen comprobar que "los ricos también lloran", a pesar de que tengo la enorme suerte de poder dedicar mi tiempo, cuando no estoy contestando e-mails, a escribir e investigar.
Dentro de mi difícil vida de poeta y académico recuerdo muchos momentos en los que esta doble condición trajo como consecuencia intercambios felices, anécdotas divertidas, pero también malentendidos y cortocircuitos. A continuación, desclasificaré algunos documentos de mi archivo secreto:
- Hace algunos años, mientras leía el blog "Malasya", encontré mi nombre citado en medio de una polémica. Un amable joven de nombre Esteban quiso acudir en mi rescate y comentó: "a mi me hizo clases cussen en la andres bello. es el mejor profesor que he tenido. como poeta muy malo eso si" [sic].
- Recientemente, para un concurso de poesía en el que los miembros del jurado supuestamente habíamos sido invitados por nuestra calidad de académicos, una colega señaló que la elección del texto ganador por parte mía y de otro de los jurados se debía a que ambos éramos poetas y nos gustaba la "poesía para poetas".
- Una vez, en un congreso en Córdoba, presenté a la mañana una ponencia sobre un poeta chileno muy poco conocido y cuyo nombre parece un seudónimo: Venancio Lisboa. Ese mismo día, a la noche, presenté una performance en la que yo era un poeta que leía unos poemas y luego me transformaba en un académico que criticaba esos poemas con un texto extremadamente alambicado, que había construido con citas de otros artículos académicos. El efecto de la performance fue que muchos espectadores pensaron, por añadidura, que la ponencia que había leído durante la mañana también era un juego, y que había inventado al poeta Venancio Lisboa.
- Muy pocas veces he escrito reseñas o columnas en diarios o revistas. Recuerdo que los editores siempre me suplicaban que no me alargara demasiado ni escribiera en un estilo "demasiado académico". Yo, a su vez, les suplicaba que añadieran a mi firma "Académico UDP", porque la universidad en que trabajaba entonces estaba desesperada porque sus profesores figuráramos en los medios.
- Una revista académica rechazó un artículo mío, entre otros motivos, porque "la calidad ensayística deja mucho que desear, pues tiene un tono coloquial y desenfadado, el cual da la impresión de que el texto fue hecho para ser leído en voz alta en algún congreso o coloquio y no se reelaboró para su versión escrita". Sí, es cierto que casi siempre mis artículos nacen de una ponencia previa, y eso se debe exclusivamente a que me inscribo en congresos para obligarme a escribir estos textos que, de otro modo, jamás concluiría. En otra evaluación también me criticaron que, en un artículo sobre Claudio Bertoni, no se distinguiera en algunos momentos si algunas expresiones eran mías o parafraseos de Bertoni.
- En el par de ocasiones que han citado artículos académicos míos en otros artículos académicos se refieren a mí como "el poeta Felipe Cussen".
- En la Universidad de Santiago, donde trabajo actualmente, se evalúa todos los años nuestra "producción científica". En mis informes, además de consignar los artículos y capítulos de libros, he decidido incluir también algunas entrevistas que he publicado. En la carta adjunta que envié el año 2013 señalé que "dentro de mis publicaciones en revistas indexadas y no indexadas he incluido algunas entrevistas a escritores que forman parte de mis proyectos de investigación. Aunque no son artículos, las he incluido allí porque no supe en qué otra categoría colocarla. Si bien el año anterior estas publicaciones no fueron ponderadas, vuelvo a insistir que se tengan en cuenta como parte de mi productividad académica, aunque sea con un puntaje inferior. Como apoyo, quisiera citar los argumentos planteados por nuestro colega José Santos Herceg en 'Tiranía del paper: Imposición institucional de un tipo discursivo' (artículo ISI publicado en la Revista Chilena de Literatura, nov. 2012, nº 82: 197-217), quien recoge la discusión actual en el campo de las humanidades respecto a las graves limitantes del modelo del paper, y el desplazamiento de una serie de formatos de larga tradición como el ensayo, los diálogos, las cartas y los aforismos". Mi argumento no fue considerado por la Vicerrectoría de Investigación, Desarrollo e Innovación.
- El año 2009 fundé la revista Laboratorio, que habíamos ideado junto a Rodrigo Rojas y Martin Bakero. La revista nació en la Escuela de Literatura Creativa de la Universidad Diego Portales, cuya malla combina cursos de teoría e historia de la literatura con talleres de escritura. En su número 0 ya definíamos que su objetivo era "reunir colaboraciones críticas y creativas en torno a dos ejes: la literatura experimental y la relación de la literatura con otras artes". Se desarrollaron cuatro secciones, Investigación, Notas, Diálogos y Creación, para promover, como efectivamente ha ocurrido hasta ahora, que en un mismo número confluyeran investigadores, escritores y artistas. La revista ha conseguido algunas indexaciones pero fue rechazada por SciELO porque no cumplía con el "carácter científico": los evaluadores consideraron que existía un "bajo porcentaje de artículos originales resultantes de investigación" porque muchos de los artículos correspondían, a su juicio, a "trabajos de revisión y ensayos" y, además, existía un porcentaje demasiado alto (39%) de "otras contribuciones (clasificadas en las secciones "Notas", "Diálogos" y "Creación" de la revista)".
- El año 2012 postulé a un proyecto Fondecyt en el que quería vincular ciertas prácticas de la poesía conceptual y sonora con procedimientos de la música electrónica. Conocí muchos de los libros que deseaba analizar debido al contacto con numerosos poetas experimentales gracias a mi participación en el Foro de Escritores y sus redes internacionales. Aún más, ni siquiera se me habría ocurrido el problema de mi investigación si no fuera por mis estudios y experiencia musicales, y especialmente por mis conversaciones y obras creadas en conjunto con el productor Ricardo Luna, quien además ha sido mi profesor del software Ableton Live. Consideré necesario incluir todos estos antecedentes dentro de mi postulación, y lo conversé con una colega que integraba el Grupo de Estudios de Lingüística, Literatura y Filología, que recibe y envía a evaluar las postulaciones. Me advirtió que, de acuerdo a los criterios que había observado en las conversaciones del grupo, sería mejor omitirlos pues alguien podría sospechar que estaba vinculada de manera directa a mi trabajo creativo. Su consejo era pertinente, pues las bases indicaban de manera explícita que Fondecyt "financia exclusivamente proyectos de investigación científica o tecnológica" y no "proyectos de creación artística, recopilaciones, confección de catálogos o inventarios, impresión de libros, ensayos, traducciones, audiovisuales, textos de enseñanza u otras actividades análogas". Finalmente opté por incluir un breve apéndice donde referí de manera muy somera mis años de estudios musicales. Asimismo, una amiga que colaboró en el diseño del proyecto me indicó que existía el riesgo de que esta investigación que incluía conceptos como samples, loops, remix, mash-up, dj, se encontrara demasiado lejos de las expectativas de lo que debe ser poesía para los evaluadores, probablemente todos profesores de literatura. Para remediarlo, puse al comienzo del resumen de mi proyecto una cita de Walter Benjamin. El proyecto fue aceptado y al año siguiente fui invitado a integrar el grupo de Estudios.
A muchos estas anécdotas podrán parecerle simples minucias o falsos problemas, pero más allá de la autorreferencia creo que ilustran con bastante precisión las tensiones entre estos distintos campos de acción. En gran parte se deben, evidentemente, a los prejuicios sobre estos roles: muchos poetas acusan a los académicos de estar apoltronados en nuestras oficinas y fantasean con que nos reunimos todas las tardes a tomar té con Matías Rivas para conspirar y decidir los destinos de la literatura nacional (yo nunca me he juntado a tomar té con él; solo una vez a comer). Y los académicos también caen en lo mismo cuando crean una imagen del poeta como un ser inocente, hipersensible y, lo más errado, buena persona.
Si enfocamos la mirada con mayor profundidad en ciertas políticas de investigación universitaria, es preciso atender un reclamo que cada año toma más fuerza en la comunidad académica: la impugnación de los métodos y pautas con los que se espera que un académico del área de las humanidades o las artes diseñe y comunique sus descubrimientos. Hay casos recientes muy importantes en esta línea, como el libro Cartografía crítica. El quehacer profesional de la filosofía en Chile, del ya citado José Santos Herceg, o un provocativo artículo de Diamela Eltit, producto de un proyecto Fondecyt y publicado en una revista ISI, Taller de Letras, en el que dedica una parte importante a cuestionar la extrema homogeneidad de los artículos académicos: "es posible concebir un gesto robótico para configurar un mercado de escrituras que precisamente se sustenten en las marcas más nítidas para garantizar un consumo masivo sin sobresaltos. Acrítico" ("Género y dolor", p. 132). Es fundamental, entonces, transmitir la necesidad de la escritura como una etapa que forma parte de la investigación misma. No hacemos un experimento para luego simplemente transcribirlo, pues nuestros objetos de estudio van mutando precisamente en la medida en que intentamos describirlos e interpretarlos. Las estrategias retóricas que utilizamos no son caprichos: responden al modo en que buscamos ser más fieles para transmitir al lector nuestras experiencias estéticas o reflexivas. Si dejamos atrás el corsé del paper y nos acercamos más al noble modelo del ensayo concluiremos que la escritura no es un ornamento: es, en sí, un argumento.
También, sin embargo, existe un problema específicamente disciplinario en los estudios literarios: a diferencia del teatro, la danza, la música, las artes visuales o la arquitectura, las licenciaturas en literatura de la mayoría de las universidades (no solo en Chile sino en todo el mundo) están enfocadas primordialmente en la teoría y no están vinculadas a la práctica. Al conversar sobre esta situación con otros profesores, algunos me han indicado que no es posible enseñar a escribir poesía y que es aún más difícil evaluarla. ¿Y por qué en otros programas artísticos universitarios sí se puede? Es más, como ha mostrado recientemente la actriz, performer e investigadora María José Contreras, existe una importante tendencia a nivel mundial que promueve investigaciones académicas "cuyas preguntas o motivaciones solo pueden ser contestadas mediante la práctica". En ese sentido, más allá de que el propio investigador sea o no artista, sí me parece fundamental desarrollar acercamientos más profundos y complejos a los saberes que forman parte de la práctica misma de la literatura, dejando atrás esa mirada paternalista que minimiza las opciones y estrategias de los autores. Un ejemplo que me ha parecido muy atractivo es la tesis doctoral del lingüista Domingo Román, La poética de los poetas populares chilenos. Esta investigación nace de un riguroso proceso de aprendizaje de las técnicas y un cambio en sus perspectivas hacia un tipo de conocimiento aún no validado en la academia: "Darme cuenta de que ellos sabían tanto o más que uno no resultó ni escandaloso ni peligroso; poder afirmar que en su práctica subyace una teoría del verso, un vocabulario técnico y una perspectiva poética me resultó reconfortante y, a decir verdad, lógico".
En los últimos años de mi feliz vida de poeta y académico he tratado de acercarme a esta modalidad de trabajo, poniendo en el centro de mi interés las poéticas. Para ello, me preocupo especialmente por vincular las reflexiones de los propios poetas en sus ensayos o entrevistas con sus prácticas, y situarlos en el contexto de una determinada problemática estética, que usualmente trasciende los límites de la literatura o de un determinado idioma o país. Los límites de este método son fáciles de detectar. No suelo incorporarme a las discusiones teóricas más amplias que ocupan a muchos de mis colegas académicos y, por supuesto, corro el riesgo de tomarme demasiado en serio a los poetas. Pero no puedo ni quiero evitarlo, porque también soy un poeta. Sé que muchos pensarán que en la elección de mi objeto de estudio se esconde una agenda cuyo fin es promover y favorecer la recepción del tipo de poesía que deseo practicar. Eso no es totalmente cierto; he investigado sobre muchos autores cuyas propuestas me fascinan precisamente porque se sitúan en las antípodas de lo que yo podría hacer. Por otra parte, también creo que escribir sobre Tan Lin, Adachi Tomomi, Erica Baum, Kristen Mueller, así como volver una y otra vez a Juan Luis Martínez, son modos de incidir no solo en la discusión académica, sino también de proponer parámetros distintos en las discusiones de los poetas de nuestro país.
Pero también he cometido errores. En mi afán por hacerme famoso y aparecer en la televisión, mantuve varios años junto a Álvaro Bisama un podcast sobre literatura y farándula, y comencé a escribir columnas en diarios y revistas. En todas estas intervenciones me preocupaba de incluir reflexiones que, a mi juicio, se ligaban de manera profunda con mis preocupaciones por la poesía. Es más, reuní varios de esos textos junto a otros más propiamente vinculados a mis pensamientos sobre la escritura en un volumen titulado Opinología. Para mí, ese libro era indudablemente mi poética. Para todos los demás, fue un libro sobre televisión.
Solo me resta agradecer una vez más a los organizadores de este seminario, y pedirles disculpas que por momentos me haya puesto a hablar como académico, pero a veces me ocurre. Trataré de que no se repita. Hablaré bonito, como lo hacen los poetas.
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile
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