[Los guantes, las manos: sobre no hay mano de Juan Carlos Urtaza]. Por Nicolás Meneses
Nicolás Meneses escribe sobre No hay mano, segundo libro del poeta Juan Carlos Urtaza, publicado en 2012 por las editoriales La Calabaza del Diablo (Chile) y Vox (Bahía Blanca, Argentina).
Los guantes, las manos: sobre no hay mano de Juan Carlos Urtaza
Comienzo con esta imagen del autor: en un internado de Arica aprendió a pelear a mano limpia y a plantar lechugas en el desierto. La dejaré colgada como un póster porque la miraremos todo el tiempo. Junto a esta tenemos una galería de púgiles y técnicas legendarias del boxeo que tapizan nuestra muralla, nuestro recorrido. Son cuadros en blanco que indican el movimiento, pero nada más. Tal vez porque el autor entiende que colgar la imagen es detener el movimiento, la técnica, pero el movimiento y la técnica en el boxeo son demasiado importantes como para fijarlas. Los campeones deben evocarse desde la elegancia y el talento. Los boxeadores son más que viejas postales, puestas así parecen sparrings de sus mejores años.
No sería extraño comenzar este libro y que en cada vuelta de página el lector oyera un toque de campana, aunque la falta de puntuación en todos los textos pueda decir lo contrario, responder a la necesidad de no fragmentar demasiado el relato, tender un puente, encadenar una secuencia que funcione como confidencia al lector. Quedar mano a mano con el swing del poema parece ser la pelea en este libro.
Luego la biografía del boxeador y la importancia del legado familiar, el traspaso vital; las venas determinan, empujan, arengan al hijo a hacer sombra, subir al cuadrilátero, soñar con peleas. Retar a todo el mundo para forjar el carácter, aunque esto mismo le cueste la marginación de la comunidad. Parece que se nos quiere hacer parte de esa ensoñación, pero al mismo tiempo se nos saca de ella con el relato de los ídolos. Sin embargo, la heredad del peso de las manos nos mantiene aferrados a los guantes que sirven para alivianar los golpes lanzados y recibidos. En un solo encuentro se pone en juego la disciplina que niega la disciplina de la sociedad y sus estadísticas. En este caso la sinécdoque de las manos es la precisa pues en ella están puestas las fichas; el combate se decidirá por ellas.
¿Qué puede decir un deportista sobre el desdoblamiento, que puede decir un boxeador? El niño pasa de ser el grano de arena al deportista, se transforma en la habitación y luego vuelve el joven a correr por la ciudad deshabitada. El tránsito acelerado del individuo que entra y sale de su cuerpo por la rigidez del entrenamiento, la ensoñación de una victoria, la fantasía del ídolo. El mismo que se queda en la pelea de Manny Pacquiao con Miguel Cotto en el MGM de Las Vegas mientras un terremoto asola el sur del Chile. Lo único que queda en pie es la ilusión y un par de enseres, la potencia del Pac-Man y la desaparición de los recuerdos. El boxeador derrotado diría ¿para esto entrené tanto? Esta podría ser la misma pregunta que se hicieron miles esa noche, ¿para esto trabajé tanto? Y ahí están las manos, intactas, esperando rígidas o desvalidas por el peso de la debacle porque lo importante es lo que queda, la sangre dentro y la sangre fuera de la ceja. Lo importante es lo que perdura, la sangre que sigue circulando, purasangre.
El deportista haciéndose desde la infancia como continuación centrada de una ensoñación. El niño omnipotente, que corre desnudo y lleno de parches bajo la insignia del ídolo, los padres, los hermanos, las leyendas del boxeo estampados en la muralla. Pero la protección de las cosas se derrumba, la población queda vulnerable. Aun así se acude a los ritos masivos de liberación donde el héroe-deportista encabeza la épica de un país. El caso ejemplar de Martín Vargas en tiempos de dictadura paralizando las calles, su circulación frenética que invade la sangre apelmazada de los espectadores, las heridas en la boca, las mejillas, los nudillos. La sangre del ring hace olvidar la sangre que corre en un país del terror. La disciplina insufrible ayuda a que el instinto agresivo salga a la superficie, que el boxeador llegue a visualizar el movimiento del contrario, de una mosca o de una lechuza. Así es como se rompe de antemano el mundo centrado, espiritual y protegido del niño que atesora una palabra y la confunde con una técnica de ataque, el clinch. Luego el joven descubre que es una técnica para retener el ataque del contrario abrazándolo con el fin de recuperar fuerzas hasta que el árbitro los separe.
Si hay algo de lo que el hablante no se arrepiente es de haber desechado el camino de la prosperidad, el preguntarle a los niños “qué quieres ser cuando grande”, porque sabe que eso es traicionarlos, condenarlos de antemano a un mundo reglado por la oferta y la demanda. Un deporte de violencia explícita como el boxeo cobra una potencia increíble en ese íntimo espacio donde al púgil no lo alcanzan las luces. Las manos, por tanto, si es que aparecen, solo lo hacen para saldar cuentas, dar muestra de una afección absoluta por su decisión. Apostarle a la poesía y al boxeo debe ser un doble golpe. Juan Carlos Urtaza acierta con la continuación de su primer libro, atreverse a continuar la saga. Amateur en el ring dirá la reseña. Acá gana por Knock Out claro.
Nicolás Meneses (Buin, 1992) Estudiante de Pedagogía en Castellano (UMCE). Obtuvo una Beca de Creación del Fondo del Libro (2015). Aparece en las antologías Al pulso de la Letra (2013) y Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014).
*Fuente de fotografía, LUN.
No sería extraño comenzar este libro y que en cada vuelta de página el lector oyera un toque de campana, aunque la falta de puntuación en todos los textos pueda decir lo contrario, responder a la necesidad de no fragmentar demasiado el relato, tender un puente, encadenar una secuencia que funcione como confidencia al lector. Quedar mano a mano con el swing del poema parece ser la pelea en este libro.
Luego la biografía del boxeador y la importancia del legado familiar, el traspaso vital; las venas determinan, empujan, arengan al hijo a hacer sombra, subir al cuadrilátero, soñar con peleas. Retar a todo el mundo para forjar el carácter, aunque esto mismo le cueste la marginación de la comunidad. Parece que se nos quiere hacer parte de esa ensoñación, pero al mismo tiempo se nos saca de ella con el relato de los ídolos. Sin embargo, la heredad del peso de las manos nos mantiene aferrados a los guantes que sirven para alivianar los golpes lanzados y recibidos. En un solo encuentro se pone en juego la disciplina que niega la disciplina de la sociedad y sus estadísticas. En este caso la sinécdoque de las manos es la precisa pues en ella están puestas las fichas; el combate se decidirá por ellas.
¿Qué puede decir un deportista sobre el desdoblamiento, que puede decir un boxeador? El niño pasa de ser el grano de arena al deportista, se transforma en la habitación y luego vuelve el joven a correr por la ciudad deshabitada. El tránsito acelerado del individuo que entra y sale de su cuerpo por la rigidez del entrenamiento, la ensoñación de una victoria, la fantasía del ídolo. El mismo que se queda en la pelea de Manny Pacquiao con Miguel Cotto en el MGM de Las Vegas mientras un terremoto asola el sur del Chile. Lo único que queda en pie es la ilusión y un par de enseres, la potencia del Pac-Man y la desaparición de los recuerdos. El boxeador derrotado diría ¿para esto entrené tanto? Esta podría ser la misma pregunta que se hicieron miles esa noche, ¿para esto trabajé tanto? Y ahí están las manos, intactas, esperando rígidas o desvalidas por el peso de la debacle porque lo importante es lo que queda, la sangre dentro y la sangre fuera de la ceja. Lo importante es lo que perdura, la sangre que sigue circulando, purasangre.
El deportista haciéndose desde la infancia como continuación centrada de una ensoñación. El niño omnipotente, que corre desnudo y lleno de parches bajo la insignia del ídolo, los padres, los hermanos, las leyendas del boxeo estampados en la muralla. Pero la protección de las cosas se derrumba, la población queda vulnerable. Aun así se acude a los ritos masivos de liberación donde el héroe-deportista encabeza la épica de un país. El caso ejemplar de Martín Vargas en tiempos de dictadura paralizando las calles, su circulación frenética que invade la sangre apelmazada de los espectadores, las heridas en la boca, las mejillas, los nudillos. La sangre del ring hace olvidar la sangre que corre en un país del terror. La disciplina insufrible ayuda a que el instinto agresivo salga a la superficie, que el boxeador llegue a visualizar el movimiento del contrario, de una mosca o de una lechuza. Así es como se rompe de antemano el mundo centrado, espiritual y protegido del niño que atesora una palabra y la confunde con una técnica de ataque, el clinch. Luego el joven descubre que es una técnica para retener el ataque del contrario abrazándolo con el fin de recuperar fuerzas hasta que el árbitro los separe.
Si hay algo de lo que el hablante no se arrepiente es de haber desechado el camino de la prosperidad, el preguntarle a los niños “qué quieres ser cuando grande”, porque sabe que eso es traicionarlos, condenarlos de antemano a un mundo reglado por la oferta y la demanda. Un deporte de violencia explícita como el boxeo cobra una potencia increíble en ese íntimo espacio donde al púgil no lo alcanzan las luces. Las manos, por tanto, si es que aparecen, solo lo hacen para saldar cuentas, dar muestra de una afección absoluta por su decisión. Apostarle a la poesía y al boxeo debe ser un doble golpe. Juan Carlos Urtaza acierta con la continuación de su primer libro, atreverse a continuar la saga. Amateur en el ring dirá la reseña. Acá gana por Knock Out claro.
Nicolás Meneses (Buin, 1992) Estudiante de Pedagogía en Castellano (UMCE). Obtuvo una Beca de Creación del Fondo del Libro (2015). Aparece en las antologías Al pulso de la Letra (2013) y Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014).
*Fuente de fotografía, LUN.
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