[Visiones de caza. Sobre Ejercicios de encuadre de Carlos Araya Díaz]. Por Pablo D. Sheng


Ejercicios de encuadre, publicada por Editorial Cuneta (2014), es la primera novela de Carlos Araya Díaz (Calama, 1984). Como cineasta ha trabajado en la codirección de Propaganda, primer documental colectivo de Mafi.tv (Mapa fílmico de un país). Ejercicios de encuadre, que ahora nos reseña Pablo D. Sheng, se adjudicó el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral.



Visiones de caza

Acechar la presa y narrar. Buscar los lugares, los hallazgos o las piezas. Excavar la imagen que construye y devela memoria. Como en un puzzle, a retazos, Carlos Araya Díaz nos muestra una alegoría arqueológica de encuentros e insinuaciones. Tenemos a un hombre que acaba de salir de la cárcel y ha sido contratado como guardia en una galería de Santiago. Ejercicios de encuadre mediatiza, primero, la materialidad del recuerdo para reconfigurarlo en imágenes, pantallas que vigilan y ponen en escena un desolador espacio.
La novela arma una personalidad perversa. Los objetos se desplazan y deambulan por territorios, vistos por la cámara. La técnica registra, es la imagen semántica que deja vacíos: un padre alcohólico –luego ausente– que quema su colchón, fragmentos de infancia, un sujeto neurótico y psicopático. En esos interregnos, también, ocupa lugar un destello momentáneo, pero capturable por el sujeto que mira lo que se hace ver.
Los recuerdos de infancia son desviados para perseguir al objeto: Marcia, de veinte años, pelo café, delgada y que trabaja en una lavandería. La narración la hace, mayoritariamente, un hombre que acecha a la chica. El exrecluso es agresor y Marcia la víctima, pero Araya Díaz no pretende, de todos modos, hacer un relato policial, sino, más bien, archivar, recordar y usar notas firmadas por Marcia para pensar la narración como un revelado en que ambos personajes son el mismo cuerpo. Ejercicios de encuadre, entonces, se pregunta por esa cuestión autorial. No quedará claro en la medida que ni siquiera la materialidad del recuerdo es positiva, sino oscura y atroz.
El cuerpo del hombre que no deja de pensar en Marcia es imagen. La ve como un sueño que traspapela el olvido, el deseo y la nostalgia. El tiempo termina anulándose, por colapsar y embarcarse en el movimiento ininterrumpido de una cámara. El recuerdo, como el narrador, se mecaniza, pero también se detiene: imagina fotografías, ve muecas, rostros y fluidos que se duplican en vista de poseer y condensar imágenes de pensamiento. La ciudad, el acecho, la reclusión y Marcia trasvasijan su espacialidad para corporeizarse en el lente de una cámara de seguridad. En ese dominio, el narrador mismo penetra la imagen con su propio cuerpo.
Ejercicios de encuadre materializa el lenguaje del inconsciente en una estructura orgánica que limita con el desciframiento del mundo. Aquí, el espacio es un objeto de miradas que construyen una atmósfera agobiante. El lirismo, además, de la novela está plagado de signos opacos y vacíos que fluyen y se detienen en un personaje maldito, que pretende cazarse a sí mismo en cada imagen de la mujer que acecha, que busca tocar y encontrar sus objetos, que mira sin culpa y naturaliza el mal. La historia construida por Araya Díaz es violenta, termina por intensificarse en los derrames del ojo y en la imposibilidad de la vista por adentrarse en una pantanosa memoria.

Pablo D. Sheng (Santiago de Chile, 1995). Ganó la Beca de Creación Literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, año 2015. Aparece antologado en Halo: 19 poetas nacidos en los noventa (2014). Cursa segundo año en la carrera de Letras Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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