[Collige virgo rosas: Post Humo de Mario Valdovinos]. Por Víctor Quezada
Mario Valdovinos es un escritor nacido en Santiago de Chile, novelista y dramaturgo, Post Humo (Emecé cruz del sur, 2010), juego entre lo póstumo y aquello que emerge de la descomposición de los cuerpos, es su tercera novela que Víctor Quezada nos reseña en el siguiente texto.
Collige virgo rosas: Post Humo de Mario Valdovinos
"en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada"
Góngora
Góngora
Post Humo es la tercera novela de Mario Valdovinos y cuenta la historia de una madre moribunda y su hija, quien debe cuidar de ella, esperando que la muerte llegue. Y es en esta espera donde la descomposición se convierte en el eje material, físico, de la narración.
Narrada en dos partes disímiles en calidad, la primera persona es el punto de vista elegido para encarnar un espacio recluido en el que madre e hija invierten sus roles tradicionales, pero sin dejar de encarnar las características labores de cuidado reconocidas al sujeto femenino en el espacio heteronormativo en el que la mujer es confinada exclusivamente al cuidado del otro (“la tonta en la casa (…) con el trasero y la pierna amarrados a la pata del catre, mientras ellos viven melancólicamente sus quimeras, ya sea como artistas, como creadores, como seductores”, p. 115). Sin embargo, estas labores adquieren una dimensión oscura que la muerte otorga en la progresiva corrupción del cuerpo de quien muere.
En términos generales, el sujeto de la primera parte de la novela (la hija, que es el personaje fuerte de la narración y de la que la madre, en la segunda parte, es un mero reflejo) y su actitud desconcertada, sumados los cuestionamientos que nacen a partir de la enfermedad, nos hacen recordar a aquel narrador dudoso y frágil del primer Mauricio Wacquez (principalmente en Toda la luz del mediodía, Zig-Zag, 1965) quien, embargado por el mundo y las relaciones sociales se preguntaba por la permanencia de las cosas, como también la referencia a las manifestaciones de una cultura folletinesca nos recuerdan textos como Boquitas pintadas, El beso de la mujer araña (Manuel Puig) o Rosaura a las diez de Marco Denevi, todas novelas donde la mujer (o sea, las características que el hombre proyecta sobre su figura) manifiesta esa tensión entre el deseo del amor ideal, las formas de la no correspondencia y el provecho de la belleza juvenil: el simple sitio que habitan en un mundo masculino.
Pero en Post Humo ese lado del collige, virgo, rosas (aprovechar la belleza cuando se es joven) es ya un pasado perdido, y su apuesta más productiva se extiende hacia la figuración de la destrucción y pérdida completa de la belleza o la dignidad. Situada en el lado opuesto del tópico, esta novela se hace interesante en la medida en que la enfermedad se infiltra en el presente, aquí, cuando el tiempo acaba, está acabando, ya acabó con toda belleza, el valor útil de la mujer: “Todo consiste en eso, aparecer y desaparecer. El problema son los despojos. ¿Qué se hace con los pellejos yertos, con la sangre?” (p. 36).
Y entonces la descomposición abre la puerta al juego sobre la materia, la bondad y abnegación en el cuidado que hace de la hija una madre y de esta una guagua, un infante, como en otra recordada novela chilena, El obsceno pájaro de la noche de Donoso: “La humilla orinarse, lo sé, y aún más defecarse (…) debo ponerle pañales todas las noches para evitarlo. También vomita con frecuencia (…) Amanecerá como una guagua (…) Mojada hasta el pelo” (p. 22). Sin embargo, ese ir transformándose monstruosamente la subjetividad que en Donoso es un valor definitorio, aquí no pasa de ser el juego entre entidades que se corresponden de forma binaria: infancia y enfermedad, arte y enfermedad o juego y enfermedad.
Y la realización menos feliz de estas díadas es aquella que vincula el juego y la descomposición del cuerpo que aparte de hablar de la conocida ambigüedad del signo lingüístico, se sitúa en un juego pretendidamente infantil o amateur, el del aficionado, el amante de las palabras que a lo largo de la novela se insiste en desarrollar como un recurso válido por su repetición: “Esta palabra la parto en dos (…) y se vuelve naci-miento. Parto de partir y de parir” (p. 29).
Comentarios