[Julieta Marchant y los enormes telares: una lectura de urdimbre] Por Juan Pablo Pereira

Urdimbre (Ediciones Inubicalistas, 2009) es el primer libro de la poeta Julieta Marchant. El también poeta Juan Pablo Pereira, tomando como punto de partida esa crítica que privilegia conceptos preconcebidos a la percepción estética, nos expone su valoración de Urdimbre.

Julieta Marchant y los enormes telares: una lectura de urdimbre

después de ser solamente una mujer
un yo un mí un mío sacado de cuajo

El problema de cualquier aproximación de un reseñista a urdimbre (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2009) de Julieta Marchant, salta a la vista si pensamos cínicamente una sencilla pregunta: ¿es probable que alguien critique mal este libro? Y, por supuesto, la pregunta no sería cínica si no implicara la respuesta: No, ello no es probable, urdimbre tiene todos los ingredientes para ser recibido con guirnaldas y abrazos, y estos agasajos están dispuestos de manera completamente previa a su lectura. Baste su “identikit”: estamos obviamente al frente de una reflexión poética femenina efectuada por una mujer poeta, en la que vemos el despliegue de muchas poetas nacionales o extranjeras con las cuales Julieta Marchant (1985) dialoga. Un par de elementos extra -el prestigio de sus editores y el de la misma Julieta, quien precozmente ya ha dado un par de pasos en el fascinante mundo de las letras- y presumimos que su confección no puede ser sino confiable, sutil, aguda. De paso, todos sabemos que se hacen reseñas con eso y poco más (o nada más).
Y es que la pregunta del párrafo anterior arrastra otra inmediata, aun menos simpática y más siniestra: ¿es probable que alguien lea este libro? Y la respuesta es tanto más cínica que todo lo anterior: Sí, igual es probable. Por de pronto, Julieta Marchant -y Perico de los Palotes- debieran tener lectores dispuestos a calibrar su obra, como si fuera la intervención en el mundo por factura humana que toda obra es, un gasto de más o menos esfuerzo e inteligencia.
No sé a que viene todo esto. Quizá por la progresiva infiltración de estafadores y bobos en este ámbito pequeño, inane si se quiere, pero que no por eso no debiera aspirar a cierta dignidad. Un poco de respeto propio. La reseña es un hermano menor, obvio, pero no por eso merece el castigo de hacerla cantar ante los tíos o comer en la mesa del pellejo. El punto excede lo tratable aquí, pero hemos visto como la reseña ha servido para ungir a los alumnos destacados del curso rápido de Romanticismo Sucio -piénsese en las investiduras de Raúl Zurita y Héctor Hernández-; para hacer castillitos de barro con lo memorizado en el magíster -así muchachos como Arnaldo Donoso y otros ansiosos de radicalizar la provincia-; para tratar a sus víctimas como piñatas rellenables del discurso de su perpetrador -lo que admite matices que van desde el tratamiento más bien liviano pero consciente, compañero de un Alejandro Lavquén (por lo demás un tipo en extremo decente) hasta la pulsión por subsumir obras en el molde de un filósofo idolatrado, según hemos visto en idólatras como Felipe Ruiz-; y por supuesto, la reseña fundada en la actitud a la que me referí en el primer párrafo.
Marchant, en todo caso, no podría no saber lo anterior. Más allá de las dificultades objetivas de todo poemario, la de escribirlo, la de editarlo y publicarlo, sabemos que un libro como éste juega con ciertas seguridades (al menos con una: las guirnaldas). Tanto es así, que más que a un coraje consistente en alzar una voz subsumible en diagramas críticos que desayunan, almuerzan y cenan poemarios con esta perspectiva, tal vez sea concebible una suerte de contracoraje en el que Julieta -imaginemos- haya escrito urdimbre buscando replantear algunos de sus puntos de tensión, permitiendo lecturas que no correspondan a la inscripción de una ideología desde la cual se alimenta. Asumiendo que equivale a intentar volar con remos, puede intentarse. Por lo menos para hacer otra observación a la que obtendrá de sus hermanas en armas.
urdimbre se plantea en un esquema rígido de avance donde primero una cita, después un poema en verso y a continuación uno en prosa van dando el tono de una suerte de telar de tres hilos, estructura un tanto ambiciosa y cuyas implicancias son bastante interesantes sólo desde el soberanamente aburrido punto de vista técnico (quien suscribe, un latero, ama dicho punto de vista). Uno de los logros mayores de Julieta es que, pasada cierta resistencia lectora a la imposición de dicho mecanismo, parece desplegarse con relativa fluidez, dándonos casi la idea de un tejido formándose ante nuestros ojos y satisfaciendo al menos una de nuestras expectativas. Nada es gratis: esta refocalización implica cierta pérdida de atención sobre el texto, como los efectos especiales que medio suplantan al guión. Es, entonces, un mecanismo de lo más peligroso, que podría poner este libro derechamente en el anaquel de las anécdotas. Para agravar las cosas, Marchant parece haber emprendido un tour de force en que el telar de voces mencionado procede a borronear cualquier voz única, supongo que individual. Esto lleva en el vientre una bala cargada, y es que la supresión de esa voz mediante entramado esconde la amplificación de un yo desindividualizado que infiltra a otros yoes, mecanismo curiosamente inflacionario, casi nerudiano. En la especie puede justificarse por necesidades contingentes, tales como la construcción de un sentido femenino común. Pase.
Por otro lado, cualquier afinidad con el Vate se cancela de inmediato en la medida que Marchant no viene a hablar por las bocas muertas, sino que se disfraza de las vivas para hablar por sí. Éste es otro de los puntos interesantes de este libro, aunque me obliga a cuestionar algo que acabo de sostener: ¿No será posible que en vez de una red de pescar estemos en presencia de una serie anudada, masiva de suturas? Es decir, en vez de plantear una especie de englobamiento de voces por parte de un hablante un tanto afectado de gigantismo, Marchant lo que hace es restañar un cuerpo herido por vaciamiento de sentido, en el cual se recurre a las voces amadas por mor de reconstitución. Yendo un poco más lejos, es -de hecho- posible sostener que en realidad ambas posibilidades no son contradictorias, sino que puntos de llegada distintos para similares partidas. Pero con una diferencia: el primero es un desenvolvimiento patológico; el segundo tiene algo de enfoque terapéutico. Lo sanable en este caso es, probablemente, cierta condición femenina enunciable en la escritura. Entenderlo así me parece que arroja súbita nobleza al intento de Marchant, lo hace convocante en vez de invasivo, sacándolo del panfleto y volviéndolo contingente en la mejor de sus acepciones: la de la urgencia escritural. Creo poder sostener esto remitiendo a los versos.
Ahora bien, ¿cuáles? Porque cabe reiterar que el ejercicio de Julieta apunta, como resulta obvio, a tres hilos que astutamente borronean a la autora. El ejercicio de urdimbre en urdimbre se mueve en dos dimensiones, en las que avanza la construcción de una libreta de notas con versos ajenos junto a las dos voces que se suceden, todas tanto sobre sí como una tras de otra. ¿Qué voz es más Julieta Marchant que la otra? La respuesta, claro, es otra pregunta: ¿Importa? (quien será la otra en esta escritura que parece provenir de mi mano). Porque, aparte la brutal y grosera variante que desestima al sujeto detrás de lo escrito y que dejo a la imaginación del lector, en un sentido más amable es posible sostener que Marchant logra algo así como un sfumato donde está sin estar: aunque sin yo ni mí. Bueno, en esto aplicaré temblorosamente la navaja de Occam, y asumiré como central a la voz del medio y accesoria a la cursiva. Por pudor, no utlizaré las citas que dan pie a cada tríptico.
La escrituración de Julieta -hay que decirlo- no nos noquea por su elaboración. No está mal, pero las preocupaciones musicales no son, claramente, su taza de té. Nótese este atropellamiento, elegido al azar: el rumor de los túneles lo oblicuo haciéndose horizontal. Otro: la letra escrita me compone el discurso/ que hace de los círculos algo lineal punto y coma me conforma. Para ser justos, un contraejemplo es el que pongo de epígrafe. Marchant se mueve dentro de un respetable, pero tal vez demasiado parco golpeteo en que importa demasiado el destello del contenido (si existe tal cosa). Nadie está invocando a la estupidez inspirada -ya estamos hartos de ella- pero la espontaneidad está si no completamente ahogada en urdimbre, al menos entubada hasta reducir el Éufrates a una canaleta para zanahorias. Ésto tiene más que ver con el gusto propio que con una queja legítima, pero significa que Marchant tiene que apostar todos sus ahorros en extraer inteligencia pura y dura de sus versos para obtener un efecto poético, lo que logra pero no siempre. Agréguese la omisión de puntuación, decisión que forzosamente lleva a confiar en que las inflexiones serán dadas por las vocales y su movimiento... lo que colisiona con la despreocupación por lo tonal en la más bien áspera terminación de versos que caracteriza a urdimbre. Pero bueno, el foco no tiene por qué estar dado por la música: llegará el momento en que las cosas tomen forma, nos asegura Julieta.
Es en la narratividad, cortada y nebulosa, donde urdimbre da sus mejores golpes. La misma tendencia a la traba de sus versos permite recrear la sensación de avanzar, caer y levantarse que a ratos puede incluso resultar conmovedora, además de tajante. Éste es esencialmente un libro duro, y Marchant no se priva del relámpago en contra de sus objetos de atención: ellos, ellas y ella misma: por el viento este cuerpo por dónde pregúntame por dónde grita por dónde.
Y entonces ¿es éste un buen libro? Sí, claro que lo es. No es exactamente un libro obligatorio; sus problemas radican en la divergencia entre sus objetivos y sus logros. Éstos son dignos, hasta notables; aquéllos fueron siempre un tanto desmesurados. No me refiero a una adivinación psicológica de sus intenciones; me refiero al desenvolvimiento del programa implícito en la decisión arquitectónica que tomó su autora. Al construir un libro tan rígidamente marcado por una vocación de edificación, probablemente Julieta se quedó corta en la cantidad de esfuerzo -un trozo más o menos importante de una vida de trabajo, nada menos- que podría invertirse en una empresa de tal magnitud. urdimbre es un bello trabajo que acusa el haber utilizado un telar concebido para coser un tapiz de Bayeux, no una pieza colgable de la pared de un estudio. La pared ha ganado pero sobraron recursos: el libro funciona, los poemas funcionan, su disposición y alcance están bien logrados. Se nos queda corto el despliegue que hubiéramos esperado del planteamiento objetivo de los materiales (que, para ser justos, es potencialmente inabordable). Nos quedamos con un árbol hermosamente podado, una pieza bien tejida que pudo haber crecido dos o tres metros más. O incontrolablemente, lo que es quizá demasiado pedir. Pero el intento es loable y legible. Puede que haya más de donde vino eso. Esperemos.

Juan Pablo Pereira (Santiago, 1978) estudió Derecho en la Universidad de Chile. Participó en los talleres de poesía de Gonzalo Millán y Elvira Hernández en los año 2003 y 2004, respectivamente. Fue miembro asimismo del ya desaparecido taller Santa Rosa 57. Ha publicado poemas en un par de antologías, así como varias reseñas en medios escritos, tanto físicos como en la web. Prepara su primer poemario, blácbuc.

Comentarios

rodrigo dijo…
En fotografía se conoce como profundidad de campo a cierta zona en la cual la imagen aparece nítida, es decir: enfocada. Podríamos describir esta zona como un espacio medio entre un adelante y un detrás; pensando en éstos como límites de una zona media que no es sino aquello por fotografiar. Así, perderse en el adelante o el atrás supondría una pérdida o ausencia de profundidad de campo. Lo que hago Juan Pablo, siguiendo la metáfora, es señalar tu reseña a urdimbre como carente de profundidad de campo. Tú mismo pareces personificar –lo que no deja de ser gracioso- a ese lector que dices no existe; y por otro lado, no evades las mismas críticas que planteas respecto a la reseña. Así, un adelante que podría ser la ausencia de lectores, y una crítica a ciertas reseñas o a la reseña en sí como un atrás, dejan al objeto por fotografiar, en este caso urdimbre, borroso, difuso. “quien será la otra en esta escritura que parece provenir de mi mano”
“Porque, aparte la brutal y grosera variante que desestima al sujeto detrás de lo escrito y que dejo a la imaginación del lector,” Es tan simple forzar el sentido de una escritura y dirigirla a un lugar creado por las intenciones de dar cuenta de lo leído, que no es otra cosa sino plantearse, vanidad total, como lector. Así, podría citar a Bolaño cuando dice: “el momento en que uno decide ser escritor es un instante de locura” y la cita corresponde a un ejercicio desarrollado en forma constante en urdimbre; esto es: tensionar lugares comunes de la poesía, de la literatura si se quiere. Lo más evidente corresponde a la poesía femenina, al discurso de lo femenino; pero también a lo masculino, lo canónico y lo hegemónico.
El escrito difiere de la escritura en su condición de singularidad respecto a ella, que es un territorio amplio, un páramo quizá. Y desde esa amplitud es que Julieta se pregunta por la quién predomina en el libro, el lector o el escritor, pues la otra que habita en la escritura es aquella lectora de las citas, o la lectora de sí misma en los poemas en cursiva, que atraviesan el libro y que tú señalas en desmedro del cuerpo central. Asimismo, la pérdida de atención sobre el texto se produce cuando lees desde un molde, el cual te imposibilita leer un molde. Para que me sigas, cometeré una torpeza, un error tal vez al usar parte del texto de presentación de urdimbre. Esta estructura del libro tal vez podamos entenderla desde Barthes cuando pregunta: ¿Qué es la escritura? y parte de su respuesta es: “la lengua es como una naturaleza que se desliza enteramente a través de la palabra del escrito”. Allí entonces encontramos separadamente la lengua, la palabra y el escrito. Y desde esa división, que de igual modo podemos hallar en urdimbre en sus partes, que podemos visualizar el inicio de este libro como un arte poética, así entonces es absurdo pensar gestos teóricos o un residir en la música. Lo que sostiene a un arte poética es la incertidumbre, más allá de la certeza que pretenda exhibir. Creo también que la reflexión y las hondas tensiones que este libro encierra provocan incomodidad. No me gustaría pensar, pero lo hago, que esto se debería al molde lector que existe respecto a la escritura femenina. Vuelvo a equivocarme entonces al rescatar una cita de dicha presentación: cuando Auden señala que nuevas formas de escritura requerirían nuevas formas de recepción. Y sí, faltan lectores quizá, en eso concuerdo contigo al leer esta reseña, porque este dar cuenta del libro como lector queda en deuda, así entonces ¿Debiese culpar a tus lecturas?, ¿Entiendes a lo que voy?, no veo que las citas de urdimbre escapen a esta lógica que acabo de señalar. Parecieras equivocarte también, Juan Pablo, al comenzar diciendo que no es probable que alguien critique mal este libro. Creo que tú lo criticas mal quizá porque tus pretensiones de lectura no calzan con el libro y exhibes tu flaqueza: recuerdo cómo defendías la posición del crítico impresionista respecto a parte de un texto de Cristián Gómez, ¿A qué viene entonces este giro? Esperaba más rigurosidad de tu parte, Juan Pablo.
Rodrigo, no me parece bien la defensa enconada que haces del libro, a propósito de esta reseña que no es tan positiva como quisieras, todos sabemos del amor que pusiste en este libro. Creo que es bueno que los libros se lean y se defiendan solos. No es ético -como editor- ir a la caza de los que por mor hablan de Urdimbre -no-como-esperas- que-se-lea. Me imagino que todos quisiéramos a nuestros críticos de cabecera. Pero no es así.

Sobre la discusión de fondo, muy interesante por lo demás que propones, bien vale otro espacio, fuera de Urdimbre. Le haces un flaco favor a julieta.

Abrazos R. y Passy´s boy
Ernesto
rodrigo dijo…
Ernesto.
Creo que te equivocas, aunque creo que es un error bastante generalizado, en pensar que es poco ético como editor hablar de un libro que edita. ¿Quién sino él está más "autorizado" para ello?
Te equivocas además en decir que lo "defiendo"; lo que hice fue sólo cuestionar (sin censura ni agresividad; más bien con cierta dosis de decepción)la lectura de Juan Pablo, en base a lo que dice en ese texto y en un comentario sobre un texto de Gómez. Me parece absurdo pensar en críticos de cabecera; así también responderte, pero lo hago porque me parece que no leen lo que está en el texto sino algo más que no existe. No pretendo forzar lecturas sino un mínimo de rifurosidad en las reseñas, que sí hacen flacos favores a los libros cuando son hechas como "pintor de día domingo"

un abrazo

Rodrigo
Bueno, esa reseña es de Juan Pablo, la mía esta en letras porsiaca, hablando de rigurosidad. Yo vi que a Julieta le gustó mi reseña en su facebook, y eso hace muy feliz a este pintor de día domingo. No seas cabro chico, entiendo que no te guste el estilo de día domingo, pero a diferencia tuya es el único día que tengo libre. Yo sé que adoras a julieta, pero no puedes juzgar mal a todo el que no la quiera tanto como tú, cada día es más difícil, sé que jp la estima mucho y que la hizo con respeto y leyó su libro. Ya pequeño saltamontes, este pobre pintor portugués se va a pintar por poca plata cuadros a parís. Abrazos

Ernesto