[Acqua Alta de Pablo Torche: Bolaño. Y el resto es silencio]. Por Natalia Figueroa
Acqua Alta es la primera novela de Pablo Torche (Santiago, Chile, 1974). Antes ha publicado dos volúmenes de cuentos: Superhéroes (2001) y En compañía de actores (2004). Natalia Figueroa, directora de la revista de literatura y política 2010, en la siguiente reseña que lleva el sugestivo título de Bolaño. Y el resto es silencio, nos habla de la verdad que pretende buscar el libro de Torche, teniendo en cuenta su supuesto valor distintivo desde la novela de post-dictadura hasta las facilidades que otorgan los conocimientos de la academia: aquellos que delinean el espíritu teóricamente ilustrado de dichos novelistas.
Bolaño. Y el resto es silencio
Dentro del panorama de la narrativa chilena de los últimos años, sorprende encontrar textos como Acqua Alta, capaces de escapar del encuadre temático post-dictatorial que atraviesa un porcentaje alto de la producción narrativa chilena y, hasta cierto punto, según veremos, de sus distintas formas de articulación teórica. A saber: la tematización del acto escritural, la desestabilización del concepto de autoría, el amor por la ruina, la memoria, el olvido, lo identitario con propensión al enmarque en microclimas, Foucault, Derridá, el descreimiento por omisión y un sinnúmero de cuestiones que si bien resultaban y en menor medida aún resultan significativas dentro de determinados contextos que las fundamentan en razón de una necesidad originaria, su recurrencia hoy en día, con fórmulas más o menos variables (el contraejemplo es también parte de la variable), las vuelven previsibles, lo que lleva a cuestionar por la profundidad, estudio, responsabilidad, dirección y autenticidad con que el autor se enfrenta a las problemáticas que plantea en el texto, en el caso de que se enfrente a ellas, y no, como pienso que sucede muchas veces, se esté tan sólo ante la adopción de fórmulas susceptibles de ser llenadas con contenidos temáticos flexibles y funcionales al modelo, considerando lo frecuente que es encontrarse en la actualidad con textos básicos pero no en el sentido de la literatura infantil, sino de la superficialidad de lo planteado; lo que sería, por ejemplo, la tentativa de diseñar cierto discurso mortuorio desde el rescate de alguna versión tecnificada del velo de maya, con retoques de dolor culpable y ahogo, reminiscencias de una sociedad crítica, dentro de una escritura formalmente fragmentaria.
Acqua Alta es capaz de hablarnos, simplemente, del amor. No del amor, insisto, directamente marcado por una sociedad llamada despótica, implacable u hostil y que tiende a acabar en personajes alcoholizados pero en onda, a la manera de Fuguet y de Azócar, que sería, digamos, el amor o lo que quedó de él –su ruina- después del gobierno militar; sino de ese amor original, ligado a una experiencia íntima y de comunión, e independiente de todo aquí y ahora, dentro de un texto que no por esto porta un potencial crítico menor que el de otros que necesitan incorporarse en una llamada contingencia. Vale entonces ponerse en guardia, como ya notara Lorena Amaro, sobre la tentación de ver en Acqua Alta un mero “ejercicio de práctica estilística” (José Promis), donde “lo que a fin de cuentas importa es el montaje” (Patricia Espinosa); sobre todo por la manera a mi juicio excesiva, en que el texto va dejando pistas que atestiguan su intención de fundamentar la estilística y combinatoria escogida, como pieza clave de lo que se estaría intentando decir.
A través de 18 capítulos variables temáticamente y en distintos estilos literarios que sitúan la historia ya sea en el Medioevo como en la época actual, se narra en Acqua Alta la historia del amor inasible o no consumado entre Pablo y Chiara, mujer que al desaparecer o huir en cada uno de ellos, recuerda ciertos tópicos utilizados por Dante y los fedeli d’ amore en el marco de una novela que al incorporar verdaderos pasadizos espacio-temporales que conectan los capítulos entre sí, nos recuerda, entre otras cosas, que “La Creación es la Danza de Él y Ella que se buscan y se pierden infinitamente” (Miguel Serrano). En efecto, en tanto Acqua Alta tienda en algún capítulo a ficccionalizar su propio proceso de elaboración (así por ejemplo cuando leemos: “Insertar una frase paradojal, tipo Shakespeare o Four Quartets, pero no demasiado didáctica” p. 180), descubriendo con esto cierta pretensión escritural de ir más allá –de salir- de la propia escritura, parece pertinente recordar la palabra “creación” y advertir a través de una serie de detalles, que se trata de una novela que probablemente tiene la pretensión de funcionar como un verdadero túnel que unifique y comunique la experiencia del acto de recepción del texto, con la experiencia de la producción de la obra, insistiendo en la idea de que a través del acto de lectura es posible recuperar aquello que está en el origen de las experiencias que son narradas, suerte de intento de rescate de la apertura que involucra la obra artística y en la cual la pobreza del narrador de no saber cómo decir o captar fidedignamente la experiencia, echando mano por ello a un cúmulo de citas y lugares comunes, nos sitúa en una reflexión con ribetes heideggerianos sobre la verdad –aletheia- del lenguaje, verdad que se escondería precisamente en lo no dicho, llamando insistentemente los narradores de Acqua Alta a realizar una lectura atenta capaz de recogerse y recoger lo que permanece no dicho en lo que se dice. Así, si al comienzo leemos frases del tipo: “Pensé durante bastante rato una frase que resultara apropiada para comenzar, pero no di con ninguna, o al menos ninguna que me dejara conforme. Todas fallaban en algo, le escatimaban algo a la realidad, la refractaban en algún modo, quizás sólo levemente al principio, pero después de manera más clara, y terminaban distorsionándola por completo, alejándose de la forma en que habían ocurrido verdaderamente las cosas” (p. 44); hacia el final del texto leeremos: “…estoy en la cúspide de mi forma de decir, llegando ahora a lo más alto que puedo alcanzar, usando mejor las palabras que antes y las mejores que nunca he usado, se me empieza a mostrar gradualmente que en este esfuerzo he logrado algo. Por el amor hay algo que no se puede decir, lo que nos lleva a buscar decir” (p. 276).
Es así, desde el rescate de la relación autor-lector, como Acqua Alta recupera las antiguas pretensiones de vanguardia de unificar arte y vida, pero desde una vuelta de tuerca o resemantización de las preferencias posmodernas que sintéticamente, expresan la dificultad y el fracaso de acceder a lo verdadero, dentro de obras que presentan algo impresentable: la obra misma (nótese la facilidad con que las obras encajan en estos modelos). En el caso en cuestión, y recordando nuevamente ciertas filosofías europeas, el texto propone el asumir este fracaso –hundirse, naufragar- como fundamento que estando en el origen de toda existencia, requiere ser enfrentado y asumido, y no evitado o tergiversado, para poder alcanzar la serenidad de quien ha entendido que se existe desde una radical falta de hogar entre los hombres, y que es desde esa falta aunque en contra de ella, que se intenta decir. Al respecto leemos: “Uno tiene que haber experimentado la completa incompetencia y la total incapacidad de un fracaso que no se puede superar para ser capitán” (p. 269). Nótese, sin embargo, que esta propuesta se efectúa a través de frases desperdigadas en el texto y no desde alguna profundización en el carácter de los personajes, que acaban volviéndose absolutamente planos.
Desde esta perspectiva, vale preguntarse por el mérito que se le puede atribuir a una novela que pretende hacernos creer que lo narrado porta exactamente la significación de aquello que se explica. Esta característica, tan común últimamente, de tematizar las intenciones del texto, impidiendo que la escritura hable y convoque por sí sola, da cuenta de autores que restan o descreen de la capacidad de la escritura de significar, en lo que vendría siendo la máxima concesión a un cuerpo académico que hace tiempo viene obstruyendo la fuerza escritural a través de sus dilectas teorías. Medio de medios tecnificados, simulación o simplemente inseguridad autorial, la novela acaba forzando la escritura, pretendiendo ocultarse en lo mentadamente “no dicho” para adquirir su propia validez en lo que vendría a ser un intento agónico de veracidad. Tanta explicitación lleva inevitablemente a preguntar qué se está ocultando detrás; acaso la pobreza de una palabra que amarrada a la razón de su autor, intenta domesticar y sistematizar algo como la aletheia y el silencio, que por definición se resisten a toda tentativa racional, volviéndose la novela, quizás sin quererlo, un nuevo truco posmoderno que explicita la negación del poder de su propia escritura, y nos dice finalmente que Acqua Alta se origina desde el “énfasis academicista y racionalizador de las universidades”, del que el lomo del libro nos indica, habría escapado Pablo Torche al renunciar a sus estudios doctorales de literatura; cual si ingenuamente se quisiera ganar la simpatía de un lector tan académico como el autor pero que sin embargo, como indica la tendencia actual, reniega de su propia condición: “nosotros no somos como Ellos”.
Acqua Alta es capaz de hablarnos, simplemente, del amor. No del amor, insisto, directamente marcado por una sociedad llamada despótica, implacable u hostil y que tiende a acabar en personajes alcoholizados pero en onda, a la manera de Fuguet y de Azócar, que sería, digamos, el amor o lo que quedó de él –su ruina- después del gobierno militar; sino de ese amor original, ligado a una experiencia íntima y de comunión, e independiente de todo aquí y ahora, dentro de un texto que no por esto porta un potencial crítico menor que el de otros que necesitan incorporarse en una llamada contingencia. Vale entonces ponerse en guardia, como ya notara Lorena Amaro, sobre la tentación de ver en Acqua Alta un mero “ejercicio de práctica estilística” (José Promis), donde “lo que a fin de cuentas importa es el montaje” (Patricia Espinosa); sobre todo por la manera a mi juicio excesiva, en que el texto va dejando pistas que atestiguan su intención de fundamentar la estilística y combinatoria escogida, como pieza clave de lo que se estaría intentando decir.
A través de 18 capítulos variables temáticamente y en distintos estilos literarios que sitúan la historia ya sea en el Medioevo como en la época actual, se narra en Acqua Alta la historia del amor inasible o no consumado entre Pablo y Chiara, mujer que al desaparecer o huir en cada uno de ellos, recuerda ciertos tópicos utilizados por Dante y los fedeli d’ amore en el marco de una novela que al incorporar verdaderos pasadizos espacio-temporales que conectan los capítulos entre sí, nos recuerda, entre otras cosas, que “La Creación es la Danza de Él y Ella que se buscan y se pierden infinitamente” (Miguel Serrano). En efecto, en tanto Acqua Alta tienda en algún capítulo a ficccionalizar su propio proceso de elaboración (así por ejemplo cuando leemos: “Insertar una frase paradojal, tipo Shakespeare o Four Quartets, pero no demasiado didáctica” p. 180), descubriendo con esto cierta pretensión escritural de ir más allá –de salir- de la propia escritura, parece pertinente recordar la palabra “creación” y advertir a través de una serie de detalles, que se trata de una novela que probablemente tiene la pretensión de funcionar como un verdadero túnel que unifique y comunique la experiencia del acto de recepción del texto, con la experiencia de la producción de la obra, insistiendo en la idea de que a través del acto de lectura es posible recuperar aquello que está en el origen de las experiencias que son narradas, suerte de intento de rescate de la apertura que involucra la obra artística y en la cual la pobreza del narrador de no saber cómo decir o captar fidedignamente la experiencia, echando mano por ello a un cúmulo de citas y lugares comunes, nos sitúa en una reflexión con ribetes heideggerianos sobre la verdad –aletheia- del lenguaje, verdad que se escondería precisamente en lo no dicho, llamando insistentemente los narradores de Acqua Alta a realizar una lectura atenta capaz de recogerse y recoger lo que permanece no dicho en lo que se dice. Así, si al comienzo leemos frases del tipo: “Pensé durante bastante rato una frase que resultara apropiada para comenzar, pero no di con ninguna, o al menos ninguna que me dejara conforme. Todas fallaban en algo, le escatimaban algo a la realidad, la refractaban en algún modo, quizás sólo levemente al principio, pero después de manera más clara, y terminaban distorsionándola por completo, alejándose de la forma en que habían ocurrido verdaderamente las cosas” (p. 44); hacia el final del texto leeremos: “…estoy en la cúspide de mi forma de decir, llegando ahora a lo más alto que puedo alcanzar, usando mejor las palabras que antes y las mejores que nunca he usado, se me empieza a mostrar gradualmente que en este esfuerzo he logrado algo. Por el amor hay algo que no se puede decir, lo que nos lleva a buscar decir” (p. 276).
Es así, desde el rescate de la relación autor-lector, como Acqua Alta recupera las antiguas pretensiones de vanguardia de unificar arte y vida, pero desde una vuelta de tuerca o resemantización de las preferencias posmodernas que sintéticamente, expresan la dificultad y el fracaso de acceder a lo verdadero, dentro de obras que presentan algo impresentable: la obra misma (nótese la facilidad con que las obras encajan en estos modelos). En el caso en cuestión, y recordando nuevamente ciertas filosofías europeas, el texto propone el asumir este fracaso –hundirse, naufragar- como fundamento que estando en el origen de toda existencia, requiere ser enfrentado y asumido, y no evitado o tergiversado, para poder alcanzar la serenidad de quien ha entendido que se existe desde una radical falta de hogar entre los hombres, y que es desde esa falta aunque en contra de ella, que se intenta decir. Al respecto leemos: “Uno tiene que haber experimentado la completa incompetencia y la total incapacidad de un fracaso que no se puede superar para ser capitán” (p. 269). Nótese, sin embargo, que esta propuesta se efectúa a través de frases desperdigadas en el texto y no desde alguna profundización en el carácter de los personajes, que acaban volviéndose absolutamente planos.
Desde esta perspectiva, vale preguntarse por el mérito que se le puede atribuir a una novela que pretende hacernos creer que lo narrado porta exactamente la significación de aquello que se explica. Esta característica, tan común últimamente, de tematizar las intenciones del texto, impidiendo que la escritura hable y convoque por sí sola, da cuenta de autores que restan o descreen de la capacidad de la escritura de significar, en lo que vendría siendo la máxima concesión a un cuerpo académico que hace tiempo viene obstruyendo la fuerza escritural a través de sus dilectas teorías. Medio de medios tecnificados, simulación o simplemente inseguridad autorial, la novela acaba forzando la escritura, pretendiendo ocultarse en lo mentadamente “no dicho” para adquirir su propia validez en lo que vendría a ser un intento agónico de veracidad. Tanta explicitación lleva inevitablemente a preguntar qué se está ocultando detrás; acaso la pobreza de una palabra que amarrada a la razón de su autor, intenta domesticar y sistematizar algo como la aletheia y el silencio, que por definición se resisten a toda tentativa racional, volviéndose la novela, quizás sin quererlo, un nuevo truco posmoderno que explicita la negación del poder de su propia escritura, y nos dice finalmente que Acqua Alta se origina desde el “énfasis academicista y racionalizador de las universidades”, del que el lomo del libro nos indica, habría escapado Pablo Torche al renunciar a sus estudios doctorales de literatura; cual si ingenuamente se quisiera ganar la simpatía de un lector tan académico como el autor pero que sin embargo, como indica la tendencia actual, reniega de su propia condición: “nosotros no somos como Ellos”.
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