[Diagonales de Maori Pérez]. Por Víctor Quezada.
Diagonales es la primera novela del joven narrador chileno Maori Pérez, también autor de los libros de relatos Cerdo en una Jaula con Antibióticos (2003) y Mutación y Registro (Ciertopez, 2007). En el siguiente artículo escrito por Víctor Quezada, Diagonales de una nueva narrativa chilena, se examina la novela en relación a ciertos presupuestos que tienen que ver con la imagen del escritor en la literatura de "los más jóvenes novelistas de Chile".
Diagonales de una nueva narrativa chilena
Los más jóvenes novelistas de Chile
El pasado domingo 31 de mayo de 2009, entre las escasas páginas que el diario La Tercera destina a la literatura, se publicó uno de esos reportajes queridísimos por el periodismo cultural. La entrevista en grupo fue a tres jóvenes bastante talentosos (talento que hace brillar sus respectivas juventudes): Maori Pérez (1986) quien recientemente ha publicado su primera novela Diagonales (Cuarto Propio, 2009) y es el principal objeto de este artículo; Felipe Becerra (1985) autor de Bagual (Zignos, 2008); y Diego Zúñiga (1987) narrador inédito aún pero premiado e incansable trabajador (Snob, Revista Contrafuerte, 60 watts).
Recuerdo esta entrevista no por la sorpresa de ver a personajes conocidos para mí y mis amigos en un diario de circulación nacional o por haber estado yo en los márgenes del relato que la enmarca, sino que -más allá de la anécdota aquella- la recuerdo por ser un correlato del discurso de un mercado editorial del que este tipo de periodismo es una función. Mercado donde la literatura sólo (o mayormente) es narrativa; y mejor aún si es esta una nueva narrativa. Con un rótulo que obedece a lo antes descrito (y que es ante todo el trabajo en contra de una memoria nacional y literaria en lo específico) “Los más jóvenes novelistas de Chile” es la constatación de un estado de las cosas donde el fenómeno literario solo vale en relación a su supuesta novedad y cuyo alcance, en lo relativo al trabajo histórico con lo específicamente literario, es preocupantemente estrecho.
Sin embargo, el objeto de la entrevista -aquellos jóvenes escritores- es lo rescatable, el gesto de hacerse -en lo posible en esos medios- cargo de nuestro tiempo. Niños, precoces narradores que se abren paso en un panorama donde el público lector, leyendo, solo marca su pertenencia a un espacio fugaz.
La forma de acercarse a su minúscula escritura, entonces, deberá pasar por sus propias intenciones de situarse en el presente de lecturas en el que conviven: el de una literatura chilena entendida más allá de sus supuestas novedades de turno. Y esto en principio.
El mundo es la x. Dos diagonales entrecruzadas
Escribo inmediatamente después de leer Diagonales de Maori Pérez; novela narrada a través de fragmentos cuyo proyecto es definir, no obstante, tal fragmentariedad narrativa. Asimismo, lo fragmentario del mundo narrado. Incógnita cuya solución, en este caso, es particularmente moral.
El narrador utilizado en Diagonales es de carácter diverso respecto de la historia a contar, se sitúa fuera de ella y, desde un puesto de supremacía, tiene acceso al contenido interior de los personajes. Es él, a pesar de sus pocas y medidas intervenciones, quien enmarca las vidas de todos los personajes que aparecen y desaparecen en la narración, además de hacerlos hablar, otorgarles voz.
El contexto en que estas voces emergen se vincula perfectamente, a través de sus marcas, con Santiago de Chile primero, pero, con mayor hondura, nos habla de una sociedad preñada de imágenes publicitarias directamente venidas de los medios de comunicación y la publicidad; imágenes que en todo lugar manifiestan su presencia. Esta presencia prolongada opera a manera de una seducción que ha extraviado a los principales personajes: cada uno en busca de un objeto deseado que es manifestación, al fin y al cabo, de un modelo, un “llegar a ser” sin raigambre alguna. Ecos de esta construcción –y que son los ecos de entrada a un momento posmoderno en Chile- encontramos en Ídola de Germán Marín donde estos personajes extraviados aquí, allí responden a la caída total de los modelos de ejemplaridad latinoamericanos.
En este sentido, uno de los personajes que me interesa rescatar en Diagonales, es el del escritor, el de Diego, poeta. Y esto, dada cierta persistencia en la “narrativa más joven de Chile” y su valor en la tradición de la novela moderna.
En la narrativa del siglo XX la imagen del escritor comienza a llenar los espacios narrados. Cada vez más su figura adquiere importancia en la novela del siglo pasado a la par que se fue tomando conciencia de la puesta en abismo (la obra dentro de la obra, el escritor que escribe dentro de la novela) como motivo constructor del arte moderno. Fenómeno que, en consonancia con una falta de validez de las narraciones tradicionales decimonónicas, vino a manifestar el vuelco de la literatura sobre sí misma, rompiéndose los puentes de comunicación con el mundo de todos los días. (Es necesario decir, no obstante, que esa ruptura nunca es definitiva pues sabemos que la literatura es un hecho de la cultura y su importancia radica idealmente en el poder de subversión frente a las aflicciones que una cultura impone. A lo que se quiere hacer referencia, es al hecho de que la narración teóricamente deja de cifrar su contenido y de entenderse en relación a generalidades definitorias de tal o cual comunidad –o a marcos discursivos matrices-, ya que la experiencia como modalidad de conocimiento pierde validez en la narración. Es entonces cuando la escritura misma envuelve su propio código de lectura).
En este pequeño marco tradicional, Diego, el personaje escritor en Diagonales, se nos muestra no en el acto mismo de escribir, Diego no escribe. Su título de escritor no es una consecución de un trabajo manifestado en rastros que modulan -como es persistente en la novela del siglo XX- lo imposible del acto de escritura; la consecución aquí no es la final presencia de la escritura a partir de la angustia de un mundo donde no se puede ya escribir. Diego no participa de tal sentencia que es la posibilidad de concebir la escritura, la manera en que el lector crítico pueda reconstruirla (su código). Leemos que si Diego llega a ser poeta es por desplazar un objeto de deseo; Diego escribiría por conseguir satisfacción sexual y como los objetos naturalmente difieren, la frustración y el fracaso emergen de una manera distinta que en los tradicionales personajes escritores. Si en las realizaciones tradicionales el fracaso es, en algún sentido, el motor de la escritura y su objeto de deseo se ubica siempre en el futuro como una dirección que ordena el transcurrir de la acción misma, la imagen del escritor aquí surge como una máscara, una imagen carente de profundidad que se desenvuelve junto a la caterva de otras imágenes igualmente válidas o inválidas: la pokemona, el yuppie, el padre, la monja, la viajera que no es más que una turista.
Un tratamiento parecido de esta figura, y esto sin ánimos de generalizar sino tan solo de constatar una concurrencia, aparece en otras dos novelas de algunos de los más jóvenes novelistas de Chile: Diario de las especies (Lanzallamas, 2008) de Claudia Apablaza y Bagual de Felipe Becerra. En ambas, esta figura emerge como una imagen sin contenido, sin gastados modelos de ejemplaridad como referentes, y responde a un vaciamiento paródico y/o espectacular. Cuestión que más allá de fijar significantes carentes de contenidos trascendentales (el ideal poder de subversión en la literatura), nos obligaría a pensar en una diferente apercepción de esos significantes en la novela.
El hacer literario, el discurso crítico
He citado, a lo largo de este texto, sin explicitarlo, parte del discurso crítico de Diamela Eltit. Lo he hecho por una razón particular, pues modela y quizás concluye esa imagen del escritor que se representa escribiendo. Sin embargo, esta representación no la encontramos en personajes escritores dentro de las historias contadas en Eltit sino, más bien, en la relación de contigüidad entre su narrativa y su ensayística, en el desdoblamiento del escritor que al producir imágenes simbólicas o literarias produce un análisis crítico derivado de ellas. Con el reconocimiento de que el lenguaje es histórico, un entrecruce de la “Gran historia”, la biografía y el transcurso social, el sentido de la literatura para Eltit es revelar los sentidos de ese lenguaje, cuestión que deriva en la filiación política de una obra. Bajo esta perspectiva, para ella, la nueva narrativa chilena (aquel fenómeno editorial donde destacan los nombres de Jaime Collier, Alberto Fuguet y Gonzalo Contreras) se corresponde con el proyecto neoliberal en los años de la transición a la democracia o, como escribe, “el proyecto neoliberal es la real y actual narratividad oficial chilena” (La compra, la venta. En: Emergencias). Este supuesto nuevo boom de la narrativa en Chile se distanciaba de una realidad social (en la medida en que el transcurso social emerge en el arte en referencia a un contexto que “señala las condiciones sociales de un hacer”) y se sometía a los vaivenes del mercado que dictamina una jerarquía editorial: eran parte de la necesaria función cultural del proyecto del neoliberalismo.
Situados en el cabo de este proceso, “los más jóvenes novelistas de Chile” y, especialmente, Pérez con Diagonales, recurren con mayor o menor conciencia, con menos o más consistencia, a tales problemas que encuentran en Eltit una manifestación productiva, dan cuenta de un estado de las cosas donde “las palabras están muertas. Las ideologías están muertas. La estética está muerta. El amor está muerto. La sabiduría está muerta. La espiritualidad está muerta” (Diagonales. P.41), donde, sin embargo, la escritura es de nuevo (y como siempre) posible.
El pasado domingo 31 de mayo de 2009, entre las escasas páginas que el diario La Tercera destina a la literatura, se publicó uno de esos reportajes queridísimos por el periodismo cultural. La entrevista en grupo fue a tres jóvenes bastante talentosos (talento que hace brillar sus respectivas juventudes): Maori Pérez (1986) quien recientemente ha publicado su primera novela Diagonales (Cuarto Propio, 2009) y es el principal objeto de este artículo; Felipe Becerra (1985) autor de Bagual (Zignos, 2008); y Diego Zúñiga (1987) narrador inédito aún pero premiado e incansable trabajador (Snob, Revista Contrafuerte, 60 watts).
Recuerdo esta entrevista no por la sorpresa de ver a personajes conocidos para mí y mis amigos en un diario de circulación nacional o por haber estado yo en los márgenes del relato que la enmarca, sino que -más allá de la anécdota aquella- la recuerdo por ser un correlato del discurso de un mercado editorial del que este tipo de periodismo es una función. Mercado donde la literatura sólo (o mayormente) es narrativa; y mejor aún si es esta una nueva narrativa. Con un rótulo que obedece a lo antes descrito (y que es ante todo el trabajo en contra de una memoria nacional y literaria en lo específico) “Los más jóvenes novelistas de Chile” es la constatación de un estado de las cosas donde el fenómeno literario solo vale en relación a su supuesta novedad y cuyo alcance, en lo relativo al trabajo histórico con lo específicamente literario, es preocupantemente estrecho.
Sin embargo, el objeto de la entrevista -aquellos jóvenes escritores- es lo rescatable, el gesto de hacerse -en lo posible en esos medios- cargo de nuestro tiempo. Niños, precoces narradores que se abren paso en un panorama donde el público lector, leyendo, solo marca su pertenencia a un espacio fugaz.
La forma de acercarse a su minúscula escritura, entonces, deberá pasar por sus propias intenciones de situarse en el presente de lecturas en el que conviven: el de una literatura chilena entendida más allá de sus supuestas novedades de turno. Y esto en principio.
El mundo es la x. Dos diagonales entrecruzadas
Escribo inmediatamente después de leer Diagonales de Maori Pérez; novela narrada a través de fragmentos cuyo proyecto es definir, no obstante, tal fragmentariedad narrativa. Asimismo, lo fragmentario del mundo narrado. Incógnita cuya solución, en este caso, es particularmente moral.
El narrador utilizado en Diagonales es de carácter diverso respecto de la historia a contar, se sitúa fuera de ella y, desde un puesto de supremacía, tiene acceso al contenido interior de los personajes. Es él, a pesar de sus pocas y medidas intervenciones, quien enmarca las vidas de todos los personajes que aparecen y desaparecen en la narración, además de hacerlos hablar, otorgarles voz.
El contexto en que estas voces emergen se vincula perfectamente, a través de sus marcas, con Santiago de Chile primero, pero, con mayor hondura, nos habla de una sociedad preñada de imágenes publicitarias directamente venidas de los medios de comunicación y la publicidad; imágenes que en todo lugar manifiestan su presencia. Esta presencia prolongada opera a manera de una seducción que ha extraviado a los principales personajes: cada uno en busca de un objeto deseado que es manifestación, al fin y al cabo, de un modelo, un “llegar a ser” sin raigambre alguna. Ecos de esta construcción –y que son los ecos de entrada a un momento posmoderno en Chile- encontramos en Ídola de Germán Marín donde estos personajes extraviados aquí, allí responden a la caída total de los modelos de ejemplaridad latinoamericanos.
En este sentido, uno de los personajes que me interesa rescatar en Diagonales, es el del escritor, el de Diego, poeta. Y esto, dada cierta persistencia en la “narrativa más joven de Chile” y su valor en la tradición de la novela moderna.
En la narrativa del siglo XX la imagen del escritor comienza a llenar los espacios narrados. Cada vez más su figura adquiere importancia en la novela del siglo pasado a la par que se fue tomando conciencia de la puesta en abismo (la obra dentro de la obra, el escritor que escribe dentro de la novela) como motivo constructor del arte moderno. Fenómeno que, en consonancia con una falta de validez de las narraciones tradicionales decimonónicas, vino a manifestar el vuelco de la literatura sobre sí misma, rompiéndose los puentes de comunicación con el mundo de todos los días. (Es necesario decir, no obstante, que esa ruptura nunca es definitiva pues sabemos que la literatura es un hecho de la cultura y su importancia radica idealmente en el poder de subversión frente a las aflicciones que una cultura impone. A lo que se quiere hacer referencia, es al hecho de que la narración teóricamente deja de cifrar su contenido y de entenderse en relación a generalidades definitorias de tal o cual comunidad –o a marcos discursivos matrices-, ya que la experiencia como modalidad de conocimiento pierde validez en la narración. Es entonces cuando la escritura misma envuelve su propio código de lectura).
En este pequeño marco tradicional, Diego, el personaje escritor en Diagonales, se nos muestra no en el acto mismo de escribir, Diego no escribe. Su título de escritor no es una consecución de un trabajo manifestado en rastros que modulan -como es persistente en la novela del siglo XX- lo imposible del acto de escritura; la consecución aquí no es la final presencia de la escritura a partir de la angustia de un mundo donde no se puede ya escribir. Diego no participa de tal sentencia que es la posibilidad de concebir la escritura, la manera en que el lector crítico pueda reconstruirla (su código). Leemos que si Diego llega a ser poeta es por desplazar un objeto de deseo; Diego escribiría por conseguir satisfacción sexual y como los objetos naturalmente difieren, la frustración y el fracaso emergen de una manera distinta que en los tradicionales personajes escritores. Si en las realizaciones tradicionales el fracaso es, en algún sentido, el motor de la escritura y su objeto de deseo se ubica siempre en el futuro como una dirección que ordena el transcurrir de la acción misma, la imagen del escritor aquí surge como una máscara, una imagen carente de profundidad que se desenvuelve junto a la caterva de otras imágenes igualmente válidas o inválidas: la pokemona, el yuppie, el padre, la monja, la viajera que no es más que una turista.
Un tratamiento parecido de esta figura, y esto sin ánimos de generalizar sino tan solo de constatar una concurrencia, aparece en otras dos novelas de algunos de los más jóvenes novelistas de Chile: Diario de las especies (Lanzallamas, 2008) de Claudia Apablaza y Bagual de Felipe Becerra. En ambas, esta figura emerge como una imagen sin contenido, sin gastados modelos de ejemplaridad como referentes, y responde a un vaciamiento paródico y/o espectacular. Cuestión que más allá de fijar significantes carentes de contenidos trascendentales (el ideal poder de subversión en la literatura), nos obligaría a pensar en una diferente apercepción de esos significantes en la novela.
El hacer literario, el discurso crítico
He citado, a lo largo de este texto, sin explicitarlo, parte del discurso crítico de Diamela Eltit. Lo he hecho por una razón particular, pues modela y quizás concluye esa imagen del escritor que se representa escribiendo. Sin embargo, esta representación no la encontramos en personajes escritores dentro de las historias contadas en Eltit sino, más bien, en la relación de contigüidad entre su narrativa y su ensayística, en el desdoblamiento del escritor que al producir imágenes simbólicas o literarias produce un análisis crítico derivado de ellas. Con el reconocimiento de que el lenguaje es histórico, un entrecruce de la “Gran historia”, la biografía y el transcurso social, el sentido de la literatura para Eltit es revelar los sentidos de ese lenguaje, cuestión que deriva en la filiación política de una obra. Bajo esta perspectiva, para ella, la nueva narrativa chilena (aquel fenómeno editorial donde destacan los nombres de Jaime Collier, Alberto Fuguet y Gonzalo Contreras) se corresponde con el proyecto neoliberal en los años de la transición a la democracia o, como escribe, “el proyecto neoliberal es la real y actual narratividad oficial chilena” (La compra, la venta. En: Emergencias). Este supuesto nuevo boom de la narrativa en Chile se distanciaba de una realidad social (en la medida en que el transcurso social emerge en el arte en referencia a un contexto que “señala las condiciones sociales de un hacer”) y se sometía a los vaivenes del mercado que dictamina una jerarquía editorial: eran parte de la necesaria función cultural del proyecto del neoliberalismo.
Situados en el cabo de este proceso, “los más jóvenes novelistas de Chile” y, especialmente, Pérez con Diagonales, recurren con mayor o menor conciencia, con menos o más consistencia, a tales problemas que encuentran en Eltit una manifestación productiva, dan cuenta de un estado de las cosas donde “las palabras están muertas. Las ideologías están muertas. La estética está muerta. El amor está muerto. La sabiduría está muerta. La espiritualidad está muerta” (Diagonales. P.41), donde, sin embargo, la escritura es de nuevo (y como siempre) posible.
Comentarios
con la fuerza del ocaso.
Mi ametralladora
está llena de mafias.
Pero soy solo un hombre más.
Cansado de correr
en la dirección contraria,
sin podio de llegada
y mi amor me corta la cara,
porque soy sólo un hombre más.
Pero si pensás que estoy derrotado,
quiero que sepas que me la sigo jugando
porque el tiempo, el tiempo no para.
Unos días sí, otros no,
estoy sobreviviendo sin un rasguñón,
por la caridad de quien me detesta.
Y tu cabeza está llena de ratas.
Te compraste las acciones de esta farsa
y el tiempo no para.
Yo veo el futuro repetir el pasado,
veo un museo de grandes novedades
y el tiempo no para, no para.
Yo no tengo fechas para recordar
mis dias se gastan de par en par
buscando un sentido a todo esto.
Las noches de frío es mejor ni nacer,
las de calor se escoje matar o morir
y así nos hacemos Argentinos!!
Nos tildan de ladrones, maricas, faloperos,
y ellos destruyeron un país entero,
pues así se roba mas dinero.
Y tu cabeza está llena de ratas.
Te compraste las acciones de esta farsa
y el tiempo no para.
Yo veo el futuro repetir el pasado,
veo un museo de grandes novedades
y el tiempo no para, no para.
;)
Don Víctor:
Claudia dice que su texto es importante, y yo también lo creo, pero las razones de ella son su vanguardia, su genialidad, y yo pienso, muy humildemente, que su tesis está incompleta. Tiene grandes, pero GRANDES aciertos (en la medida en que un pobre tiene harta, pero HARTA hambre), y en esta orientación que hallo en mi novelita a ser el compañerito que todos rechazan, me presento cual madre protectora-combatiente a decir un par de cosillas, no tanto a Usted, sino más bien a todos y a nadie, pero con su texto como puente. Sólo un par. Quizás sólo una.
Verá, su ensayo lo veo incompleto yo, por varias razones, pero en el caso presente nombraré sólo una: a pesar de Diamela Eltit (pobre niña rica, rica niña pobre), mi texto propone un camino a seguir a partir del basural, no propone una sino varias, y la conclusiva (que por culpa de Señor Nación nadie se da cuenta; los críticos menores, como los autores menores, también ocultan las grandezas del bosque) viene de la mano de (¡SÍ!) una ficción sci fi japonés, que para quien no tiene olvido ni perdón sabrá que se llama BATTLE ROYAL, que es por dónde hay que partir si se mira un reality show, mi estimado Don Víctor. El juego de la contraportada no es sólo el intertexto con Muchacha con paisaje, de Lethem, cuya función no revelaré porque hasta aquí nomás llego como mujer poblacional honorable.
Me despido pidiéndole que para el próximo carrete no sólo me quite el saludo, sino también el nombre, que es, espero, una forma que le ayudaría a darme la oportunidad de que nos conozcamos. Y con mi humilde agradecimiento, me despido. Un abrazo.
Esto huele a improvisación. Para mí que sólo has leído a Diamela, Apablaza, Bagual y ahora Diagonales. Lo que hace Pérez, el mundo que propone, está en la cachada de novelas. No es eso lo que lo hace buena. Porque es buena. La novela de Maori Pérez es la raja. Y si no estás de acuerdo, crítico, entonces dilo. Más lo que hueveas al diario, que pocas páginas, que sólo hablan de narrativa, pero, compadre: ¡¡¡¡¡Al menos el diario se entiende!!!!!
Chicos, ¿qué onda? ¿Por qué cada vez que pueden repasan a la prensa? ¿cuál es el afán? ¿Saben cuál es la finalidad del periodismo?
Bueno, podríamos partir por ahí (dinero, empresa, más dinero). A mí no me interesa defender al periodismo, de hecho,no lo voy a hacer, y planteo la pregunta principalmente por curiosidad.
Supongo que más importante que detenerse en discutir sobre el periodismo "cultural", es mejor hablar sobre la crítica, sobre qué significa escribir una buena crítica, algo que se ha venido planteando en este blog y que me parece saludable e interesante, por lo menos, para mí, pero estoy seguro de que no para todos los lectores, sobre todo los que leen "prensa cultural" (me incluyo en ellos plenamente)
Ahí hay un punto importante: ¿para quién se escribe crítica?
No he leído el discurso crítico de Diamela Eltit, tampoco he leído muchos teóricos, en rigor no sé nada de teoría, pero sí he leído a ciertos periodistas y a críticos que han colaborado en la prensa y que me parece que pueden cuestionar toda la pataleta que tienen en contra de la "prensa cultural". Cuando hablo en plural no hablo en contra de la calle passy, sino que de estos 2 ultimos comentarios y de los momentos en que la reseña de Víctor apela a eso.
Por ejemplo me parece que Álvaro Matus ha aportado mucho más que gran parte de la academia a ciertos lectores que 1)no estudiamos literatura y 2)nos gusta leer y encontrar en la figura del "reseñista"/"crítico"/ o "periodista cultural" alguien quien nos puede iluminar ciertos libros.
Aunque claro, estoy seguro de que el nombre de Álvaro Matus no existe dentro de la gente que estudia literatura, y bueno, quizá sería bueno que existiera.
En fin, gente como Marisol García, Zambra, Ignacio Echevarría o Héctor Soto, que han escrito periodismo cultural, criticas de libros, música o cine, me parece que van más allá de decir: esto es bueno o es malo. Por lo que también sería bueno que plantearan con mayor precisión a qué van con esta fijación eterna que voy viendo que tiene.
El problema, el problema más profundo es que finalmente yo me detengo a discutir sobre esto y no sobre Diagonales, que, sin duda, debería ser la finalidad de una crítica. Hablar sobre el libro, sobre la lectura que hizo Víctor (que me parece que cuando se dedica a desentrañar el libro es cuando mejor resulta ser el texto), pero en vez de eso termino discutiendo sobre un tema que podría generarlo casi cualquier libro.
No sé si me explico. Al final el comentario de la Claudia termina siendo más revelador del libro, igual como ocurrió cuando criticaron Diario de las especies y el comentario de Lorena Amaro resaltó por sobre lo demás.
Supongo que hay que preguntarse sobre esas cosas.
Saludos
estoy planteando un par de preguntas que surgen a partir del texto y de algunos comentarios. Podrías contarme de tu fijación con la prensa, por ejemplo.
un abrazo
http://theclinicsemanallibros.blogspot.com/2009/06/aturdido-por-el-otro.html
¡PP Guerrero! ¡Por favor! ¡Qué malo es PP Guerrero! ¡Lleva como 20 años siendo pésimo!
Claudia: Pero si me quitó el saludo! jajaj. No es que le guarde rencor, igual ese día yo estaba, en términos de Becerra, 'hospedante'. Así que fue cabalmente comprensible.
Simón: A usted parece que la vida universitaria le dejó un trabajo de mierda y un montón de hijos, que su agobio parta de que mi nombre aquí aparezca y además que alguien me apoye. Mis críticas a Usted son infinitas, y varían en grado de validez de: (Escribió el mensaje apresurado y cada cosa que Usted dice Usted la contradice en la siguiente línea de texto) a: (Mi apoyo es incondicional con quién odie a la Chile). Pero no se preocupe, que mi afecto es inclusivamente interminable, aunque claro, casi inútil.
Natalia: Coincido no sólo en su apreciación de la crítica de Víctor, sino también en el sutil par de sugerencias en que ofrece que hablara de lo malo que hay en la novela, cuestiones que me he habituado a responder con placer sumo.
Diego: Agregaría a tu posteo un buen "¡Viva Careaga y el sexo devenido de la fama!" y luego los invitaría a ambos, más Eduardo, a que nos tomáramos unas piscolas y a que peláramos a Simón; a Quezada lo defendería. Eso sí, te recomiendo no discutirle a Natalia, que además de tener la razón, parece que es Sagitario.
Giovanna: Le pido por favor que me deje en paz por Facebook, que si bien Eduardo es de mi favoritismo, no así de mi voluntad. No le pido que lea el libro que le dediqué, no soy capaz más que de llanto en este asunto. Pero controle ese ego, mujer, que a su "yo" todos lo queremos. M.
Los sagitarios, como vos, no leen pero dicen que leen y que los demás son los que no leen, además de, claro, ser OBSTINADÍSIMOS, cosa que primero me pareció, pero ya no, porque los sagitarios además de decir y ser obstinadísimos, tienen buen sentido del humor, y jamás estimarían a las camarillas concertacionistas de la solemnidad y la seriedad, por encima de una celebración, aunque ésta sólo sea posible. Vos me decís por facebook que compartís puntos con Master. Pues bien, yo les recomendaría a ambos, aunque en juego sí, que dejasen a un lado las ansias de victoria, que quitarse las babas con servilleta es una pena, y en vez, tratáramos de tomarnos un poco más a la ligera toda esta discusión. Que de nada nos sirve conquistar el punto, querida y querido. Leer nos sirve de algo (y he leído todo), y reír nos sirve de mucho (y algo me reí, mientras leía y mientras escribía). En definitiva, veamos el Jappening con Ja.
¿Y por qué tendría que ser objetivo?
A mí me parece entretenidísimo este debate. Y no soy Diego Zúñiga ni su hermana Carola. Yo soy el que soy: Eduardo.
Lo siento. Pero se enojan tanto ustdes con la crítica. Y se defienden diciendo cosas tan obvias. Querido Roland Barthes, acá sabemos que estabas hueviando y por eso te prendemos velitas. Porque eras y eres el mejor, aunque hayas muerto, autor. Eres el único autor que no ha muerto, Roland. ¡Y Bajtín, oh my god! Pensé que ya habían prohibido a Bajtín en Los Presidentes. Don David lleva como veinte años monologando al dialógico, y no me digan que eso es distinto de alabar al pulento.
Paz, personas (ya que no puedo decir hermanos, ni socitos, ni algo radical -como el partido- del tipo correliginonarios, porque no lo somos).
Lamento si alguien ha creído que soy el propio Maori o Diego Zúñiga (a quienes no conozco pero quiero). Me llamo Eduardo, Eduardo Aguirraga y es triste para mí saber que no me conocen ni quieren conocerme. Estoy solo, más solo que Claudio Narea mientras Jorge González escribía la canción "Estar solo", o sea que muy soloooooo. Gracias por no quitarme el saludo, en todo caso. Todavía...