[Nota: literatura y crítica literaria] Por Víctor Quezada
Que yo pueda decir de algo que es precisamente ese algo del que hablo –relación directa entre lenguaje y mundo-; que pueda haber una confusión entre signo y objeto denotado; que haya una fuga al lenguaje, se cifraría en el señalar la cosa que nombro: en términos sensitivos, esto sería nombrar la verdad del mundo. El lenguaje es, de dicho modo, verdadero mientras tenga su correlato en el mundo.
Habría, entonces, en la relación inmediata con las cosas, en el acto de nombrarlas señalándolas, una infancia, pues esta percepción inmediata a los sentidos, claramente demostraría la fuga necesaria, posibilitando su imagen: apareciendo desde la memoria hacia el recuerdo, en un siempre parecerse.
El olvido de lo inmediato, a saber, el ESTO (función indexical del lenguaje, su fuga), sería condición de posibilidad de toda escritura que, negando la vía directa al mundo, situaría su espacio en lo extra-temporal, fuera del mundo.
Dicho lugar paradojal es, como digo, condición de posibilidad y característica central que aplaza a la escritura, y de ahí, a la literatura como discurso válido en el vivir a diario, negándole una finalización social. He aquí lo que me interesa, pues, al no ser algo en el mundo es situada fuera de él y desplazada (ver más).
La que se enuncia, la mía, es una perspectiva que, pretendidamente, habla de la literatura desde lo exterior, en términos post-productivos, poniendo a la vez en relieve un presupuesto que se desprende del anterior, el de una interioridad del acto productivo, refugio del creador (figura difusa), que es precisamente la producción del texto.
Entre posturas de alguna manera contrarias -verosimilitud como estatuto literario e interioridad productiva- es necesario el pensamiento sobre esta paradoja que mientras sitúa a la literatura como bien de consumo, no deja de afirmar una interioridad productiva (exterior, puesto que se sitúa fuera del mundo) en la figura del genio melancólico, el loco o el niño de los bordes, precisamente como bien de consumo o garante, y que, desde el otro lado y por otra parte, critica las verosimilitudes del consumo en privilegio de una productividad (underground) afirmándolas en la medida en que las critica y tiende a un centro.
La escritura se inicia desde tales cosas, no de un saber sin embargo, se inicia allí donde dichos presupuestos hablan a la literatura: su carácter exterior al mundo que precede y sucede a la producción, y seguido, su verosimilitud, que nos dice que es un discurso distinto, diferente y sin pretensiones de verdad a la vez que trata de parecérsele, como discurso secundario que, en la medida que se plantea semejante a otro, verdadero y natural, dice su carácter apócrifo, falso, o retórico. También la especialización pretendida, estatutaria, de la que emerge la literatura como consumo, dentro de un proceso de compraventa y promoción, posibilidad de la crítica literaria, de toda lectura.
El olvido de lo inmediato, a saber, el ESTO (función indexical del lenguaje, su fuga), sería condición de posibilidad de toda escritura que, negando la vía directa al mundo, situaría su espacio en lo extra-temporal, fuera del mundo.
Dicho lugar paradojal es, como digo, condición de posibilidad y característica central que aplaza a la escritura, y de ahí, a la literatura como discurso válido en el vivir a diario, negándole una finalización social. He aquí lo que me interesa, pues, al no ser algo en el mundo es situada fuera de él y desplazada (ver más).
La que se enuncia, la mía, es una perspectiva que, pretendidamente, habla de la literatura desde lo exterior, en términos post-productivos, poniendo a la vez en relieve un presupuesto que se desprende del anterior, el de una interioridad del acto productivo, refugio del creador (figura difusa), que es precisamente la producción del texto.
Entre posturas de alguna manera contrarias -verosimilitud como estatuto literario e interioridad productiva- es necesario el pensamiento sobre esta paradoja que mientras sitúa a la literatura como bien de consumo, no deja de afirmar una interioridad productiva (exterior, puesto que se sitúa fuera del mundo) en la figura del genio melancólico, el loco o el niño de los bordes, precisamente como bien de consumo o garante, y que, desde el otro lado y por otra parte, critica las verosimilitudes del consumo en privilegio de una productividad (underground) afirmándolas en la medida en que las critica y tiende a un centro.
La escritura se inicia desde tales cosas, no de un saber sin embargo, se inicia allí donde dichos presupuestos hablan a la literatura: su carácter exterior al mundo que precede y sucede a la producción, y seguido, su verosimilitud, que nos dice que es un discurso distinto, diferente y sin pretensiones de verdad a la vez que trata de parecérsele, como discurso secundario que, en la medida que se plantea semejante a otro, verdadero y natural, dice su carácter apócrifo, falso, o retórico. También la especialización pretendida, estatutaria, de la que emerge la literatura como consumo, dentro de un proceso de compraventa y promoción, posibilidad de la crítica literaria, de toda lectura.
Comentarios
Trabajamos en el tercero
saludos