[Las Enseñanzas de la Odisea I] - por Juan Santander
LAS ENSEÑANZAS DE LA ODISEA
Canto I: La parte líquida del mundo te borrará la fama
What you have done Odysseus,
We know what you have done...
En las islas se suele preguntar ¿Es ya tiempo? Luego llega el firme decreto, sin traza, el mensaje tal como nos gustara enviarlo y recibirlo: Hermes, el guía luminoso. Ulises, sufrido de entrañas, debe volver a su patria, la otra isla. Entre tanto, Atenea viaja a Itaca: allí de su hijo/ en el pecho pondré diligencia y valor por que llame/ en el ágora a junta a los dánaos crinados y en ella/ haga frente a los muchos galanes que matan sin duelo. Telémaco deberá robar los zapatos de su padre. Nunca me ha sido mostrado lo difícil. Nunca me ha sido mostrado lo perfecto. Te los robaré y veré las demás islas con sus maravillas para, al fin, verte. Tal es la llegada de Mentes, señor de los tafios, nación de gozosos remeros: ¿Quién eres? ¿De qué gente? ¿Cuál es tu ciudad? ¿Quiénes fueron tus padres?/ ¿En qué barco has llegado hasta aquí? ¿Cómo fue que sus hombres/ te trajeron a Itaca? ¿En dónde decíanse nacidos? Mentes se dirige con fuego al pecho de Telémaco, entre el humo, el agua y el canto de Itaca. Telémaco, que aún no ha visto nada recibe la diligencia de las islas, recibe la fama perdida del héroe, que las negras olas borran, sólo por llevarla a las manos de la estirpe. Es Mentes quien lleva la noticia, porque el canto I dice que contra el vasto oleaje la Diosa inflama al joven hijo el espejo de la estirpe: ¿El fuego? siempre, y la visión siempre, / Oído sordo, quizás, con la visión, revoloteando/ Y desvaneciéndose a voluntad. Tejiendo con puntos de oro/ Dorado-amarillo, azafrán... [4]
Femio entona entre los pretendientes el regreso de los héroes de Ilión: Otras muchas leyendas, ¡Oh Femio!, conoces de cierto/ de guerreros y dioses, que hechizan las mentes humanas/ al cantar del aedo; entona una de ellas y beban/ en silencio su vino esos hombres, mas corta ese canto/ desdichado; royéndome va el corazón en el pecho,/ pues en mí como en nadie se ceba un dolor sin olvido,/ que tal es el esposo que añoro en perpetuo recuerdo,/ cuya fama ha llenado la hélade y tierras de Argos. Penélope lo hace callar. La voz del aedo trae al héroe perdido entre las aguas y las islas. Con el llanto Penélope acusa la confusión entre el canto y la pérdida. La fama de Ulises vive aún en esta mujer, su reina, hechizada por Femio. Oh días consagrados al inútil/ empeño de olvidar la biografía [5].
Telémaco calla a su madre y aviva el canto de Femio, para él el canto es material que va a mezclarse con el ardor procurado por Mentes: ¿Por qué, oh madre, le impides al hábil aedo que trate/ de agradar como quiera su genio le inspire? La culpa/ no la tiene el cantor, sino Zeus, que reparte sus dones. Quiero que cante, pues no todos los cantos son el mismo, no todos los aedos, no todos los héroes. Muchos otros hombres cayeron en Troya. Cada uno un canto. Veo que para cada uno de los que no volvió hay un canto, todos en moldes diversos, sin Escila ni Caridbis ni sirenas, pero siempre, tal vez, con las negras olas borrándoles la fama. Muchos de ellos sin Telémaco, ni Atenea contra las olas. El enojo de Aquiles y los rigores de la vuelta de Ulises no son temas universales; en esa limitación, la posteridad fundó una esperanza. Imponer a otras fábulas, invocación por invocación, batalla por batalla, máquina sobrenatural por máquina sobrenatural, el curso y la configuración de la Odisea, fue el máximo propósito de los poetas, durante veinte siglos. [6] Escribimos aún en esa limitación; animada por la nombradía, perseguida por las olas, hacia el medio del océano. Telémaco pronto sabrá quién es.
Comentarios
Volver a ese final con la fuerza y la prudencia necesaria, se hace ineluctable en el artículo.
Extraño es que no haya sido más desarrollado ese aspecto.