[Solo sé ser íntima. El otro tiempo de Daniela Acosta]. Por Pablo D. Sheng
Pablo D. Sheng, autor de Charapo, escribe ahora sobre El otro tiempo, primer libro de Daniela Acosta (La Calabaza del Diablo, 2016). Sobre este nos dice: "Ya Robbe-Grillet lo comentaba en un ensayo de 1961: no sabemos lo que una novela debe ser, sino que la escritura debe ir más lejos. Y El otro tiempo, sí, tiende a ir más lejos".
Solo sé ser íntima
Ya podemos hacer un recorrido por las novelas que se escriben desde el email. Es el caso de Oro (Libros del Pez Espiral, 2013) en que la protagonista le escribe correos a su expareja, pero destinados, todos, a ella misma. O la aparición de otras redes, como Grindr, en Piquero (Cuarto Propio, 2016) de Pablo Fernández. Así, la primera novela de Daniela Acosta, El otro tiempo, se escribe desde ese lugar, desde los emails de una mujer que envía a su amiga, Ana. En total, el tiempo que la protagonista le escribe a su amiga es de un año y ocho meses e intenta relatarnos su reciente llegada a Buenos Aires y las vicisitudes íntimas que emergen de miradas y texturas.
La novela comienza con un epígrafe de Clarice Lispector: “Solo sé ser íntima en todas las circunstancias: por eso, soy muy callada”. Creo que acá se encuentra una de las claves del texto, de entrada, es decir, que escribir una novela epistolar constituye una búsqueda. No intenta codificar ley alguna. Ya Robbe-Grillet lo comentaba en un ensayo de 1961: no sabemos lo que una novela debe ser, sino que la escritura debe ir más lejos. Y El otro tiempo sí, tiende a ir más lejos, por dar la voz de una estudiante anónima que se sitúa en un espacio y tiempo donde musita, habla con humor, sabe –más o menos- quién es y, de a poco, delinea un mundo que no solamente es una bitácora de viaje, sino –insisto- una búsqueda. De hecho, el primer correo a su amiga Ana es extraño, mejor dicho, el clima natural del texto, de inmediato, es extraño. Tres tormentas y ella en hawaianas, short. Todo es húmedo. El ojo que narra dibuja un plano de la ciudad, el barrio donde vive es un collage, hay de todo en pequeñas porciones: la calle que se llama Rio de Janeiro, bolivianos que venden verduras, africanos que venden bisuterías, judíos, chinos que manejan minimarkets, peruanos dueños de maxikioscos.
La novela comienza con un epígrafe de Clarice Lispector: “Solo sé ser íntima en todas las circunstancias: por eso, soy muy callada”. Creo que acá se encuentra una de las claves del texto, de entrada, es decir, que escribir una novela epistolar constituye una búsqueda. No intenta codificar ley alguna. Ya Robbe-Grillet lo comentaba en un ensayo de 1961: no sabemos lo que una novela debe ser, sino que la escritura debe ir más lejos. Y El otro tiempo sí, tiende a ir más lejos, por dar la voz de una estudiante anónima que se sitúa en un espacio y tiempo donde musita, habla con humor, sabe –más o menos- quién es y, de a poco, delinea un mundo que no solamente es una bitácora de viaje, sino –insisto- una búsqueda. De hecho, el primer correo a su amiga Ana es extraño, mejor dicho, el clima natural del texto, de inmediato, es extraño. Tres tormentas y ella en hawaianas, short. Todo es húmedo. El ojo que narra dibuja un plano de la ciudad, el barrio donde vive es un collage, hay de todo en pequeñas porciones: la calle que se llama Rio de Janeiro, bolivianos que venden verduras, africanos que venden bisuterías, judíos, chinos que manejan minimarkets, peruanos dueños de maxikioscos.
* Fotografía de Rodrigo Olavarría
En este año y ocho meses, desde Buenos Aires, llegan correos a alguien que apenas responde. La vida pasa, los personajes importan poco, se nombran, son ideas volátiles: “A veces también estoy tranquila, me obligo de alguna forma a estar donde estoy y no pensando en otras cosas, en las cosas que debiera estar haciendo o estudiando o investigando. Supongo que es normal que pase así”. Ella escogió seguir ciertas cosas, como irse del país, ser migrante en otra ciudad y trabajar en un call center, no terminar la carrera, no llevar una vida que aspire a demasiadas cosas. Esa es una diferencia con la destinataria que parece, aunque no lo sepamos, harta de los correos que su amiga le envía –“Te he escrito mucho y recibido poco”. El otro tiempo es una constante, una pregunta en torno a la escritura epistolar, por la necesidad de respuestas. La experiencia radica en comunicarse. Quererlo o no, aunque se diga poco, aunque contar sea casi una sombra. La interioridad, además, agobia. Callar o reírnos de nosotros, no tomarnos mucho en serio. La escritura de Daniela Acosta se hace liviana, por la red que escoge. Por ejemplo, es interesante lo que sucede con la natación. La protagonista nada, practica la voltereta, está sola en una piscina que representa la intimidad. El acuario o la inmersión en el agua o ver a través del vidrio no es la intemperie, sino un lugar de encierro, de repeticiones, casi de inmovilidad. El gesto de la voltereta es de un ir y venir, y eso es el correo, el email, una quietud flotante de reflejos. No es de extrañar que el minuto 47 se repita a la hora de la escritura.
Pasan, a momentos, algunos hombres. De ellos solo quedan sus sobrenombres –El de ademanes suaves-, sus rastros, los olores de sus bocas, el sexo. Demuestra que el cuerpo recuerda, que es posible mirarlo y los correos confiesan aquello. Por eso mismo a la protagonista la amistad le cuesta. A veces no se escribe, nadie se siente leído, pero es parte del programa de la novela. Asumo que configure, probablemente, uno de sus puntos débiles, que no recuerde a qué viajó la protagonista, su utilidad, la función de ella allí. Quizá no importe, quizá esa utilidad solo se manifieste en algo que emerge de algunas novelas de este año. Más que novelas, creo, son fragmentos y extensiones de la vida, no unidades. Como Du Maurier (Cuneta, 2016), en la que Cardani Parra insiste en que su texto configura más son rastros, sombras y miradas que escrutan espacios urbanos, intimidades, bitácoras, correos electrónicos.
La publicación de Daniela Acosta abre el campo a nuevas subjetividades que se manifiestan tras la pantalla. El otro tiempo está escrito sin pretensiones y, gracias a ello, el lenguaje agita la observación, la quietud, el humor y nos revelan lo cotidiano.
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