[Sobre Antología del amor de Claudia Schvartz]. Por Juan Manuel Silva Barandica.
Juan Manuel Silva escribe sobre Antología del amor de Claudia Schvartz (Saposcat, 2016) del poeta Francisco Ide y el pintor Francisco Morales. Nos dice al respecto: "Este libro no es la formalización del viejo romance entre la imagen pictórica y la poética, sino su enfrentamiento".
Esbocé mentalmente –desde que leí este libro– un texto que le hiciese justicia a los poemas de Francisco Ide en relación a su especificidad, es decir, textos que no quieren contar, que no quieren representar dramáticamente, textos que no concentran una acción unitaria. Pero me dicen que esto podría ser demasiado latero. Es posible.
De todos modos, quisiera consignar que lo que me atrajo y me sigue atrayendo de este libro es su capacidad de actualizar varios tipos específicos de poemas sobre un tema en particular, no su ruptura con una idea tradicional de poesía. Esto, no tiene nada que ver con el hecho de que Ide explore y experimente. No, por favor, jamás querría siquiera sugerir eso. Me explico: si inicialmente se podría comprender el diálogo entre artes visuales y poesía, entre reapropiación de poemas de distintos tiempos –unificados por una antóloga, una lengua y un tema– y una escritura que pone en riesgo lo que entendemos por poesía amorosa –o, más bien, poemas sobre el tema del amor–, lo realmente importante son las dos partes que saltan a la vista en este análisis primero: hay dos bloques discursivos sobresalientes en un libro, más allá de que estén reunidos o no.
En fin, creo que una primera obviedad estriba en el hecho de que el supuesto diálogo entre pintura y poesía no es tal. Contrapunto, interrupción, tenso arco que dispara la mirada hacia el punctum, la aguja que raja los convencionalismos que nuestra cultura nos dona. Dos imágenes: A2 y este fragmento: “yo vaticino el fracaso de nuestro entendimiento”.
Este libro no es la formalización del viejo romance entre la imagen pictórica y la poética, sino su enfrentamiento. La imagen vuelta sobre la pared que deposita su sombra como una ofrenda, leve, escondiendo el rostro, todo lo que configura una identidad. Es Eurídice a quien no podemos ver mientras comenzamos la huida del inframundo. Es la posibilidad de la traducción de la que habla William Carlos Williams en “Asfódelo”, recordando a Seferis, esa flor que tiene sus raíces en el infierno y saluda al Sol, comunicando la oscuridad de los muertos con la aparente movilidad de los vivos: es ese mudo mensaje, la belleza, una señal de que advendrá el fracaso del entendimiento y luego del naufragio la búsqueda por restituir un mundo a través de los fragmentos.
Ide y Morales reciclan imágenes, fragmentos dispersos después de un gran quiebre, un inmenso silencio, e intentan –como recolectores– de darle sentido a esta catástrofe. Lo curioso es que ambos intentos, cruzados como trazos en un ideograma, no logran aunarse e, incluso, intensifican la incapacidad de comunicar, de hacer presente el dolor, la angustia, la errancia.
Por lo mismo, no veo más que un incesante impulso expresivo, con la naturalidad del oleaje, que rompe una y otra vez contra las rocas, de memoria. En el caso de Ide, esto tiene que ver con la libertad con la que se mueve entre muchas formas. Hay versos clásicos árabes, por ejemplo, como estos: “Sigo pensando que las huellas me llevarán hasta ella, aunque creo que si la encuentro me mirará un segundo y se perderá de nuevo entre las dunas. En esas dunas, en esa arena, comenzó mi búsqueda”, en los que pareciese recrear ese tipo de poesía amorosa de origen preislámico, llamado Mu´allaqat, que era tanto una persecución de la mujer como del misterio y la divinidad. También una reconstitución visionaria de una experiencia informe, aunque con el signo de la lucha de la luz contra la oscuridad, tan estudiada por Henri Corbin en la poesía iraní “Vi entonces cómo en la oscuridad acercaban la oscuridad (…) el eriazo con las tripas tronando como ojos / lanzados al sector del mar donde flota el Enemigo”. Aunque quizás lo más llamativo sea la capacidad de cruzar los binarismos occidentales a través del desplazamiento, el contrapunto y el quiebre en la continuidad de los referentes, dándole una vuelta a las manidas observaciones sobre el barroco. “tus ojos barcos vizcos se alejan / voca que avandona / sombra viscéfala / camuflada en la oscuridad ahora / permanente pareciera”, en estos versos pareciesen fundirse las “V” de Trilce y la yuxtaposición de Cummings, como si en esta cruza sobre el poema de Eluard pudiese avizorarse una nueva combinatoria, pero una en la que el respeto al original, a la coherencia y a la cohesión no sean prendas de garantía para entender. Pues en estas imágenes, como en el amor o la muerte, no es posible la paz. Se sigue a un guía que nos hace parte del infierno sin esperanza alguna.
Pero aun en la oscuridad, hay chispazos. “ecos nos desplazan como a ese vaso plástico / sobre el parlante”, “hoy tu corazón es una garza con chalecoantibalas”, “peces brillantes como el pelaje de un mamut descongelado”. Imágenes dispares que al querer encontrarse, como dos cuerpos, como dos lenguajes, como dos culturas –porque lo que está puesto en juego en esta antología, es la posibilidad del encuentro, de la comunicación, de la estabilidad o lo inteligible– solo encuentran fractura y desasosiego. Solo lo difícil es estimulante. Y si el poema pide su desciframiento, como un jeroglifo, un ideograma o un mensaje de pulsos extraterrestres, esto ocurre pues la materia misma del poema no está clara, y, de alguna manera, cada cierto tiempo es bueno recordar que no manejamos el lenguaje ni nuestra lengua, que a duras penas manejamos nuestra vida, y que ese mismo carácter salvaje de estas experiencias es lo que sigan movilizándolas, como si viviesen. Antología del amor de Claudia Schvartz es uno de los libros más importantes del año, por eso. Porque entiende los materiales con los que trabaja, usando la incertidumbre a su favor, como el capitán de un barco fantasma.
* Fuente de las imágenes: Revista Lecturas.
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